"𝒀 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒗𝒆𝒛
𝒀 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒗𝒆𝒛 𝒄𝒐𝒏𝒇𝒆𝒔𝒂𝒓í𝒂
𝑸𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒅𝒖𝒆𝒍𝒆 𝒍𝒂 𝒄𝒂í𝒅𝒂
𝑸𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒄𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒉𝒆𝒓𝒊𝒅𝒂𝒔
𝒀 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒆𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒕𝒊."
𝑳𝒖𝒊𝒔 𝑪𝒆𝒑𝒆𝒅𝒂.
Entré al apartamento y cerré de un golpe la puerta, tiré las llaves en la mesa y caminé hasta el baño intentando no tirar por los aires el maldito bastón mientras avanzaba.
Ya en el baño abrí el grifo dejando correr el agua y con ambas manos junté aquel líquido incoloro y me empapé la cara con frustración. Una, dos, tres veces...
El día había sido una completa mierda. Temprano en la mañana tuvimos una llamada bastante incómoda con papá. Todos los días les marcaba para saber cómo estaban y contarles las últimas novedades. Pero hoy fue diferente. Sentí por momentos que me presionaba bastante con preguntas sobre mi recuperación. Le contesté la verdad: no notaba un puto cambio desde que había empezado. Tratamientos, ejercicios que no lograba llevar a cabo, etc. Por el contrario, sentía que retrocedía, que cada vez necesitaba de mayor ayuda para moverme y caminar. Ni que hablar de pensar en el fútbol.
Pero mi padre y sus comentarios, solo sumaban más frustración. Parecía que creyera que yo mismo me hubiese propuesto no avanzar. No lo había dicho con esas palabras pero supo dejar en claro que a eso se refería.
Me limité a escucharlo y asentir, haciéndole saber que pondría todo de mi parte para volver a ser el mismo de antes y regresar a jugar.
- Pronto papá, voy a cumplir tu sueño, eso te lo prometo. - Dije buscando terminar de una vez con esa llamada.
- El tuyo, hijo. Vas a cumplir el tuyo y yo estaré en primera fila para gritar tus goles.
No dije más y corté la llamada. Estaba claro que mis padres no tenían idea de lo que realmente era mi sueño. Pero me sabía mal tener que romper el suyo. Era una mezcla de sentimientos encontrados que poco a poco empezaban a dejar un nudo en la boca de mi estómago. Y se sentía del asco.
Más tarde tuve otra cita en el centro de fisioterapia, donde más que nada me ayudaban con ejercicios de manera repetitiva para intentar avanzar solo, sin bastón, fortalecer músculos, etc. Y no sabía si había sido la llamada de más temprano o que ya andaba cruzado de hace días por lo mismo, pero no pude lograr ninguna de las propuestas del día. El tipo que me daba las pautas y estaba a mi lado para sostenerme o corregir lo que hacía mal, no era como si colaborara con mi frustración. En varias oportunidades hizo comentarios en los que tuve que contener mis ganas de estamparle mi puño en su bonita cara. Joder, no era violento, ni mucho menos. Pero ese día no estaba para tocadas de culo.
Siempre fui positivo. Tanto para solucionar mis problemas como para ayudar a otros. Entendía que con el optimismo uno alcanza más que siendo un completo pesimista. Pero llevaba días en los que no le veía fruto a tanto sacrificio y eso me tocaba el orgullo. El mío y el que pretendía que mi padre sintiera por mi.
Me miré en el espejo intentando ver en aquella imagen que me devolvía algún rastro del chico optimista. Nada, no estaba allí.
Suspiré, me sequé la cara con fuerza y salí a mi habitación arrastrando mi pierna, no me había molestado ni en tomar el bastón que dejé tirado en el suelo del baño.
La pierna comenzó a dolerme y eso solo me recordaba cada vez más lo inservible que estaba siendo para salir de aquello.
- ¡Joderrrr! - Gruñí dando un golpe con mi puño a una de las paredes y entonces sentí como todo lo que había intentado controlar aquellos días comenzaba a salir: angustia, lágrimas, bronca, impotencia.
Me senté en el borde de la cama y dejé caer mi cabeza entre las piernas. Quería esconderme, me sentía avergonzado, solo, incapaz, frustrado...
Y entonces sentí su aroma, no me hizo falta mirar hacia la puerta para ver quién había entrado. Sabía que era ella. Tomó mi rostro para levantarlo y vi en sus ojos toda la bondad que una persona puede tener. Se veía descolocada, buscando en mis gestos algún indicio de que todo iba a estar bien. Pero no pude devolverle eso que ella esperaba.
Supe que se dio cuenta de eso cuando me pegó a ella, rodeando mi cuello con sus brazos. Allí de pie, entre mis piernas, entendiendo que no podía darle más en ese momento. Pero algo me decía que no esperaba respuestas, que solo me acompañaba en lo que estaba pasando sin cuestionarse nada.
- Estoy aquí... - aquellas dos palabras tan sencillas me hicieron temblar y terminar de soltar todo lo que tenía dentro.
Joder, no podía creer estar llorando en los brazos de una chica. Una chica que me atraía, no iba a mentir. Y no como lo hacían otras tantas tías. Lina era distinta, Lina me hacía querer actuar distinto en ese sentido.
De pronto la angustia comenzó a dar paso a algo más, una sensación de deseo se apoderó de todo mi sistema. Como aquel primer día cuando los impulsos me hicieron querer tocarla. Sin titubeos, mientras ella acariciaba mi pelo con la yema de sus dedos en un intento por consolarme, yo rodeé su cintura con ambas manos, dejando que la mano apoyada sobre su cadera, comenzara a trazar círculos sobre la tela de su camiseta.
Noté que se removió un poco, quizás nerviosa o incómoda, no lo sabía. Pero eso no impidió que continuara con aquella demostración de cariño que quería hacerle a modo de agradecimiento.
Para peor la veía tan hermosa aquella tarde..., vestía una camiseta de manga larga fina, toda negra con un montón de girasoles pequeñitos estampados. Y encima de ella llevaba un enterito de jean con unas Converse blancas. Su cabello recogido en una trenza que le llegaba a la cintura y como siempre, sin una gota de maquillaje, natural y perfecta.
Después de quedarnos en la misma posición por algunos minutos, tomé con mis manos su cintura y la separé de mi con ternura. La miré a los ojos, y recién ahí pude sonreír en respuesta a su mirada dulce.
- Gracias. - Susurré sin saber cómo continuar. Ella sonrió y como si entendiera que me encontraba perdido tomó asiento a mi lado. Me giré hacia ella y volví a conectar con su mirada.