"𝑼𝒏 𝒑𝒐𝒆𝒎𝒂 𝒄𝒂𝒏𝒕𝒂𝒓é, 𝒚 𝒆𝒏 𝒕𝒖𝒔 𝒍𝒂𝒃𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒐𝒓𝒎𝒊𝒓é
𝒀 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒖𝒆𝒓𝒕𝒂𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐 𝒍𝒍𝒆𝒈𝒂𝒓é
𝑬𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒆𝒔𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒊𝒈𝒐
𝑴𝒆 𝒔𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒆𝒏 𝒑𝒍𝒆𝒏𝒐 𝒗𝒆𝒓𝒂𝒏𝒐
𝑳𝒍𝒆𝒈𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒂 𝒑𝒖𝒆𝒓𝒕𝒂𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐 𝒚 𝒅𝒆 𝒕𝒖 𝒎𝒂𝒏𝒐."
𝑫𝒐𝒏𝒂𝒕𝒐 𝒚 𝑬𝒔𝒕é𝒇𝒂𝒏𝒐.
Me desperté temprano en la mañana. Era domingo y nuestro viaje de fin de semana llegaba a su fin, así que pretendía sacarle el mayor jugo posible al día, antes de la hora de salida del tren que nos llevaría de regreso a Madrid.
La noche anterior había acabado de la mejor manera. Una vez la fiesta llegó a su fin, nos quedamos todos reunidos en nuestra mesa, repasando la ceremonia, recordando anécdotas de los 25 años de matrimonio y compartiendo uno de los últimos momentos con la familia completa. Irene se fue esa misma noche con Raúl. Isa había quedado temprano con una amiga. Y Lina y yo nos iríamos a media tarde sin nueva fecha de regreso.
No pudimos evitar los comentarios dramáticos de mamá haciendo alusión a que ya todos éramos adultos y con vidas propias. Y volvió a repetir eso del nido vacío, la casa sin ruidos y la nostalgia por los tiempos de antes en familia. Pilar se quejó en voz alta por no valorar su presencia según ella y aquello me hizo gracia. Pilar era la más pequeña pero era tan madura para sus cortos 16 años que no podía evitar sentir una admiración especial por ella. Era la más parecida a mí en carácter, pero físicamente era la viva imagen de mamá, la única que se parecía a ella, con su pelo rubio cobrizo que le llegaba casi a la mitad de la espalda y los ojos color miel tan perfectos para su bonito y definido rostro. En cambio mis otras dos hermanas y yo, habíamos sacado el azul profundo de los ojos de papá.
Antes de ir a la cocina, decidí pasar por la habitación de Lina.
La noche anterior la había dejado allí a regañadientes, después de tenerla para mí de manera tan íntima, habiéndola besado y sentido mía, se me hacía más difícil dejarla. Pero no fui insistente. Nos dimos un último beso de buenas noches y me retiré como un buen caballero a mis aposentos.
Lo que sí me costó fue conciliar el sueño, algo que últimamente sucedía demasiado.
Di vueltas en la cama un buen rato, repasando todo lo vivido.
Estaba feliz, de eso no tenía dudas, pero un leve cosquilleo por lo que vendría no me dejaba terminar de disfrutarlo por completo.
Tenía un puto miedo de cagar todo que podía sentir cómo el corazón se aceleraba de solo imaginarlo.
Siempre había sido un alma libre en lo sexual, pasando por la cama de incontables mujeres. Me di el gusto de vivir como sentía y según lo que el cuerpo me pedía. Sin embargo ahora llevaba casi 4 meses en los que no mantenía ningún tipo de relación íntima. Y eso era todo un acontecimiento en mi vida. ¡Vaya si lo era!
Pero también debía ser claro conmigo mismo y no engañarme, no había existido tentación de hacerlo. Más allá de algún que otro mensaje de texto por parte de una o dos chicas con las que solía frecuentar, mis deseos estaban puestos plenamente en conquistarla a ella.
En cambio desde anoche, la cosa pasaba a ser distinta, empezaba a haber otra confianza con Lina, una nueva cercanía y un nuevo vínculo. Y temía no poder cumplir con mi propia promesa de amarla a su manera y como ella necesitaba. Quería hacerlo, de verdad quería, pero resistirme a sus encantos no sería tarea fácil, eso lo podía asegurar.
Entré entonces en el cuarto de Lina divisando el contorno de su cuerpo por debajo de la sábana. Su larga melena castaña descansaba a un costado y ella boca abajo se mantenía en un sueño profundo. Se veía perfecta.
La habitación ya olía a ella, a ese aroma exquisito y único que no se parecía al de nada ni nadie más. Di dos pasos en su dirección y dejé sobre la sábana blanca un girasol. El primero de los infinitos que pensaba regalarle.
Quería que al despertar fuera lo primero que sus ojos vieran.
Salí con cuidado de no hacer ruido. Pretendía que durmiera un poco más y así meterme en la cocina a hacer lo mío.
Pilar dormía hasta altas horas del día y mis padres saldrían a desayunar fuera, algo por lo que agradecí cuando me lo hicieron saber la noche anterior.
Bajé la escalera de mármol sujetándome a la baranda de hierro negro, la pierna iba mejorando pero había ciertos movimientos que costaban más que otros. Entré en la cocina y me dispuse a prepararlo todo, café, tostadas, frutas de estación cortadas y presentadas en un plato y algunas sobras de la fiesta como pastel y otros bocaditos salados.
Tan metido en mis tareas estaba que no había sido consciente de que alguien me observaba. Levanté la mirada hacia donde sentí esa presencia y entonces la vi allí de pie. Recostada en el umbral que delimitaba el pasillo central de la cocina, con sus brazos cruzados y esa sonrisa tan suya que le nacía cuando observaba algo con admiración.
- ¿Me admiras tanto por ser un chico guapo, sexy, dulce y super besable? – Cuestioné juguetón notando el cambio en el rostro de mi novia.
- Serás creído… -Respondió mientras avanzaba hacia mí a paso seguro.
- ¿Entonces? – Tomé una fresa del plato y la llevé a mi boca entera sin apartar la vista de Lina.
- Entonces te admiro por desenvolverte tan bien en la cocina. – Sonreí masticando sin poder creer lo que decía.- Te sentí en la habitación cuando saliste. No tardé ni 20 minutos en bajar, ¿cómo es posible que ya tengas todo esto montado? - hablaba rápido y con incredulidad, repasando con sus ojos todo lo allí servido.- El café huele bien, las tostadas no se quemaron y cortaste la fruta como si fueras el chef de un restaurante con 3 estrellas Michelin.
- Noto un pequeño tono de envidia en tus palabras, ¿o será qué me estoy equivocando? – La tuve de pie delante de mí y entonces llevé mis manos a su cintura, sujeté sus costados y la levanté del suelo para dejarla sentada sobre el borde de la encimera.- Joder, cariño, no imaginé que tenerte a mi altura fuera tan atractivo.
Me azotó el brazo a modo de queja y con un puchero tierno en su boca entrelazó sus manos alrededor de mi cuello.