Esperaré Para Amarte

Capítulo 36 - Gael

𝑵𝒐 𝒔é 𝒔𝒊 𝒄𝒂𝒍𝒍𝒂𝒓 𝒚 𝒔𝒆𝒓 𝒖𝒏 𝒉𝒐𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒎𝒖𝒆𝒓𝒕𝒐
𝑫𝒆 𝒆𝒔𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒈𝒖𝒂𝒓𝒅𝒂𝒏 𝒍𝒂𝒔 𝒑𝒂𝒍𝒂𝒃𝒓𝒂𝒔 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒅𝒆𝒏𝒕𝒓𝒐
𝑵𝒐 𝒔é 𝒔𝒊 𝒄𝒂𝒍𝒍𝒂𝒓, 𝒏𝒐 𝒔é 𝒔𝒊 𝒈𝒓𝒊𝒕𝒂𝒓
𝑳𝒂 𝒔𝒖𝒆𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒏 𝒆𝒍 𝒇𝒐𝒏𝒅𝒐 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒎𝒆 𝒅𝒂 𝒊𝒈𝒖𝒂𝒍.

𝑳𝒖𝒊𝒔 𝑪𝒆𝒑𝒆𝒅𝒂.

 

Los días siguientes nos vimos poco con Lina. Tanto ella como Julia preparaban el proyecto final del curso que habían comenzado hacía ya poco más de 6 meses. A diferencia de las clases que las tomaban de manera virtual, la última entrega estaba pautada presencialmente en la sede que les correspondía, en el caso de ellas, en Madrid. Así que no quería molestar demasiado.

Nos veíamos por las noches durante la cena y luego las dos volvían a desaparecer. Julia se había tomado los días libres por estudio en el bar, pero Lina, por el contrario, seguía con su horario habitual en la biblioteca. Como ella decía, más que trabajar, lo que hacía allí era disfrutar.

Caminé por el pasillo principal de la clínica con una sensación extraña instalada en la boca de mi estómago. Se suponía que los resultados de la resonancia hecha días atrás, arrojarían en los resultados si debía continuar con algún tratamiento más o si ya tenía el alta completa a mi lesión.

Llevaba semanas con nuevas rutinas, trabajando mucho más todo lo referente a la fuerza y a los movimientos de mi pierna. Si bien ya caminaba solo y de manera completamente normal desde que el verano había acabado, los médicos  querían estar seguros por completo de que no había riesgos de lastimarme peor si volvía a ejercitarme o jugar fútbol.

La puerta del consultorio del Doctor Méndez apareció frente a mis narices cuando giré a mano derecha desde el pasillo. La misma sala de espera que hacía varios meses atrás me esperaba nuevamente. Esta vez no para recibir un diagnóstico ni un programa de recuperación, sino para saber por fin si estaba libre de consultas, ejercicios y sesiones de fisioterapia.

Lo extraño era que pensar en eso me volvía loco, pero no en el buen sentido. Me volvía loco de ansiedad enfrentarme a algo nuevo ahora que compartía mi vida con Lina. 
Mi estadía en Madrid y más aún, mi estancia en casa de Julia tenía como objetivo recuperarme. ¿Entonces si recibía el alta debía irme? Miles de preguntas me daban vuelta por la maldita cabeza y noté enseguida como aquello influyó en mi humor de manera notoria.

***

Una vez dentro del consultorio y cansado de escuchar por parte del médico palabras llenas de tecnicismos, lo frené en seco.

-    Doctor, por favor, vayamos al grano. ¿Qué arrojó la resonancia? – Pregunté sin preámbulos intentando mantener la calma. 
La pierna izquierda no paraba de moverse de arriba abajo denunciando con aquel tic nervioso lo impaciente que estaba por escucharle.

-    Gael, muchacho, tranquilo. Eres libre. – La voz alegre del médico confirmaba lo que creía haber escuchado.

-     Ya...eee-entonces puedo…puedo hacer vida…

-    Puedes hacer vida completamente normal, tan normal como antes de que todo esto sucediera.- Respondió por mí antes de que acabara de formular mi pregunta.- Eso quiere decir que ya puedes volver a entrenar. Ponerte en forma nuevamente hasta estar listo para volver al campo a jugar.

-    Bueno, no sé si eso sea opción. Será algo a evaluar.- Me excusé para no darle ninguna explicación. No la necesitaba de todos modos.

-    Tú padre ya está al tanto de tu alta, Gael. Tenías que haberle oído como festejaba al teléfono cuando le llamé esta misma mañana.

Al instante mis manos se cerraron en puños sobre mis piernas. No quería pagarlo con aquel hombre sentado frente a mí con una sonrisa de orgullo por haber cumplido con su trabajo. Pero la noticia de que mi padre supiera de mi recuperación con antelación me provocaba demasiado inconformismo.

Me despedí del médico sin ganas y me retiré de la clínica dispuesto a poner fin a todo lo referente al fútbol. Ya era hora, y si no lo hacía precisamente en el momento de saberme recuperado, entonces no lo haría más.

Durante el trayecto de regreso saqué el móvil mientras caminaba en dirección al apartamento y marqué el número de mi padre. No contestó.

-    ¡Joder! – Apreté el aparato en mi mano y antes de darlo contra algo lo volví a guardar en mi pantalón.
Aceleré el paso una vez más. No sabía por qué pero una ansiedad rara se había instalado en mi cuerpo y necesitaba dejarla salir como sea.

Minutos más tarde entré en el edificio apurado, tanto que no sentí ni el cotidiano saludo de Héctor, el portero. Me metí en el primer ascensor libre y subí al piso correspondiente. Sabía que Lina no estaría en casa y probablemente Julia tampoco. Así que tomaría una ducha fría para aclarar ideas y luego me ocuparía de intentar contactar nuevamente a mi padre.

Pero lo que no esperaba para nada  era encontrármelo dentro de mi residencia. Sentado en el sofá de la sala con mi prima a su lado con gesto incómodo en su rostro por tenerle allí. Ella sabía lo contradictoria que era mi relación con él. Quizás la única en mi familia a la que le había hablado sin pelos en la lengua de todo lo que sentía y pensaba sobre sus exigencias y mandatos de vida sutilmente ocultos en deseos para su único hijo varón.

-    ¿Qué haces tú aquí? 
El tono de mi voz no pudo disimular lo muy en desacuerdo que estaba de tenerle en Madrid.

-    ¿Esas son formas de recibir a tu padre? Vamos hijo, venga un abrazo que me he enterado de las buenas nuevas.

No iba a montar un numerito por haberse metido en mis asuntos una vez más. No iba a soltarle frente a Julia que no quería jugar más al fútbol de manera definitiva. No la pondría en aquella situación.

Me acerqué sin ánimos pero intentando poner mi mejor cara y nos abrazamos como siempre. Dándonos un abrazo de esos que tienen el toque justo de cariño. Así era mi padre, a diferencia de mis hermanas, conmigo solía tener cierta distancia afectiva. Pero eso sí, para reencarnar sus sueños, para eso sí yo era bueno.



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En el texto hay: distancia, amor, amistad

Editado: 27.04.2024

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