"𝑺𝒐 𝒊𝒇 𝑰 𝒓𝒖𝒏, 𝒊𝒕'𝒔 𝒏𝒐𝒕 𝒆𝒏𝒐𝒖𝒈𝒉
𝒀𝒐𝒖'𝒓𝒆 𝒔𝒕𝒊𝒍𝒍 𝒊𝒏 𝒎𝒚 𝒉𝒆𝒂𝒅, 𝒇𝒐𝒓𝒆𝒗𝒆𝒓 𝒔𝒕𝒖𝒄𝒌
𝑺𝒐 𝒚𝒐𝒖 𝒄𝒂𝒏 𝒅𝒐 𝒘𝒉𝒂𝒕 𝒚𝒐𝒖 𝒘𝒂𝒏𝒏𝒂 𝒅𝒐."
𝑴𝒂𝒓𝒐𝒐𝒏 5.
La noche había caído finalmente, arrastrando con ella los colores que el atardecer nos había regalado horas antes. El cielo se había llenado de estrellas, dándole un toque todavía más mágico a ese momento y no pude evitar sentirme en casa, a pesar de estar a miles de kilómetros de la verdadera. Mi corazón estaba allí, seguro, confiado y anhelante. No podía negar aquello último. Pero no estaba para sentimientos ni emociones que me hicieran sucumbir. Quería disfrutar de cada instante que me hiciera feliz sin pensar en lo que podría pasar después. Al final, todo lo malo en lo que pensaba eran únicamente supuestos.
Luego del puesto donde gané la carrera de caballos, habíamos pasado por un par de juegos más, compramos manzana acaramelada y nos subimos a las sillas voladoras. Bueno, me subí yo, mientras Gael me miraba desde abajo. Se había excusado con que aquellas sillas individuales no le gustaban, sino las que eran dobles (que no había en aquella feria) pero en mi opinión, el verdadero motivo para no subirse se trataba de un leve temor a las alturas que no se animó a confesar.
Continuamos el recorrido por la feria disfrutando de la compañía. Hasta que de pronto recordé algo que me generó una inquietud repentina. Desconocía el motivo.
- ¿Puedo preguntarte algo? – Lo miré buscando sus ojos.
Los dos nos detuvimos en el lugar y Gael se posicionó frente a míi. El reflejo de las luces hacía que su rostro se viera aún más perfecto de lo que era. Varias veces me había detenido a observarlo, sus rasgos masculinos, con una simetría envidiable y una sonrisa capaz de derretir glaciares enteros. Tenía el cabello oscuro y corto pero unos mechones rebeldes caían sobre su frente siempre, algo que también me daba un aire descontracturado y sexy. Y sus ojos…¡Qué ojos! Eran profundos, con una mirada honesta y de un azul intenso. Ojos que justo en aquel momento me escrutaban intentando encontrar algún indicio de lo que quería preguntarle.
- Puedes preguntar lo que quieras, Lina.- Mordisqueé la comisura de mi labio inferior como solía hacer cuando me daba ansiedad algo.
Sabía que quizás no era el momento de preguntar aquello, pero algo me hacía necesitar saberlo. De seguro pensaría que estaba loca luego de escucharme. No lo dudaba. En su lugar también lo pensaría. Pero unos días antes, en esas charlas de chicas que tienes con tus amigas, donde no se habla de un tema solo sino que pasas por todos los temas habidos y por haber, Julia había soltado al pasar que Gael había estado en casa de una tal María. En aquel momento no di demasiada importancia. Sabía que él tenía una frecuencia importante de mujeres en su vida. Pero después de la noche donde casi nos besamos, a pesar de no hacerlo, sentía que algo había cambiado entre nosotros. Aunque no estuviera explícito en palabras. Los dos lo sabíamos.
La curiosidad podía más que nada, mi gran defecto como ya había dicho antes. Mamá siempre me decía desde pequeña “La curiosidad mató al gato, querida hija”. Pero era más fuerte que yo. De seguro los curiosos me entenderían.
- ¿Quién es María? – Solté la pregunta y recé para mis adentros no sonar como una típica chica controladora. Era curiosidad…
Esperaba cualquier reacción de su parte, menos la que estaba teniendo. Estalló en una carcajada sonora que provocó las miradas de varios curiosos (oh casualidad) a nuestro alrededor. Su risa me generó más nervios y ansiedad. Pero me mostré segura, o eso creía, no dejé de mirarlo en ningún momento, aunque estuviera destrozando mi labio de tanto morderlo.
Finalmente se puso serio después de haber reído lo suficiente y me miró con una intensidad que no había visto antes.
- Podría hacerte mil bromas aprovechando tu pregunta, pero no puedo verte con ese ceño fruncido ni un segundo más. – se acercó a mí dando un paso hacia adelante con ayuda del bastón y acarició la zona mencionada con su pulgar, intentando borrar el gesto que no le gustaba.
- No estoy para bromas, Gael. -Hice un puchero bajando la mirada pero él me obligó enseguida a levantarla sujetándome el mentón con la mano.
- ¿Alguna vez te han dicho que eres jodidamente hermosa? – negué con la cabeza. – Pues eso no puede ser real. Y si lo es, mejor aún de que tengas esa primera vez conmigo. Soy feliz de ser el primero en decirte lo hermosa que eres.
- Me pones nerviosa cuando dices esas cosas, pero me gustan. -Podía jurar que ahora mismo mis mejillas delataban esas emociones internas.- A lo mejor, solo a lo mejor tú también te ves un poco hermoso, a veces…
- A lo mejor, un poco, a veces…cuánta dificultad para confesar que te mueres por mi, Lina Catalina.
- ¡Oye! Punto número uno – levanté un dedo- no me cuestiones, fui clara. Punto número dos – levanté otro- de esa forma solo me llama Julia y dudo que quiera compartir su manera de decirme contigo. Y punto número tres – levanto el último dedo- no me muero por tí, señor creído.
Gael soltó la risa nuevamente y volvimos a caminar en la dirección que íbamos antes. Solo que esta vez, pasó su brazo por mis hombros y caminamos de aquella forma un largo rato.
Cuando nos sentimos cansados tomamos un taxi para volver a casa, él necesitaba descansar la pierna y llevábamos horas en la vuelta. El silencio una vez más nos embargaba. A veces sentía que ese silencio era reflejo de todo lo que aún no decíamos en voz alta.
Casi cuando estábamos por llegar al edificio, se acercó a mi con movimientos lentos. Con una mano me hizo a un lado el cabello y susurró intentando que el conductor no oyera nada.
- María es mi ahijada de 2 años.- Dicho aquello dejó un tierno beso en la parte de atrás de mi oreja y volvió a tomar distancia.
***
A la mañana siguiente nos volvimos a encontrar en la zona más concurrida de la casa, la cocina. El sol apenas se asomaba y una brisa cálida ya se hacía notar a través de la ventana abierta. Una señal clara de que ya estábamos a días de comenzar el verano y las temperaturas eran más altas. Gael había puesto a hacer café, Julia también estaba en la vuelta preparando su desayuno, algo raro ya que los domingos solía dormir hasta tarde. Y aunque el sábado había librado de trabajar por fin, era muy temprano para verla ya levantada.