Esposa de mi jefe

Capítulo 1

Mi día inicia, me levanto de la cama, el reloj marca las 7 a.m., no sé por qué me levanto a esta hora si ni siquiera tengo un empleo, lo que viene a mi cabeza «otro día de búsqueda de empleo», hace aproximadamente un año me gradué de la universidad con las mejores notas de mi clase, pero no he tenido mucha suerte con los empleos. ¿Qué les puedo comentar de la relación entre esa acción que te hace ser un subordinado a cambio de dinero y mi vida? Bien, iniciemos.

Durante la universidad trabajé en un periódico local, con esto pagaba mis cuentas de la universidad, al salir de la universidad trabajé en una pequeña editorial, me encargaba de leer libros tras libros de escritores aficionados, fue una buena etapa de mi vida, pero la editorial cerró un par de meses después (¡Genial!). Luego, como coro de ángeles, me estaba acercando más a mi empleo soñado, escribir, un maestro de la universidad me propuso ayudarlo en el guion de una producción que se filmaría en Nueva York, todo estaba genial y divino hasta que la protagonista se acostó con el director. La productora, cabe mencionar, la esposa del director, decidió cancelar el proyecto dejándonos a todos desempleados. Luego, no he tenido un empleo fijo.

Miro por la ventana de mi apartamento, es un día lindo, los árboles florecen luego de tantos días de invierno, el tráfico como siempre acá en Nueva York es terrible, me mudé a esta gran ciudad hace aproximadamente 5 años desde Miami, mucho que aprender, ciudad nueva, costumbres nuevas, grandes personalidades, grandes empresas.

No hablo con mi padre desde que me mudé a este lugar, antes de cruzar la puerta de mi casa, mi padre dijo, más bien gritó: «Te vas de aquí y ya dejas de ser mi hija» y bueno, no he hablado con él desde entonces. Proveniente de una familia muy conservadora, de esas que «hasta que no te cases no te vas de aquí», pero bueno, yo rompí las reglas, de hecho, rompí las reglas desde que dejé la escuela de medicina un semestre después porque no sentía que era lo mío. A mí me gusta escribir, crear historias, leer historias, todo lo que tenga que ver con escritura, mi padre no entendía eso y no lo entiende aún, es por eso por lo que me mudé a Nueva York, muy lejos de mi ciudad natal, muy lejos de mi padre, un europeo prepotente que siempre nos dijo que en casa no se hacía nada más que lo que él decía, por tal razón, nunca tuve buena relación con él, aunque algo así como por desgracia compartimos los mismos rasgos característicos de los Carlin, unos grandes ojos verdes con pestañas arqueadas, una nariz respingada y unos labios finos, qué ironía, ¿no? Ah, eso junto a un ondulado cabello rubio, que no necesita de mucho para verse bien, le agradezco esa parte de sus genes, todo eso compartía con mi padre, excepto el interior.

Mi padre siempre dijo que yo era una hippie rebelde que terminaría fumando marihuana en una casa rodante y comiendo raíces de árboles, no sé de dónde sacaría eso, seguro de internet, jodido conjunto descentralizado de interconectadas que utilizan la familia de protocolos TCP/IP, lo cual garantiza que las redes físicas que la componen formen una red lógica única de alcance mundial —tomo aire— (sí, usé Wikipedia).

En fin, desde el vientre de mi madre fui destinada para llevarle la contraria, él quería un hijo varón, macho y fuerte (según él) y bueno, nací yo, delgada y frágil. Por motivos desconocidos nunca vi a mi padre en uno de mis cumpleaños, ni en una de las reuniones de familias en mi escuela; mi madre y él siempre estaban pendientes más de mi hermana, Stefanie, año y medio menor que yo, totalmente diferente, ella iba a la escuela de ballet mientras yo iba a una escuela militar para niñas muy lejos de casa, mi padre lo llamaba «campamento de defensa personal», según él para que creciera fuerte, según yo, para tenerme lo más lejos posible de él, y aun así se atreve a preguntar, ¿cómo es que yo me comporto como una dama? ¿Es en serio, padre?

Tomo una taza con café aún con mi pijama puesta y tomo el periódico para ver qué ofertas nuevas hay, vivo en un pequeño pero cómodo apartamento con mi mejor amiga Natalie, ambas nos mudamos acá para estudiar juntas, bueno, ella se mudó antes, yo me mudé después del semestre que desperdicié en la escuela de medicina.

Natalie tuvo mejor suerte y tiene un empleo fijo como presentadora de un programa de belleza en la TV, no es su trabajo soñado, pero al menos le gusta y eso es bueno, ella ama el arte y según ella el maquillaje es lo más cercano al arte.

Natalie está corriendo al trabajo, el fin de semana se había hecho unas tales mechas californianas en rubio y hoy ha decidido encresparlas, opino que va a quedar calva bastante joven por jugar tanto con su cabello, al menos se le ve bien. Se mueve desesperada de un lado a otro en la cocina con unos enormes tacones que lleva puestos, temo que en cualquier momento dé el zapotazo, no sé cómo logra andar con esas cosas todo el día.

—Alexandra, me voy, te dejo un sándwich de mantequilla de maní.

—¡Genial! —contesto, levantándome del cómodo sillón para ir por mi sándwich de mantequilla de maní.

—Por cierto, te conseguí una cita —dice, moviendo sus cejas mientras toma su bolso y acomoda su vestido rojo muy ajustado que llega arriba de sus rodillas.

—¿Qué? —contesto inmediatamente con mi cara llena de incertidumbre ante su afirmación—. ¡¡No!! ¡No iré a una cita con un tipo que ni conozco! ¿Qué tal si el sujeto está loco y va a perseguirme de por vida? ¿Has visto Loca Obsesión?

—Alex… —suelta, luego de un suspiro, mientras lleva sus manos a sus caderas elevando una ceja.

—Odio las citas, son aburridas y tienes que pretender que disfrutas la comida mientras hablas cosas estúpidas sobre los gustos de cada uno, es incómodo, la comida es sagrada —hago un gesto de brindis con el sándwich en mis manos.

—¡Es amigo de Dereck! —exclama—. Un día podemos salir los cuatro. ¿Entonces cómo vas a tener un novio si no tienes una cita? —me mira con esos enormes ojos castaños que a veces me causan escalofríos.




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