Oliver se va de la habitación, salgo del baño y observo que su almohada no está, lo que es perfecto porque significa que no tendré que pasar con él esta noche, mañana todo vuelve a la normalidad, los señores Anderson regresan a California y yo regresaré a mi apartamento, me cambio y me voy a dormir.
Suena la alarma, como siempre, me levanto antes que todos para preparar desayuno, hoy es mi último día fingiendo ser la esposa perfecta, me levanto, me pongo mi bata, me lavo la cara y me maquillo un poco para no dejar ver mis ojeras por no dormir por culpa de Satanás paseándose por mi mente toda la noche, voy a la cocina, Rosa ya está aquí, se me había adelantado y olía tan rico.
—Muy buenos días, señorita Alexandra —sonríe de oreja a oreja, mientras menea algo en un tazón con una cuchara.
—Muy buenos días, Rosa —contesto, también sonriente y recuerdo el día que casi me ataca, supongo que Rosa ya sabía de nuestro matrimonio falso, ya que ni siquiera se asombró al verme en bata y recién levantada.
—Veo que le gusta levantarse temprano. Este olor ya no tarda en levantar al joven Oliver —vuelve a sonreír, unas cuantas arrugas se marcan en su rostro.
—El joven Oliver dice que usted cocina muy bien —agrega, frunzo mi entrecejo.
—¿Qué? ¿Oliver dijo eso? —asiente. ¿Cómo que Oliver habla de mí con ella? Voy a preguntar cuando escucho unos pasos dirigirse en nuestra dirección, llevo mi vista al sonido.
Oliver, al parecer, se había levantado antes a hacer ejercicio, tiene una toalla en su cuello y está sin camisa, solo usa un pantalón deportivo color negro, tiene el abdomen perfectamente marcado, sus brazos musculosos y fuertes, sus pectorales bien definidos, en serio que este hombre está completo, casi se me van los ojos revisando cada parte de su cuerpo, pero lo intento disimular y me volteo en dirección al refrigerador y saco un jugo antes de que se me pasen miles de escenas eróticas por la cabeza.
—Buenos días, Rosa —saluda, mientras camina hacia el desayunador, no me mira ni yo a él.
—Buenos días, Oliver —contesta Rosa, lo mira levemente y voltea hacia la cocina.
Oliver se sienta en una banqueta poniendo sus codos sobre el desayunador, Rosa le sirve sus pancakes de fresa, ignorándome por completo, no es que quisiera que me saludara tampoco, es más, no quiero que me hable, sí, qué madura, Alex. Rosa también me sirve a mí dos pancakes de fresa que olían muy rico y me hace una seña de que me siente al lado de Oliver.
¡Estupendo! ¡Lo que me faltaba! Hago lo que Rosa me dice, no tengo de otra.
—Tal vez deberían mostrar más entusiasmo —murmura—, se supone que son una pareja de recién casados, mi Pablo y yo tenemos 35 años de matrimonio y aún nos miramos como el primer día que nos casamos —frunzo mi entrecejo—, así tienen que verse ustedes, tienen que creérselo ustedes primero para que el resto lo crea, si continúan así los señores Anderson comenzarán a sospechar, mírala —se dirige a Oliver—, mírala a esos bellos ojos, abrácense, bésense —¿ah? Bien, Rosita, alto ahí—. Si tu padre no se cree eso de que la amas te quitará la presidencia igual y este esfuerzo de ambos será en vano, tómale la mano.
¿Qué? Oliver vuelve a verla dudoso ante su petición y yo igual.
—Vamos, toma su mano —insiste y yo continúo desconcertada, Oliver pone ahora la toalla que tenía en su cuello sobre el desayunador, lo que deja toda la parte superior de su musculoso cuerpo a la vista, no puedo seguir con esto, me distrae. Él toma mi mano y enarco una ceja observándolo, sus manos son muy suaves.
—Mírala, dime qué te gusta de ella —¡Jesús! ¿Por qué me haces estas cosas? Oliver vuelve a ver a Rosa con la misma cara que me vuelve a ver a mí cuando está a punto de matarme. Yo quiero meter mi cabeza en un cubo.
—Yo solo quiero ayudar —agrega—, confíen en mí. ¿Acaso no confía en mí, Oliver?
No.
—Me gustan sus ojos —contesta Oliver, eso me hace verlo de inmediato, no pensé que contestaría y estoy segura de que mis mejillas se encendieron.
Rosa sonríe, ahora se dirige a mí, no, por favor, noooo.
—¿A usted qué le gusta de él, Alexandra?
Bueno, cómo decirle, doña Rosita, que el jefe tiene un cuerpazo y unas nalgotas que quiero apretar, un día le daré una nalgada y fingiré que el mosquito del chincungunya se había parado sobre su pantalón. También me gustan sus ojos, su nariz, sus labios y ese hoyuelo en su barbilla que dan ganas de lamerlo, y ahora que toco sus manos con más atención, me gustan sus manos, de seguro si toco sus pies también me van a gustar y de seguro si toco su... Alex, cállate. ¡Joder! Tienes que nadar en agua bendita.
—Me gusta su sonrisa —digo, casi de inmediato, antes de que mi subconsciente me juegue una mala pasada y conteste cualquier cosa, Oliver sonríe ante mi comentario, seguro no se lo esperaba, yo también sonreí, pero de vergüenza, aunque eso sonó mejor que decir que me gustan sus nalgas.
—¿Lo ven? Las cosas ya no están tan tensas entre los dos, ¿eh? —Rosa quiere dejar de ser ama de llaves y quitarle el puesto a cupido. El señor Anderson baja las escaleras y esboza una gran sonrisa.
—Muy buenos días a todos —suspira—, extrañaré el clima de Nueva York.
Todos sonreímos y contestamos los buenos días del señor Anderson.
—¿Saben qué? —nos dice dirigiéndose a ambos—. Quiero que vengan a California con nosotros, quiero que conozcas al resto de nuestra familia, Alexandra.
Eso significaba continuar soportando a Oliver. ¡Ahhh!
—Papá, nos encantaría, pero tenemos mucho trabajo —Oliver contesta inmediatamente, por favor, yo ya quiero acabar con esto.
—¿Y? —interrumpe el señor Anderson—. Si te dedicas a trabajar toda tu vida te vas a perder de todo lo bueno, dime, querida —ahora se dirige hacia mí—. ¿Cuándo fue la última vez que Oliver te llevó a un lugar que no sea por trabajo?
La verdad, nunca.
—Pues... —me quedo sin palabras porque no sé qué inventarme esta vez.
Editado: 21.02.2022