Llego a mi jornada laboral normal, y sí, al parecer Oliver no recuerda nada, no menciona nada y sigue actuando demandante y crítico como siempre. Desde que observan que va entrando a la empresa todo el mundo empieza a correr por todos lados, nunca me acostumbré a correr por la oficina cuando él llega, solo estoy esperándolo con su taza de café para recibir las cinco mil órdenes del día, igual hoy. A medida que pasan los días mis obligaciones son aún mayores y me da cargos de más confianza como los de David cuando él no está; mientras hago el informe semanal un David perfectamente peinado, ajustando su saco gris de rayas negras se acerca a mí.
—El Sr. Anderson quiere verte, ahora mismo —¿ah? Maldición, esas palabras me estremecen. ¡Por Dios! ¿Qué habré hecho mal? ¿Va a despedirme? Cierro la portátil mientras David se retira y camina hacia el ascensor. Tomo mi libreta de apuntes y con los nervios de punta camino hacia su oficina a paso firme mientras acomodo mi saco color negro. Mis tacones suenan y siento que estoy caminando un kilómetro, siento mis piernas de gelatina y mis manos están frías. De seguro tiene que ver con el informe de ayer que no logré terminar.
Aclaro mi garganta para no sonar nerviosa, golpeo la puerta mientras seco el sudor de mis manos causado por el nerviosismo en mi pantalón blanco, «adelante» dice desde adentro, con esa voz varonil. Abro la puerta y entro, él como siempre impecable, ni siquiera un cabello de su cabeza fuera de lugar, se había quitado el saco gris y está reposando sobre el espaldar de su silla, lleva una camisa blanca y una corbata a rayas con tonalidades grises y marrones, su chaleco gris se ajusta perfectamente a su torso.
—David dijo que quería verme —digo, mientras camino hacia un pequeño sillón frente a su escritorio, la oficina de Satanás Anderson es la que tiene mejor vista de todas las oficinas de este lugar.
—Así es, por favor, toma asiento —contesta, despegando la mirada del monitor para ponerla sobre mí en estos momentos.
Creo que mi nerviosismo es más que notable, incluso mi libreta de apuntes cae de mis manos y me inclino a recogerla, ahora mis lentes se deslizan de mi bolsillo y caen al suelo, ¡demonios! Los tomo rápidamente, ruego de todo corazón que no se hayan dañado. Me siento en el pequeño sillón, espero ahora no caerme yo de aquí.
Acomodo mi cabello que ha quedado en mi cara luego de inclinarme a recoger la libreta y los lentes, lo llevo detrás de mis orejas y me cruzo de piernas mientras espero las razones por las cuales seré despedida.
—Recuerdo lo del día del bar, gracias por llevarme a casa, pero sabes, nunca he dejado que nadie conduzca mi Porsche —vuelve su mirada a su computador y comienza a teclear.
Ya habían pasado tres semanas desde ese acontecimiento. ¿Ese va a ser el motivo para despedirme? ¿Tres semanas después? No he terminado el informe de ayer y el motivo de mi despedida será por conducir un auto.
—Ah, bueno —mi voz comienza a tiritar—, no había ningún taxi cerca y obviamente no podía llevarlo en brazos a buscar uno. Lo lamento mucho. ¿Es esa la razón por la que me va a despedir? Solo hice algo que cualquier persona haría que mirara a otro en ese estado, de no ser así, usted tal vez estaría en las noticias en estos momentos, eso no es un argumento válido para despedirme, siempre se debe ayudar el prójimo —hablo muy rápido y sin respirar, comienzo a sentirme cansada.
—¡Alexandra! —exclama, con una voz bastante calma.
—O... ¿Qué tal si lo hubiesen violado unos vagabundos? —lo miro con sorpresa, solo intento salvar mi trabajo. Él me observa, con su entrecejo fruncido, se recuesta sobre el espaldar de su silla giratoria y me mira fijamente.
—Entonces... ¿Crees que debo agradecerte? —enarca una ceja—. Y no te voy a despedir, ¿de dónde sacas eso?
—Es el trauma de redactar tantas cartas de despedido —eso explica muchas cosas, intento ver en otra dirección en la oficina y me percato de que hay una planta, algo, finalmente, que no es gris aquí. Vuelvo mi mirada a él y me está viendo con lo que creo que es una media sonrisa en sus labios.
—Solo necesito hablar algo serio contigo —dice—. Puedo confiar en ti, ¿cierto?
Eso me deja un poco desconcertada, claro que puede confiar en mí, pero... ¿para qué? ¡Rayos! ¿En qué me he metido? No, no iré a investigar a ninguna amante, ni tragaré drogas para pasar por un aeropuerto. ¡No! Tampoco participaré en algún acto ilícito de lavado de dinero y tampoco iré a matar a alguien.
—¿Alex? —pregunta viéndome a los ojos al ver que no obtiene una respuesta de mi parte, se mira tan cómodo recostado en esa enorme silla de cuero giratoria.
—Lo siento —digo, aclarando mi garganta—, dígame, señor Anderson, ¿en qué le puedo ayudar? —no puedo evitar sentirme nerviosa, yo no iré a la cárcel.
—Sinceramente, eres una de las pocas personas en quien confiaría algo —continúa tecleando en su computador, no puedo evitar ver que se mira tan interesante hablando y haciendo lo que sea que está haciendo al mismo tiempo y caigo a la realidad.
¡Oh, por Dios! Esto tiene que ver con drogas. Con razón tiene tan grande imperio con solo veinticinco años.
Un silencio incómodo mientras me mira a los ojos.
—¿Serías mi esposa?
Editado: 21.02.2022