"𝒀𝒐 𝒔é 𝒒𝒖𝒆 𝒍𝒐 𝒏𝒖𝒆𝒔𝒕𝒓𝒐 𝒗𝒂 𝒍𝒊𝒈𝒆𝒓𝒐 𝒅𝒆 𝒆𝒒𝒖𝒊𝒑𝒂𝒋𝒆
𝑸𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒕𝒂𝒏 𝒂𝒍𝒕𝒐 𝒔𝒖 𝒌𝒊𝒍𝒐𝒎𝒆𝒕𝒓𝒂𝒋𝒆
𝒀 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒆𝒔 𝒃𝒖𝒆𝒏𝒐 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒓𝒊𝒎𝒆𝒓𝒂𝒔 𝒗𝒆𝒄𝒆𝒔."
𝑴𝒐𝒓𝒂𝒕.
El viaje en tren hasta Pamplona había sido tranquilo. Nos lo habíamos pasado leyendo y durmiendo. Lina había entrado al trabajo más temprano ya que había pedido permiso para salir un par de horas antes y yo había trabajado hasta tarde en un proyecto para el campo que pronto quería presentarle a papá.
Estábamos cansados, además de haber aflojado toda la tensión de los días anteriores en que habíamos estado alejados y sin saber del otro. Así que aprovechamos el trayecto para recuperar energías y así poder disfrutar del fin de semana familiar que nos esperaba.
Demoramos en llegar poco más de tres horas. Mamá había insistido en que tomara un vuelo, pero preferí algo más sencillo y accesible. Además de que no le había confirmado aún que iba acompañado. Estaba seguro que le haría mucha ilusión conocer a Lina pero no quise decirle nada hasta que ella lo viera con sus propios ojos.
También estaba seguro de que mis tres hermanas la recibirían con alegría y buen trato. A pesar de ser el mayor y el único hombre, siempre habíamos tenido buena relación. No era el típico hermano celoso y sobreprotector. Las cuidaba, sí. Pero confiaba en ellas.
Yo era el mayor de los cuatro, luego me seguía Irene de 22 años, Isabel con 19 y la menor, otra de mis debilidades junto a mi ahijada María, era Pilar con apenas 16.
Durante el viaje le había contado a Lina sobre ellas, sobre sus gustos, sus vidas, y todo lo que pudiera ayudarle a congeniar mejor. Al final tenían más o menos todas una edad seguida y Lina no tenía más que a Julia en España, no era mala idea que conociera más chicas de su edad y pudieran llevarse bien.
Sonreí al recordar las preguntas de Lina durante el viaje. Hasta nerviosa se veía monísima.
- Entonces Irene está de novia, casi por acabar la carrera de periodismo y vive sola a unos kilómetros de tu casa. Isabel vive con tus padres y estudia la carrera de veterinaria y la pequeña Pilar aún está en el instituto pero ya saben que va inclinada para el lado de la medicina. ¿Lo dije bien? – Me preguntó achinando los ojos por miedo a haberse equivocado.
- Lo has hecho de maravilla. Pero descuida, que nadie te tomará prueba. Solo te voy ambientando para que estés más cómoda y puedas tener tema de conversación a tu alcance. – Acaricié su mejilla mirándole a los ojos.
Estábamos los dos recostados en el respaldo del asiento, con nuestros rostros enfrentados, inmersos en nuestra conversación mientras dejábamos atrás a nuestra querida Madrid.
Así nos lo pasamos la mayor parte del trayecto en tren.
Ya cuando estábamos por llegar, dentro del taxi que nos había acercado desde la estación del tren hasta casa, tomé la mano femenina de Lina y entrelacé mis dedos con los de ella.
- Quiero que te sientas en tu casa, que no tengas miedo de ser tú. Quiero que este sea el primer fin de semana del resto de fines de semanas que vamos a pasar juntos.-
Su sonrisa como respuesta me dio paz. Lina era paz para mi vida. Y ojalá el tiempo y las circunstancias estuvieran de mi lado para poder devolverle un poquito de todo lo bien que ella me hacía.
Cuando el taxi aparcó en el camino de piedras que daba a la puerta principal de la casa noté un leve aumento en la presión que ejercía Lina sobre el agarre de nuestras manos. Sonreí. Sentirla nerviosa me provocaba ternura.
Acaricié con mi pulgar el dorso de su mano, buscando darle tranquilidad pero sobre todo seguridad. Al final, estaba haciendo aquello por mí. Conocería a mi familia y a mi mundo.
Joder, si meses atrás me decían que hoy iba a estar de esta forma me les habría reído en la cara fijo.
Solo saberme aquí, en mi casa, en mi lugar en el mundo, con mi pedacito de cielo a un lado, me hacía sentir una plenitud como pocas veces había sentido.
- ¿Lista? – Pregunté en dirección a la chica de ojos bonitos que tenía sentada a mi lado.
- Lista. – Contestó segura a pesar de que su rostro se veía algo tenso.
Aboné lo correspondiente por el viaje al conductor del taxi y descendí primero del coche afirmándome en el bastón. Di la vuelta para abrir la puerta de Lina pero entonces ella ya había bajado también.
- Y yo que pretendía abrirte la puerta cual príncipe de cuento de Disney.- Comenté galante buscando llamar su atención.
- Puedes despertarme con un beso también si tanto quieres el papel de príncipe de cuento. Oh no, cierto que el joven príncipe quiere esperar no sé qué momento para depositar un beso de verdadero amor en los labios de la princesa.
Aquel comentario de su parte a pocos segundos de presentarle a prácticamente toda mi familia me descolocó. Sonreí y rompí un poco la distancia que nos alejaba.
- Joder cariño, no me lo vuelvas a repetir porque te voy a estampar aquí mismo el beso de tu vida delante de toda mi familia y dudo mucho que la escena se te haga disfrutable con tanto público.
- Solo estaba haciendo una broma, señorito susceptible.
- No hagas bromas con situaciones que te incluyan a ti, más besos, más provocaciones. Estás advertida, bonita.
Le dejé un rápido beso en la mejilla, pero más sobre la comisura de su boca, deteniéndome en el contacto de mis labios con su piel más tiempo del necesario.
En ese momento un par de gritos fácilmente reconocibles para mí acapararon nuestra atención.
- ¡Gaaaaael, has llegado ya! ¡Por fin! Oigan todos… salgan ya, está aquí, está aquí por fin.- La voz chillona de mi hermana Pilar nos hizo reír a ambos, mientras le veíamos acercarse cada vez más.
Corrió hasta mí y con cuidado de no caerme abrí los brazos para recibirla. Aquella sensación familiar la agradecí de inmediato. Pilar era la chica más tierna y atenta del mundo. Era una hermana menor digna de un premio. La adoraba demasiado.