"𝑺𝒊 𝒚𝒐 𝒕𝒂𝒏 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒉𝒖𝒃𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒂𝒄𝒕𝒖𝒂𝒅𝒐 𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒎𝒑𝒐 𝒏𝒐 𝒕𝒆𝒏𝒅𝒓í𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔𝒄𝒖𝒄𝒉𝒂𝒓 𝒎á𝒔 𝒓𝒖𝒎𝒐𝒓𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒏𝒅𝒆 𝒕𝒆 𝒆𝒔𝒄𝒐𝒏𝒅𝒆𝒔. 𝑻𝒖 𝒏𝒐 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒓í𝒂𝒔 𝒗𝒐𝒍𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍 𝒗𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐, 𝒏𝒊 𝒚𝒐 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒆𝒏 𝒖𝒏 𝒕𝒓𝒂𝒏𝒄𝒆 𝒋𝒖𝒈𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒂 𝒊𝒏𝒗𝒆𝒏𝒕𝒂𝒓𝒎𝒆 𝒕𝒖 𝒏𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆..."
𝑴𝒐𝒓𝒂𝒕.
Sonreí, no pude hacer otra cosa al escucharla más que sonreír. Bueno, en realidad mentía, porque durante unos segundos mi rostro seguramente habría mostrado confusión. Y no era para menos. Frente a mí tenía a una joven que de seguro no pasaría los 25 años de edad, con la estatura de una chica de 15, el ceño notoriamente fruncido como el de una niña de 5 a la que le han prohibido su dulce favorito...y así podría seguir.
Pero la ansiedad comenzó a apoderarse de mi mente, una maldita ansiedad por saber de qué loquero se había escapado o por qué aquel acento tan encantador y dulce me había trastocado los pensamientos, cuando la única reacción para con ella debería ser la de sentirme molesto por aparecer en mitad de mi camino en el momento más inoportuno.
Llevaba nada más que 20 minutos en Madrid y ya estaba deseando salir de ahí. No es que no me gustara la ciudad, pero lo mío era más la paz del campo.
Lamentablemente, los planes del maldito destino o quién fuera que se ocupara de ir metiendo problemas en mitad de la vida de las personas eran otros.
Veinte días atrás una lesión en mi pierna derecha, a causa de un puto choque en una de las finales de la temporada de fútbol, me había obligado a seguir un tratamiento para volver a caminar bien. Volver a jugar, pero en especial, volver a montar a caballo que era lo que de verdad me generaba pasión.
Claro que para la gente que me conoce, mis padres y mis amigos, mi meta principal era ser una estrella del fútbol español.
Pero aquello no era del todo realista. El fútbol para mí era un pasatiempo más, una excusa para mantenerme en forma, algo que se me daba bien y podía presumir de ello, pero no mi objetivo final, o al menos no estaba tan seguro de eso como los demás si lo estaban por mí.
No era una persona pesimista, me gustaba disfrutar de la vida como si cada día fuese el último, por lo que haciendo a un lado la lesión, me concentré en intentar disfrutar la estadía en aquella ciudad el tiempo necesario para recuperarme y volver a mi antigua vida cuanto antes.
Afortunadamente una de mis tantas primas tenía su piso cerca de donde me tocaría hacer el tratamiento para la pierna. Así que no había demorado demasiado en trasladarme allí para comenzar lo antes posible.
Mi padre, un hombre de los de antes, dispuesto a controlar todo lo que a su alcance estuviera y convencido de que pronto tendría ese golpe de suerte y estaría jugando para las grandes ligas, había contactado con el mejor grupo de médicos en la materia. De hecho, aquel equipo era el cuerpo sanitario principal de varios clubes de Madrid, por lo que la confianza en ellos y en su rapidez para mi recuperación era total.
Me concentré nuevamente en aquel ser diminuto frente a mí.
Carraspeé una vez que se quedó en silencio con los brazos cruzados y una notoria impaciencia en su rostro.
— Debe haber una confusión, guapa. O quizá debes estar confundida tú, porque ésta maleta es mía. — dije con total seguridad presumiendo de eso y con un tono burlón por el despiste de aquella tía.
《 Una tía que estaba bastante bien a decir verdad.》
Cambié el peso de mi cuerpo afirmándome mejor al insoportable bastón que llevaba por obligación, ya que la molestia en mi pierna me impedía la soltura necesaria para desplazarme solo. Algo en su presencia me volvía inquieto.
— Bueno, maletas de este estilo deben haber tantas en el mundo como personas. — Murmuró superada, con la voz un poco más envalentonada que antes, como si hubiera sacado agallas de algún lado mientras yo le respondía.— Lo que dudo mucho es que todas las maletas tengan colgando de su cierre un muñeco con forma de mariquita que si lo apretas te chilla de una manera bastante subnormal para tratarse de la maleta de un...tipo alto, que usa bastón y come... — noté que desviaba su mirada al paquete de gomitas que tenía sobre la misma mano que sostenía el palo que usaba como pierna. — gomitas. —Terminó diciendo con una sonrisa triunfal.
Y entonces el confundido pasé a ser yo, miré con rapidez hacía el extremo donde terminaba la cremallera de la maleta y efectivamente allí estaba. Con los ojos algo deformes y su mota de cabello negro y rojo, me miraba, podía jurar que aquella cosa me miraba. Esa no era mi maleta. Suspiré frustrado al tiempo que negaba con mi cabeza sin entender muy bien que estaba pasando.
— No te preocupes, debe haber una explicación, de seguro tu valija está perdida, sigue girando en la cinta o se la llevó alguien más. — se encogió de hombros diciendo aquello con gracia, pero podía notar que no buscaba burlarse, más bien intentaba calmar mis ánimos.
Con lo que de seguro no contaba ella era que solo con esas pocas palabras, mi maleta perdida había pasado a un segundo, o mejor dicho, tercer plano.
Por varios segundos me la quedé mirando más de lo que hubiera querido. Se veía natural, bastante natural y sonriente. Era bajita como había notado desde el primer momento en el que di media vuelta cuando tocó mi espalda. No pasaba de mis hombros, o hasta seguro era un poco más baja que ellos. La blusa que vestía era blanca, simple, con apenas un corto escote que no dejaba ver nada y unos jeans claros de tiro alto que se adherían a sus hermosas piernas; se veía como una chica a la que no le interesaba para nada acaparar la atención de nadie.
Pero tenía un rostro angelical destacado por su boca carnosa, una larga y lacia cabellera castaña, completado por un par de ojos que desprendían un color verdoso, o grises, no estaba del todo seguro pero de lo que no dudaba era de que ese rostro se seguro podían haber llamado la atención de cualquier persona que se detuviera a notar su presencia. Como yo ahora mismo.
Y es que ese aire natural y muy distinto a lo que acostumbraba a ver en otras tías de su edad me llamaba la atención por encima de cualquier aspecto físico anteriormente destacado.