Los rayos del sol entraban por una ventana, permitiendo ver una cama con sábanas blancas y dos personas envueltas en ellas. Una mujer se levantó de pronto, era Loyda. Se vistió rápidamente, pues a pesar de la asombrosa noche que había tenido no olvidaba que tenía una misión que cumplir para el amo. Estaba a punto de despertar a Víctor, pero no lo hizo, estaba completamente dormido y a ella se le hacía tan adorable; en su lugar decidió dejarle una nota, que decía:“Te veré cuando vuelva, te amo, cuida mi libro por mí”. Loyda se dirigió a la habitación donde estaba su amo, pero cuando ella llegó, ellos ya estaban en las escaleras, era la última en llegar. Se sintió completamente apenada.
— Lo siento. — Dijo con la mirada abajo.
— No importa, querida. — Dijo Flareon. — Ahora que estamos aquí, podemos partir.
Los cinco Dobutsuonis siguieron a Flareon por todo el bosque hacia la salida del templo, nadie podía salir sin permiso, ya que ese lugar era seguro para ellos y no podían arriesgarse a que el descuido de uno pusiera en peligro a todos. Después de una larga caminata llegaron a la salida del templo, dejando una gigantesca puerta de madera atrás, solo Flareon podía salir de ahí. Los cinco admiraron el paisaje; el mar, hacía años que lo único que veían era el interior del templo, pero sabían que era por su bien.
— Es hermoso.— Afirmó Flareon.
— Bellísimo. — Contestó Rosy.
— Algún día el mundo volverá a ser nuestro. Acabaremos con todos los humanos. — Aseguró Flareon.— Ahora, cruzarán el mar con este bote. — Les señaló una pequeña balsa orillada.— No deberían tener problemas en el viaje, nadie viene a este lado del mar, esa es la razón por la que hemos estado a salvo. El viaje durara unas horas, solo investiguen el armamento de los humanos y cuando hayan visto que tanta artillería tiene, regresen, después acabaremos con ellos.
Los cinco asintieron y comenzaron a subir a la balsa.
— Recuerden, no usen sus poderes a menos de ser necesario. No necesitamos llamar la atención aún. — Les advirtió.
Una vez todos estuvieron en la balsa, está zarpó y comenzó a dejar el templo atrás. El viaje duró por varias horas, como Flareon dijo, después llegaron a una orilla, tierra firme, por lo que decidieron bajar con cuidado.En la arena había algo que les llamó la atención: cientos de personas recostadas en la arena, nadando en el mar y jugando entre ellos.
— ¿Estos son los salvajes humanos que acabaron con nosotros? — Preguntó uno de los chicos.
— Tal vez están descansando solamente. — Sugirió Loyda.
Se dispusieron a dejar la orilla del mar y entraron en la ciudad, completamente desconcertados. Las personas que veían ahí no eran los barbaros que Flareon les había contado, eran personas bien arregladas y desprendían buen olor, gente educada que se saludaba entre ellos. Había edificios gigantes, muchos hombres caminando con portafolios, y mujeres tomando té.
— ¿Qué diablos es esto? — Preguntó Martha.
— Tal vez tienen las armas escondidas. — Dijo el hombre robusto.
— ¡No! ¡Miren! — Gritó Rosy. Un policía sacó un arma y comenzó a perseguir a un hombre.
— ¡Lo sabía! ¡Son bestias! — Gritó el hombre fuerte.
El policía detuvo a un ladrón y le quito un bolso, una mujer se acercó agradeciendole por haber recuperado su bolso.
— No… esperen… eso definitivamente no era algo malo, él solo estaba ayudando.
— En serio, ¿Qué diablos está pasando aquí? — Insistió Martha desconcertada.
— Tal vez… ellos han evolucionado como sociedad. — Sugirió Loyda.— Ya no son los hombres salvajes que nos contaron.
— Averigüémoslo. — Dijo el robusto. — ¡Oye, tu! — Le gritó a un hombre. — ¿Qué opinas de los Dobutsuonis? — Le preguntó cuándo tuvo su atención.
— ¿Los que? — Preguntó desconcertado, pero luego estallo en carcajadas. — Amigo, no sé de qué hablas, pero no tengo tiempo ahora, trabajo para el Gobierno, y voy tarde ya…
— ¿Gobierno? — Preguntaron todos.
— “Dobutsuonis”. — Se burló el hombre mientras se alejaba.
— Ellos… no saben de nosotros. — Dijo Loyda.
— Esto es algo bueno, podemos intentar convivir de nuevo con ellos. — Dijo Rosy.
— ¡Exacto! ¡El amo estará tan feliz! — Se alegró Martha.
— Debemos volver de inmediato y decírselo. — Sugirió el hombre. Los cinco volvieron muy emocionados a la balsa y emprendieron el viaje de regreso. Tomaron las mismas horas que la primera vez, pero esta vez no lo sintieron, pues estaban tan emocionados hablando sobre la nueva oportunidad que tenían frente a ellos. Una vez se acercaron a la orilla lograron visualizar a Flareon a lo lejos.
— ¡Amo! — Gritó Rosy emocionada.
— ¿Qué pasa? ¿Qué tan peligrosos son? — Preguntó emocionado, era como si deseara pelear.
— De hecho amo… no lo son. — Dijo un hombre.
— ¿Serán presa fácil para nosotros?
— ¿Qué? ¡No, no! ¡Todo lo contrario! Ellos han cambiado, podemos empezar de nuevo.— La cara de Flareon se contrajo.
— ¿Qué? — Articuló sin poder creérselo.
— ¡Ellos viven en paz ahora, podemos empezar de cero! — Exclamó Martha feliz.
— ¡No! — Atajó sin pensarlo, todos se sorprendieron.
— No confió en los humanos, ya vivíamos en paz una vez con ellos y mira como terminó todo. Estamos escondidos como cobardes en lugar de vivir un mundo que fue hecho para nosotros, ¡Pero ya no más!
— ¡No, amo…! Se equivoca, ellos han cambiado, los otros deben saberlo.
— No, no le daré falsas esperanzas a mi pueblo. Ellos necesitan motivación para acabar con los humanos.
— ¿Aun planea acabar con ellos después de todo lo que les dijimos? — Preguntó el hombre rubio sorprendido.
— Por supuesto, cuando ellos se enteren que los cinco Dobutsuonis que envié fueron asesinados por los humanos, querrán acabarlos.
— Pero nosotros no…— Comenzó Loyda.
— ¡Oh, no! — Exclamó el hombre pelirrojo cuando se dio cuenta. — ¡Corran!
Pero fue tarde. Flareon atravesó con sus garras al hombre.
— ¡Eres un maldito! — Gritó el hombre rubio. — ¿¡Cómo puedes asesinar a tu propia especie!?
— Se tienen que hacer algunos sacrificios para acabar a toda una raza.
— No lo harás. — Dijo Loyda furiosa. El espíritu del zorro la rodeó y se transformó. Levantó sus manos y Flareon quedó paralizado sin poder moverse.
— ¡Ataquen!— Rosy hizo que algunas ramas de los árboles se estiraran, movió sus manos, y el brazo y la pierna izquierda de Flareon fueron atrapadas.
— ¡Malditos! — Gruñó de dolor mientras era constreñido por las ramas de Rosy. Posteriormente lanzó una gran bola de fuego, pero esta era interceptada por una especie de burbuja lanzada por Martha, y al chocar explotaron.
Flareon usó sus llamaradas para cortar las ramas que lo tenían inmovilizado, dejando ver su brazo y pierna ensangrentados, pero aun cuando había logrado liberarse, sabía que algo no andaba bien.
— ¿Puedes sentirlo, no? — Sonrió Rosy satisfecha. — Aún cuando hayas cortado las ramas, varias semillas ya fueron introducidas en tu pierna y brazo, en poco tiempo germinarán y se extenderán a todo tu cuerpo, matándote por dentro, traidor.
—Váyanse de aquí. — Sonrió el hombre rubio mientras levantaba sus manos y el agua las arrastraba al mar, pues sabía que no saldrían vivos de ahí. Podrían lastimar a Flareon, pero no asesinarlo. Las tres comenzaron a ahogarse, pero Martha las puso en una de sus burbujas, permitiéndoles respirar, aún así la corriente era muy fuerte, por lo que las burbujas fueron arrastradas lejos de ahí.
Flareon miraba como se alejaban con coraje. No dijo nada, y en un movimiento que nadie esperaba, de su boca expulsó una gran llamarada para amputar su pierna y su brazo izquierdo.
Dio un grito de dolor, y un gran charco de sangre se formó en la arena.
— Solo tú y yo, traidor. — Dijo el hombre rubio. Ambos se lanzaron el uno contra el otro, causando una gran explosión.
El grupo de Víctor caminaba dentro del templo.
— ¿Se lo dijiste? — Preguntó Mary.
— Así es, y dijo que sí.
— ¡Te lo dije! — Dijo Ismael mientras le daba una palmada en la espalda.
— ¿Cómo se lo pediste? — Chilló Mary emocionada.
— Bueno, fue…
Pero Víctor fue interrumpido por la gran explosión fuera del templo, por lo que todos corrieron hacia hallá.
El pueblo no tardó mucho en llegar, pero cuando llegaron ahí solo vieron a Flareon tirado, sin una pierna y un brazo.
— ¡Amo! ¿Qué le pasó? — Gritó Víctor mientras lo levantaba.
— Los humanos… ellos… me atacaron…
— ¿Qué? — Se alarmo Mary, y no solo ella, todo el pueblo.
— Ellos… mataron a los cinco que envié y vinieron hacia aquí… estamos en peligro… debemos salir de aquí lo antes posible…
El pueblo se movilizó rápidamente y tomaron a Flareon en sus brazos. Todos comenzaron a dejar el lugar, excepto Víctor y sus amigos, ellos contemplaban el mar…
— Loyda…— Comenzó a balbucear Víctor.
— Víctor…— Murmuraron ambos.
— Loyda… Loyda… ¡LOYDA! — Gritó a todo pulmón al mar.Y de pronto, de la nada, gracias a la furia de los tres, sus poderes despertaron, los tres al mismo tiempo. Esos tres amigos amables y con sueños se habían convertido en Spark, Shark y Leafdy.
El resto es historia. Todo el pueblo dejo el templo, Flareon lo destruyó para asegurarse de que nadie regresara antes de irse, todos tomaron lo más importante. Spark tomó varias fotos de ellos y el libro con el cual le había pedido matrimonio, el plan de Flareon no salió como esperaba… todos comenzaron a dejarlo por miedo, pues ahora él no podía protegerlos, era tiempo de buscar un nuevo alfa. Los únicos que se quedaron con él fue el grupo de Spark, y junto a él, juraron vengarse de los humanos, de todos ellos. Loyda logró volver para buscar a Víctor, pero no encontró nada, solo el viejo templo destruido.
— Se acabó, Flareon debió acabar con todos. — Dijo Rosy tratando de consolar a una quebrada Loyda.— ¿Qué haremos ahora? — Preguntó Rosy.
— Vayamos con los humanos, ellos son amables ahora.
— ¿Y qué haremos? — Dijo Loyda entre llantos.
— Lo resolveremos, juntas. — Aseguró Martha.
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Editado: 27.04.2021