"‘𝑪𝒂𝒖𝒔𝒆 𝒂𝒍𝒍 𝒐𝒇 𝒎𝒆
𝑳𝒐𝒗𝒆𝒔 𝒂𝒍𝒍 𝒐𝒇 𝒚𝒐𝒖
𝑳𝒐𝒗𝒆 𝒚𝒐𝒖𝒓 𝒄𝒖𝒓𝒗𝒆𝒔 𝒂𝒏𝒅 𝒂𝒍𝒍 𝒚𝒐𝒖𝒓 𝒆𝒅𝒈𝒆𝒔
𝑨𝒍𝒍 𝒚𝒐𝒖𝒓 𝒑𝒆𝒓𝒇𝒆𝒄𝒕 𝒊𝒎𝒑𝒆𝒓𝒇𝒆𝒄𝒕𝒊𝒐𝒏𝒔
𝑮𝒊𝒗𝒆 𝒚𝒐𝒖𝒓 𝒂𝒍𝒍 𝒕𝒐 𝒎𝒆
𝑰’𝒍𝒍 𝒈𝒊𝒗𝒆 𝒎𝒚 𝒂𝒍𝒍 𝒕𝒐 𝒚𝒐𝒖
𝒀𝒐𝒖’𝒓𝒆 𝒎𝒚 𝒆𝒏𝒅 𝒂𝒏𝒅 𝒎𝒚 𝒃𝒆𝒈𝒊𝒏𝒏𝒊𝒏𝒈
𝑬𝒗𝒆𝒏 𝒘𝒉𝒆𝒏 𝑰 𝒍𝒐𝒔𝒆, 𝑰'𝒎 𝒘𝒊𝒏𝒏𝒊𝒏𝒈
‘𝑪𝒂𝒖𝒔𝒆 𝑰 𝒈𝒊𝒗𝒆 𝒚𝒐𝒖 𝒂𝒍𝒍 𝒐𝒇 𝒎𝒆
𝑨𝒏𝒅 𝒚𝒐𝒖 𝒈𝒊𝒗𝒆 𝒎𝒆 𝒂𝒍𝒍 𝒐𝒇 𝒚𝒐𝒖."
𝑱𝒐𝒉𝒏 𝑳𝒆𝒈𝒆𝒏𝒅.
Al día siguiente de nuestra conversación, fue mi propio padre el que me llevó directo al aeropuerto. No fue necesario que se lo pidiera, bastó con verme aparecer con una pequeña maleta en la sala, donde todos pasaban un rato agradable luego del desayuno y con solo un gesto de su cabeza, se ofreció para acompañarme en aquella decisión, una de las más importantes de mi vida sin lugar a dudas.
El camino en coche hasta el aeropuerto fue incómodo. Estaba inquieto, ansioso y encabronado con el maldito tránsito que al parecer se había puesto en contra de que llegase a tiempo.
La noche anterior había reservado pasaje a través de la página de la agencia por la que viajaría, por lo que me negaba rotundamente a perder el vuelo. No podía esperar ni un minuto más para ver a Lina.
Iba a ciegas, esa era la verdad, ya que no quise decirle nada a Lina, había decidido improvisar al llegar y como bien dice el dicho “que pase lo que tenga que pasar”. Le había pedido a Julia que me facilitara el contacto del padre de Lina, para una vez llegar poder esperarla en su casa, que de hecho, no tenía idea de dónde quedaba.
Como si se tratase de estarle cumpliendo su deseo más profundo, mi prima me envió por mensaje todos sus datos al instante con más emoción de la que esperaba, cuando supo lo que tenía en mente. Hasta el nombre del hospital donde estaba internada la mamá de su amiga. Parecía que todo iba tomando color. Ahora solo necesitaba estar camino a Uruguay, sobre el avión y sin imprevistos de último momento.
- Hay silencios que valen más que mil palabras. ¿Nervioso? – Preguntó papá rompiendo la incomodidad y demostrando empatía conmigo. Todavía seguía sin acostumbrarme a sus nuevos intereses sinceros hacia mí.
- Demasiado, no me gusta sentirme así, me pone incómodo y la maldita impotencia me vuelve loco.- Respondí con sinceridad fijando la mirada hacia el exterior.
Los últimos días había nevado fuerte en Pamplona y las calles aún estaban colapsadas de nieve. Una maravilla de paisaje para mis ojos.
Quizás podía sonar egoísta, pero las tormentas de nieve viviendo en el campo eran todo un espectáculo y me encantaban. De niño, recuerdo perderme por horas armando figuras con mis hermanas, al igual que luego ayudaba a papá a retirar de las entradas de la casa las montañas enormes que se formaban. Los días posteriores sí que no eran de mi total agrado, todo comenzaba a volverse agua y las máquinas quitanieve se convertían en las verdaderas protagonistas de las calles durante unos cuantos días más, en una intensa carrera por despejar las rutas y avenidas más transitadas.
- No todos los días decides cruzar a la otra punta del planeta para recuperar al amor de tu vida. Eres de lo que ya no hay, hijo. – Sus palabras sonaron sinceras y hasta tocaron alguna fibra de mi corazón rencoroso.
- Ya lo veremos papá, ya veremos si tomé la decisión a tiempo. – Contesté inseguro y con temor de solo sopesar la idea de que Lina me rebotase. Aunque estaba en todo su derecho de hacerlo.
El resto del camino lo pasamos en silencio y no fue hasta verme llegando al aeropuerto aún en hora para mi vuelo, que respiré en paz por fin.
Ya en la puerta de embarque me giré hasta papá cuando llegó mi turno de ingresar y donde papá ya no podía acompañarme.
- Papá, se que hemos tenido nuestros desencuentros pero todo esto ha sido gracias a ti también, me diste el empujón que me faltaba y te estaré agradecido el resto de mi vida pase lo que pase.
- Shhh… -susurró con una sonrisa.
Rompió la distancia entre nosotros para fundirnos en un abrazo sincero y cariñoso a diferencia de lo que siempre solían ser nuestras demostraciones de cariño o afecto.
- Cuídala, Gael. Cuídala mucho que es una muy buena chica.
- Así será, papá. Gracias.
Palmeó mi espalda una última vez y entonces sí me di vuelta maleta en mano para enseñar los documentos necesarios a la chica encargada de controlarlos.
- Hijo… -me giré al sentir la voz de mi padre una vez más- te quiero.
Sonreí con emoción ante sus palabras y asentí antes de por fin perderme por aquella puerta que me llevaría al destino donde la mujer de mis sueños seguro ni esperaba verme aparecer.
Unas cuantas horas después el avión tocó suelo uruguayo y ni bien puse un pie fuera del aeropuerto el calor intenso me abrazó. Había tomado en cuenta aquel detalle aconsejado por Julia, que al tanto de todo como buena chica que era, me había recomendado no viajar tan abrigado. Y lo bien que había hecho.
Sin preámbulos, teclee el número de Francisco, padre de Lina, el cual sonó apenas dos veces y una voz con acento uruguayo me contestó del otro lado.
Solo con decirle mi nombre aquel hombre de experiencia supo de quién se trataba. Le pedí vernos en los alrededores de su casa y afortunadamente estaba cerca, casi por regresar al hospital donde según me había dicho, Lina cuidaba a su esposa mientras él tomaba un descanso.
Nos saludamos cordialmente con un gesto de manos y tomamos asiento en una mesa apartada de un bar cercano a la casa de Don Francisco.
Hablamos durante horas, fui sincero con él. Desde mi comienzo con su hija hasta el día presente. Fui sincero con mis temores, pero también lo fui al hablarle de lo que sentía, de lo que Lina significaba para mí y de cuánto estaba dispuesto a hacer por darle la mejor vida. Aquel hombre con semblante sereno y rostro bonachón, me escuchó atento, sonrió en alguna oportunidad y asintió en otras. Parecía entenderme y aunque hablaba poco, no tenía cara de querer matarme aún sabiendo que era el causante de la tristeza en su hija.