Esposa de Alquiler

CAPÍTULO 11: LA QUE ‘ATRAPÓ’ A UN PEZ GORDO

CAPÍTULO 11: LA QUE ‘ATRAPÓ’ A UN PEZ GORDO

A veces para restarle importancia a los actos de una persona, es mejor pasar de los mismos y eso es lo que estoy haciendo con mi padre. Ni siquiera he mirado las redes sociales y no pretendo caer en su juego de ataque. Por ahora, me centraré en lo que tengo delante que es dirigir una empresa. Voy en el auto con José, quien ya me tendió mi café y es viernes. Mi primer día como CEO de una cadena de cruceros.

La verdad es que no me considero fan ni de los cruceros ni del mar, pero siempre me ha gustado la parte de administrar y dirigir una gran empresa. Al crecer viendo a mi padre hacerlo ya desde muy corta edad me imaginaba en lo mismo. Por otro lado, lo que ha pasado estos últimos días me ha tenido muy reflexiva. No lo sé, digamos que he empezado a cuestionarme cosas que nunca antes me había preguntado como: ¿Quién soy si me quitamos mi apellido?

¿Quién soy sin la influencia de mi padre? ¿Alguna vez me he imaginado haciendo otra cosa? ¿Podría hacer otra cosa? No me queda mucho tiempo para pensar ahora porque el gran edificio de la corporación se alza delante de mí y José y yo nos dejamos tragar por el mismo. Hay mucho movimiento desde bien temprano, lo noto en el estacionamiento y cuando subimos por el ascensor.

—José necesito que contrates a alguien para que lleve mis redes. Como ya no cuento con los trabajadores de la empresa de mi padre y no me fio del todo de los de esta empresa quisiera a alguien que trabaje para mí de forma directa. Organiza una cita.

—Entendido señorita Megan. Me pondré con ello.

—Y aquí ya sabes lo que tienes que hacer. Mantente al tanto de todo, tienes que ser mis ojos y mis oídos.

—Así lo haré —responde.

Las puertas del ascensor se abren, yo salgo y él me sigue.

—¿Estás casado? —inquiero deteniéndome para mirarlo. La verdad nunca me he puesto a pensar en la vida de mi chofer.

—Sí señorita.

—¿Y qué tal es? ¿Lo llevas bien?

—Son doce años ya, así que yo diría que sí.

Asiento. Los empleados que están en sus cubículos se levantan y estalla una ola de aplausos. Uno de ellos dice unas palabras dándome la bienvenida y a mí no me queda más que agradecer. El recibimiento me entusiasma, pero el entusiasmo dura poco cuando nada más llegar a mi oficina me encuentro con la asesora de finanzas.

—Buenos días señorita Megan. ¿Durmió bien? —inquiere fijándose en mis ojos, pero antes de que pueda decir algo continua —Hay varios asuntos que debemos tratar de urgencia. Le aconsejo que tome asiento ya que esto nos tomará un buen rato.

«¿En serio? Ni siquiera me he sentado y ya hay asuntos urgentes que tratar, vaya lío».

Nada más mis glúteos tocan lo mullido de la silla la mujer retoma el parloteo y no se detiene ni para respirar. Habla de unas demandas, unos permisos y unas reformas que deben hacerse en algunos cruceros para poder pasar las inspecciones anuales. Yo tomo aire y seco mis manos pasándolas por mi ropa con disimulo.

—Empecemos con las reformas. Si se tienen que hacer pues hay que hacerlas. —digo dejando por hecho que es lo más obvio.

—Pues sí, pero realmente las reformas nos quitarán una buena cantidad de dinero, mientras que las multas que pagamos que por lo general pagamos con favores nos generan menos pérdida.

—Si ya tienes la respuesta ¿Para qué me preguntas? Vayamos por lo que nos genera menos costo entonces. Igual quisiera tener un presupuesto de distintas empresas de las reformas, como sería de varios cruceros podría obtener una buena rebaja, ¿Puedes ponerte con eso? En cuanto a las demandas, tendría que verlas y consultar con nuestro abogado. ¿A quién tenemos por cierto?

—Richard Douceur, es un experto en demandas empresariales.

—Excelente entonces, coordina una cita con él.

—Se lo comentaré a su secretaria, como ya sabe soy su asesora de finanzas.

—Como asesora que eres comienza a resolver los problemas entonces —respondo y le dedico una sonrisa. Esta mujer me desagrada, pero al menos parece ser inteligente. Aunque no puedo dejar de lado que también emite vibras de calculadora y traicionera.

Sánchez se cruza de brazos y se le marca el abultado pecho. Uno de los botones de su camisa está tan prensado que creo que saldrá volando por los aires en cualquier momento.

—¿Puedo hacerle una pregunta personal? —indaga con la cabeza bien erguida.

—Si es algo que le quita el sueño, pues adelante.

—¿Cómo lo hizo?

—¿Él qué?

—Atrapar a Charlie.

«Claro… Está coladita por él».

—Pues… —pienso qué responder, pero soy salvada por la campana ya que la puerta se abre e ingresa el hombre en cuestión. Lleva un traje azul marino que combina con sus ojos y su cabello está ondeado hacia la derecha. Mentiría si dijese que se ve mal, se ve increíble.

—¿Trabajando señoritas? —pregunta con una sonrisa ladeada e imponiéndose en el centro.

—Así es, aquí solo hablamos de trabajo —respondo mirando a la mujer quien aprieta más los brazos sobre su cuerpo para mostrar sus atributos de por sí más que evidentes.

—Bien, así me gusta. Nina, espérame en mi oficina —le indica —y tú amor mío —me dice con un tono meloso acercándose a mí —tenemos que hablar.

—Claro, soy toda oídos —digo y me levanto —pero antes… —Tomo a Charlie por el cuello y le planto un beso en la boca que lo toma desprevenido. Al inicio está algo reacio, pero luego de un par de segundos deposita sus manos en mi cintura y despega sus labios para juntarlos con los míos.

Escucho que la puerta se cierra. Cuando me separo de él evito mostrar una sonrisa al notar de que espantamos a la pobre Nina. Lo que quería obviamente.

—¿Y eso? —pregunta pasándose el dedo pulgar por la boca.

—Solo me metía en el papel.

—Pues me alegra que estés en esa onda porque te necesito bien metida en el papel para este fin de semana.




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