Esperaré Para Amarte

Capítulo 18 - Gael

"𝑺𝒐𝒍𝒐 𝒑𝒊𝒆𝒏𝒔𝒐 𝒆𝒏 𝒕𝒊, 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒍𝒊𝒃𝒆𝒓𝒕𝒂𝒅 𝒅𝒆 𝒂𝒃𝒓𝒂𝒛𝒂𝒓𝒕𝒆
𝒀 𝒚𝒂 𝒏𝒐 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒐 𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒂𝒓
𝑨 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔𝒕é𝒔 𝒂𝒒𝒖í
𝑻𝒂𝒏𝒕𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅, 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒂 𝒔𝒐𝒍𝒆𝒅𝒂𝒅 𝒆𝒏 𝒆𝒍 𝒎𝒖𝒏𝒅𝒐
𝒀 𝒚𝒂 𝒏𝒐 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒐 𝒆𝒔𝒑𝒆𝒓𝒂𝒓
𝑨 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓𝒕𝒆 𝒂𝒒𝒖í."

𝑨𝒃𝒆𝒍 𝑷𝒊𝒏𝒕𝒐𝒔.

 

Control Gael, control. Me repetía mentalmente una y otra vez. Llevaba toda la sesión intentando controlar el impulso de querer estamparle los 5 dedos de mi mano en la bonita cara al inútil que tenía enfrente. Se que todos podemos tener nuestros días, pero joder… Aquel tío venía con mala cara a cada sesión. Quería tirar todo a la mierda y salir de allí. Nada bueno podía salir de aquel día. No con lo fracasado que me sentía por no poder dar un puto paso solo.

Pero entonces, como si todos los planetas se hubiesen alineado, como si del cielo me hubiese caído un ángel, apareció ella. 
Contra todo pronóstico me había sorprendido de una manera que jamás hubiese imaginado. Verla allí, observando mis movimientos y luego enfrentando al insufrible del médico para defenderme, me provocaba unas ganas tremendas de subirla en mi hombro, llevármela de ahí y besarla hasta que no hubiese un mañana en algún rincón de la ciudad. Aquella ciudad que nos había acogido para hacernos coincidir.

En un momento dado, Lina tomó el control de la situación, entendiendo que solo con exigencia no iba a lograr nada. Observé sus movimientos maravillado, la dejé guiarme y confié cuando me pidió que lo hiciera. Aunque yo sabía bien que confiaba en ella desde el primer momento en que la vi, aquel día de tormenta en el aeropuerto de Madrid. Sin imaginar todo lo que vendría arrastrado con mi lesión. Bendita lesión.

Me quedé inmóvil cuando sentí la ausencia completa de agarre. No tenía miedo a caer, a lastimarme peor o a quedar en ridículo. No me quería dar cuenta de que no podía, otra vez. Intentar algo repetidamente y solo fallar me estaba consumiendo. A mí y a mi orgullo controlador y soberbio de creer que todo lo puedo. Estaba empezando a ser consciente de que no dependía solo de mí el mejorar y avanzar. Algo estaba mal. Llevaba días intentando dar más de un paso completo. Sin ayuda y sin arrastrar la pierna herida, y no podía.

Pero entonces escuché sus palabras. Y las sentí. Sentí que lo que decía era con sinceridad. Qué no era una trampilla como la que se le hacen a los niños pequeños para que hagan alguna cosa que esperamos. No. Lina estaba abriéndose a míi poco a poco. Y yo quería demostrarle que si me necesitaba siempre iba a estar. Sin importar lo que suceda, sin importar nada. 
Separé del suelo mi pie derecho con esfuerzo, sosteniendo todo el peso en la pierna contraria y levantando un poco el mismo avancé, dejando éste apoyado más adelante y así repetir aquello pero con el otro pie.

Había dado un paso, estaba parado firme y seguro. Sentía como un ligero temblor en mi pierna lesionada amenazaba con hacerme flaquear. Pero me concentré en aquel rostro dulce frente a mi. Noté la ansiedad en su mirada y sosteniéndome de eso di otro paso más. Y ya más confiado, sin pensar demasiado en que lo estaba logrando volví a avanzar. Siendo en total tres pasos los que me separaban de ella.

Su sonrisa iluminó todo cuando nuestros cuerpos quedaron a centímetros de distancia, confirmando que por fin había logrado caminar por méritos propios. Sin sujetarme a nada, sin un maldito bastón. Lo único en lo que tuve total seguridad fue en Lina. En su confianza para ayudarme a lograr aquello.

-    Lo hiciste, lo hiciste, lo hiciste. – Lina daba saltitos en su lugar, con cuidado de no hacerme tambalear. Podía ver la felicidad en su rostro. Pero entonces me vi en la obligación de corregirla.

-    Lo hicimos, mi niña. Juntos.
Apoyé mi frente en la suya, cerrando por un momento mis ojos y olvidando que no estábamos solos. Respiré paz. Todo estaba bien si ella estaba ahí. Abrí los ojos nuevamente y deposité un tierno beso en su frente mientras mi mano acunaba su mejilla derecha.

-    Gracias. – susurré y le sonreí. Dejé un beso rápido pero esta vez en su mejilla. 
Volví a sujetarme de las barras paralelas para retroceder y seguir intentándolo. Ahora que sabía que podía no quería parar.

***

Salimos juntos de aquel sitio un rato después. Recorrimos el trayecto hasta el exterior de la clínica en silencio. Pero no un silencio incómodo, al contrario.

-    ¿Tienes planes ahora? –  le pregunté, y me miró sin dejar de caminar.

-    No... ¿tú harás que los tenga? – preguntó mirándome con una sonrisa.

-    Puede ser. Quiero llevarte a un lugar.- Dije intentando sonar misterioso.

-    ¿A dónde? – frunció su ceño queriendo indagar más.

-    Para eso deberás esperar un poco. ¿Confías en mí? -  dije imitando la pregunta que ella misma me había hecho un rato antes en la clínica.

-    Mmmh…– su duda me hizo fruncir el ceño por un momento. – Claro que confío en ti, tonto.- Respondió frunciendo los labios y achinando sus ojos en un gesto que me resultó demasiado tierno.

Caminamos durante unos diez minutos disfrutando del atardecer que estaba aconteciendo frente a nuestros ojos. Los colores naranja, rosa y amarillo teñían el cielo de una manera increíble.

Llegamos a una feria nocturna, las luces de las atracciones lo iluminaban todo y las personas recorrían cada puesto y cada juego con entusiasmo. Recién comenzaba a llenarse de gente, dado que las primeras horas de la noche se acercaban. Observé a Lina y pude ver la ilusión en sus ojos. Estaba feliz.

-    ¿Te gusta? Porque este es de mis sitios favoritos en Madrid. En mi ciudad se arman ferias así pero solo en pleno verano.

-    ¡Me encantan! – dijo con entusiasmo mirando sin parar hacia todos lados. – en Uruguay no hay así, no tan grandes. Y tampoco hay de esos juegos de allí – señaló con el índice hacia un puesto donde el reto era ganar una carrera de caballos y al primer puesto le daban un muñeco de peluche a elección.

-    Vamos, probemos con ese primero. –



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En el texto hay: distancia, amor, amistad

Editado: 27.04.2024

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