"𝑺𝒊 𝒎𝒆 𝒑𝒓𝒆𝒈𝒖𝒏𝒕𝒂𝒏 𝒑𝒐𝒓 𝒕𝒊, 𝒅𝒊𝒓é 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔 𝒎𝒆𝒏𝒕𝒊𝒓𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒕𝒐𝒅𝒂 𝒍𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂 𝒉𝒆 𝒔𝒐ñ𝒂𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒊𝒈𝒐."
𝑴𝒐𝒓𝒂𝒕.
Luego de haber disfrutado del merecido baño, nos habíamos tirado en el sofá las dos, poniéndonos al día de todo. Me contó sobre lo nuevo que estaba escribiendo al igual que yo le comenté sobre lo mío, hablamos de los planes de la semana y cuando llegó la hora en que debía marcharse al trabajo aproveché mientras se alistaba para hacer la videollamada con mis padres que les había prometido más temprano.
Apenas dos timbres y enseguida apareció mamá del otro lado de la pantalla colocándose las gafas sobre el puente de la nariz para verme mejor, algo que me hizo reír debido a la torpeza con la que llevó a cabo aquello.
-¡Estás bien! ¡Bendito sea Dios, qué alegría verte hija! Qué alegría ver que estás sana y salva.- Aquella alabanza fue lo primero que escuché de mamá después de dos días sin verla.
-Por favor Carmen, te repetí sin parar que la demora era la esperable. - Respondió papá dirigiéndose a ella y luego miró hacia la pantalla.- Hija, estás preciosa, ¿cómo va todo por ahí? ¿ya va entrada la noche verdad? -Asomó su bonita cara detrás de mamá para saludarme también.
La diferencia horaria era de unas cinco horas, así que entendía que allá por Uruguay apenas serían las tres de la tarde, cuando acá ya estaban asomando las ocho de la noche y por el enorme ventanal de la sala podía presenciar como el sol terminaba por ocultarse, tiñendo de negro todo el cielo.
-Así es papá, estuvimos poniéndonos al día con Julia y ahora pretendía acomodar mis cosas mientras ella se va a trabajar unas horas. - Lo que evité decirles fue que también necesitaba descansar unas cuantas horas y aprovechar para amoldarme a los cambios de hora. En los últimos días había dormido poco y nada.
Pasamos un rato más en línea, en lo que Juli terminaba de ducharse, cambiarse y volvía.
Mamá había quedado más tranquila, o al menos eso me había parecido. Les había contado lo cómoda que me sentía ya en aquel apartamento, lo linda que era la zona donde residía mi amiga y creo que pudieron notar la felicidad en mi rostro porque finalmente entre lágrimas de mamá y la contención de papá, me habían dicho que se sentían contentos de verme tan bien, algo que me dejó mucho más a gusto de lo que ya estaba. Saber que mis padres acompañaban mis decisiones y lo vivían con alegría junto a mí, me ponía feliz.
-¿Crees que podrás manejarte sola en la casa mientras no estoy? -La voz de Julia me trajo de nuevo a la realidad. Asentí en lo que me ponía de pie y caminaba hacia ella.
-No te preocupes, todo estará bien.- Dije con sinceridad.- Me ocuparé de desarmar la maleta y luego seguramente duerma hasta mañana sin enterarme de nada.
-Bien, creo que hay algo de comida en la nevera, también puedes pedirte pizza si te quedas con hambre o simplemente no te gusta lo que hay, si necesitas algo más o tienes alguna duda me escribes que cada tanto reviso el móvil. -Sabía que de ser por ella habría elegido no dejarme sola la primera noche que pasaba en un país ajeno.
Nos despedimos en el umbral de la puerta, Julia salió cerrando tras de sí y yo decidí irme a la habitación a empezar lo que tenía pendiente.
Era una persona bastante ordenada, no me gustaba dejar las cosas para luego. Sabes, como cuando algo te desestructura mentalmente al punto de que si no lo haces no puedes seguir con otra cosa...pues yo debía instalarme del todo para sentirme lista de comenzar una nueva vida allí.
Ya en mi habitación tomé el móvil y encendí el reproductor de música, dejando que los primeros acordes de una canción de mi banda favorita del momento comenzara a sonar. Las letras eran intensas, llenas de contenido, ideal a la hora de escribir porque ayudaban mucho a inspirarme en historias de amor y desamor que viajaban por mi mente hasta que les comenzaba a dar forma.
Pero también me gustaban para cuando tocaba distraerme o cantar a toda voz como había empezado a hacer en ese momento, mientras que con la maleta abierta de par en par sobre el piso me concentré en dejar toda la ropa prolijamente colgada, por temporada y color. Así luego era mucho más sencillo armar los conjuntos con los que vestir.
De pronto la felicidad fue tan grande que los acordes pegadizos del tema, acompañada de la letra hermosa que tenía, hicieron que me dejara llevar y mi voz se elevara un poco más de lo esperable (al menos para mis vecinos).
Bailé y canté sintiéndome la super estrella del momento encima de un escenario en el que actuaba para miles de personas. Giré sobre mi lugar varias veces dando vueltas y pequeños saltitos al ritmo de la música con una sonrisa en mi rostro que dejaba evidencia de estar pasando uno de los momentos más felices en toda mi vida.
Pero en un segundo la sonrisa se desdibujó de golpe y el corazón se saltó un latido, me quedé inmóvil, notando como el cuerpo dejaba la calma y se llenaba de tensión y nervios al ver a un hombre de pie en la puerta de mi cuarto.
Pasé saliva y busqué tomar aire por la boca en un intento fallido por recuperar la respiración calmada. Pero entonces lo miré, reparé en su rostro y lo reconocí al instante. ¿Qué hacía ahí? No tenía duda alguna de que era el joven del aeropuerto que había tomado mi maleta por error. No tenía dudas porque aquellos dos luceros que encabezaban su rostro no eran fáciles de olvidar y mucho más difícil de confundir con otros.
De pronto miles de ideas aterradoras y dignas de ser documental en Netflix sobre casos de secuestros y desapariciones vinieron a mi cabeza. ¿Y si aquel tipo había quedado obsesionado o con la idea fija de que yo le había querido molestar e importunar? No, no, no. No podía ser. Borré esos siniestros pensamientos más típicos de mamá que míos y recordé el momento en que bajo la lluvia de Madrid me había suplicado a gritos prácticamente que le dijera mi nombre. Su mirada desprendía sinceridad, buenas intenciones, nada en él había disparado alguna señal de alarma en mí en nuestro primer encuentro.