25 días para Navidad | Inglaterra | 2019
– Quiero que te cases conmigo – Comento Sean emocionado por una respuesta, mientras sostenía la mano de Uriel con una tenue sonrisita esperanzadora.
Lo había llevado a un parque acompañado por una iglesia con un alto índice de turistas y es que quien no se derretiría por una velada romántica en Bristol, las pequeñas iglesias y estaciones bombardeadas a partir de la Segunda Guerra Mundial con pequeñas ruinas adornando la estela nocturna, a Uriel no le molestaba en absoluto, no lo hacía, le molestaba más Sean y su odioso perseguir hacia él, nunca desearía tener algo mucho más lejos que besos y abrazos con él.
De hecho, había empezado a salir con Sean porque era un bufón de la alta clase, trabajaban en la misma firma de abogados y solo quería asegurarse de que el idiota más grande del mundo no usurpara su lugar, pero Sean era irritablemente guapo imposible no sentir una atracción inhumana por él.
¿Por qué le estaba pidiendo matrimonio? ¿Acaso Sean creía que era idiota? Se sobrevaloraba demasiado y eso no iba con Uriel, él había intentado de muchas formas tener un control férreo sobre Uriel. Que fuera el tipo sumiso con él cual podía llegar a casa darse un buen polvo y acostarse a dormir tranquilo, sin problemas, sin preocupaciones. Pero había un insignificante problema y es que Uriel no se dejaría controlar ni gobernar por nadie, él solo estaba sujeto a conveniencia y principalmente a sus intereses.
La única razón por la que estaba con Sean era porque con su falsedad se había ganado a su padre, mucho más de lo que el propio Uriel podía llegar a hacer, y es que el problema no es que era gay, en pleno siglo veintiuno ese sería el peor de sus problemas, Uriel tenía ya veintinueve años llenos de experiencia, dotado de capacidad y sobre todo con los mejores créditos de abogacía, era imposible que le negaran la entrada a la empresa familiar, era el único varón lo suficientemente apto para heredar la firma.
Close your eyes and you will have it, el sueño más cercano al éxito de Uriel, pero ¿por qué parecía que siempre estaba lejos de él? Uriel nunca entendió que era lo que le faltaba, su abuelo siempre escapaba de él diciendo “aún no estas listo para todo esto, cariño.” Era lo que más detestaba del asunto y su papá solo vivía para decirle durante los últimos cinco años que se consiga a una pareja, no sabía a quien detestar más, si a su padre o a su abuelo.
Ni hablar de sus primas, oh si, esas brujas estiradas, ¿él las quería? Probablemente no, ni en sus sueños más dulces podría imaginarse abrazando a una de sus primas, eran tan odiosas, se encargaban de hacerle la vida chiquita cuando estaban en casa, su familia tenía la extraña costumbre de hacer las reuniones familiares, sí, “las tan esperadas reuniones”. Donde se juntaba todo el mundo con el único objetivo de centrarse en él, en lo que había hecho, en emparejarlo con todo objeto rastrero que pudieran encontrar. ¿Por qué no lo dejaban en paz?
Tenía planeado acabar con todo de una maldita vez, dejaría al imbécil de Sean atragantarse con las ruinas de Bristol, iría a casa y reclamaría lo que por derecho le pertenece, que su padre se folle a Sean si tanto lo quería.
– Uriel, bebé te estoy hablando. ¿Escuchaste lo que dije? – interceptó Sean trayendo a la realidad a Uriel, Sean se colocó de rodillas tomando la mano de Uriel y rosando sus labios contra ella. A Uriel le pareció asqueroso que lo llamara bebé ¿de verdad Sean creía que se rendiría ante él?
Uriel miró a su alrededor, las velas que sostenían las parejas adornaban el lugar en torno a él y su idiota arrodillado, “¡ja! Este idiota cree que bajo presión social diré que sí.” Pensó para sus adentros Uriel.
– Uriel… ¿qué dices? – Insistió el contrario con una sonrisa de vencedor.
– No. - Respondió secamente.
- ¡Diablos, Uriel! – comentó Sean parándose furioso del lugar.
– Ahora si se ven tus verdaderos colores. – Comentó Uriel viendo como toda la gente que había estado acumulada en el lugar se alejaba.
– Creíste que por ser el lamebotas de mi papá pasarías a ser “algo más” nunca me importaste, solo estaba contigo para que papá me favoreciera, después de todo eres su idiota favorito, nunca me gustaron tus estúpidas flores, y son alérgico a las almendras así que siempre me encargué de liquidar tus pasteles comprados. – Estalló Uriel sin tacto ni cuidado alguno de sus palabras.
- ¿Crees que esto es un juego Uriel? ¿Crees que por si solo vas a conseguir la firma? ¡No! ¿Sabes por qué? Porque tu no tienes lo necesario, solo eres el culo bonito de la empresa, el hijo sobrado del jefe, ¿no crees que, si te la fueran a heredar, esos vejestorios ya lo habrían hecho? No importa cómo, ni cuando, te tendré, vendrás a mi y será irremediable. – Finalizó Sean, decir que estaba furioso era poco, tenía una pequeña obsesión con Uriel, desde que lo vio decidió que seria para él, que formaría una vida con él, Sean se había enamorado, demostrando que hasta los corazones más oscuros conocen el amor. De eso poco le importaba a Uriel.
De haberse quedado solo en el lugar tras la partida de Sean, más que ofuscarlo pareció aliviarlo, revisó su celular en busca de alguna señal de su trabajo. Pero nada, la noche del uno de diciembre había sido muy tranquila para él, camino por las calles de Bristol un rato más y buscó un hotel para quedarse a pasar la noche, ya mañana encontraría un tren que lo llevara a Londres a primera hora del día.
Esa noche cuando Uriel miro al cielo sintió algo diferente, algo más que alivio, siempre estuvo inundado de tristeza desde que su madre se fue su vida se volvió un tormento. Uriel se recostó en la cama de su habitación de hotel y suspiró, ¿por qué su madre los había abandonado? Cuando él era pequeño era feliz, las reuniones lo hacían feliz, la navidad lo hacían feliz.
No, no eran los regalos por lo que la navidad era su época más favorita, era porque podía tener un regalo más grande que todos los que le dejaban bajo el árbol, amor. Sus tías y sus tíos se reunían en el lugar y le daban abrazos y besos, su madre le daba galletas y su padre lo alzaba por los aires ayudándolo a tratar de alcanzar el cielo con sus manos, sus primas una menor y dos mayores jugaban toda la temporada con él. Nunca estaba solo en esa época y tampoco en ninguna de las otras festividades del año.