Sí, después de cuatro años, los esposos se han reencontrado y ahora se están viendo directo a los ojos y se han quedado sin palabras.
Cada uno en su mundo de pensamientos, con la diferencia de que a uno se le nota en sus fosas nasales que resopla de molestia y la otra tiembla de miedo.
Lo cierto es que en ambos ha vuelto a florecer aquel amor que un día sintieron por el otro y que creyeron haberlo olvidado con el tiempo.
―¿En qué le puedo ayudar a la niña, señor? ―Preguntó muy profesionalmente, cortando toda aquella tensión que se ha formado dentro del consultorio.
―Eh, sí, bueno, ella es mi hija y tiene un historial de neumonía. Ahora se siente cansada y estoy muy preocupado. ¿Es posible que la puedas atender? ―Quiso saber, temiendo que ella no lo quiera hacer por ser su hija.
―Claro que sí, señor, para eso estoy aquí, para ayudar a todos los niños.
―¿Por qué me dejaste, Pamela? ―Cuestionó de repente.
―Estoy en mi centro de trabajo, por favor no me interrumpa hablando de asuntos personales.
―Lo siento, tienes razón en ello. Por favor, revisa a mi hija y luego hablaremos.
Pamela le pidió que subiera a la bebé en la camilla y así comenzó a examinarla, durante ese tiempo Taylor se mostró tranquilo, pero la verdad es que está muy impaciente.
Pamela se siente fatal y con ganas de llorar, pues, su esposo ha traído por salud a la hija que tiene con la amante y de su hijo en matrimonio, ni siquiera se ha tomado la molestia en preguntar si está bien o si logró nacer.
Además, saber que su esposo sigue en contacto con la madre de su hija no le ha sentado nada bien y se siente celosa, ella no sabe que ambos viven bajo el mismo techo y son pareja desde que ella se marchó.
―Listo, ya puedes tomar a tu hija. Te anotaré en un papel las indicaciones y el medicamento que deberá de seguir tomando.
―Tenemos que hablar.
―No hay de qué hablar, Taylor. Lo nuestro ha quedado en el pasado y ya no deberíamos de mencionarlo.
―¿Dónde está mi hijo? Espero que no lo hayas abortado.
―¡Que estás diciendo, idiota! ¿Acaso me ves cara de asesina?
Lárgate de mi consultorio, tú ni tu hija son bienvenidos en este lugar. ―Dijo, con profundo dolor en su corazón, pues es consciente de que esa niña que su esposo carga en sus brazos no tiene nada que ver en sus problemas.
Pamela se siente nerviosa, pero a la vez feliz, Taylor está frente a ella y es señal de que todo salió aquel día de la operación. No le va a preguntar nada, su orgullo no se lo permite y prefiere seguir con la duda sobre la cuestión de su salud desde entonces.
―No creas que te volverás a librar de mí, tengo muchas cosas que peguntarte y tú mucho que explicarme y quieras o no, lo vas a tener que hacer.
Tarde o temprano tendrás que enfrentarte a mí y espero que tus excusas sean válidas porque, de lo contrario, te arrepentirás el resto de tu vida por haberte burlado de mí. ―Le amenaza el hombre.
―Amor, por qué tardas tanto, ¿acaso la bebé está gravemente mal de salud? ―Indaga Sandy, entrando e interrumpiendo el alegato que los esposos se tienen.
―No señorita. A tu hija hace rato la despaché, es mi esposo el que no quiere marcharse.
―¡Tú! ¿Qué haces vestida de médico y atendiendo a mi hija? Le quieres hacer daño, verdad. ―Le reclama con los nervios alterados.
―No discutiré con ustedes dos. Es más, te ordeno que saques de mi consultorio a mi esposo, es demasiada locura tenerlo frente a mí después de tanto tiempo.
―¿Tu esposo? Ja, permíteme recordarte que dejaste de ser su esposa desde el día que lo abandonaste.
Taylor y yo estamos viviendo juntos desde entonces, eres tan descarada que ahora te le quieres meter hasta por los ojos a mi marido, zorra.
―De que hablas descarada si fuiste tú la que me …
―¿Qué pasa aquí, por qué tanto escándalo? ―Interrumpió la voz de un hombre.
―Oh, cariño, no pasa nada. Pero ya que me has venido a recoger temprano, y aprovechando que he recibido unas visitas inesperadas, te quiero presentar al hombre con el que estoy casada y a la espera de divorciarme para que finalmente seamos felices tú y yo.
Dijo, Pamela, besando los labios del apuesto hombre que se ha acercado hasta ella y observa con una cara de pocos amigos a Taylor mientras a este le hierve la sangre y suspira con enojo.
―Ni creas que te daré el divorcio, ¡Jamás! ―Exclamó Taylor, muy molesto tomó del brazo a su pareja y salieron del consultorio de Pamela, él va echando rayos, no estaba preparado para ver como el amor de su vida le dice a otro hombre que muy pronto estará lista para casarse con él.
―Qué te está pasando, Taylor. Te estás comportando como un verdadero idiota frente a esa mujer, recuerda que ella te abandonó porque no te quería. ¿Ya se te olvidó el contenido de aquella nota que ella dejó escrita para ti?
―Tú cállate, Sandy. No te metas en lo que no te importa, es más, vete a la villa que hemos alquilado, no te quiero ver por el resto del día.
Los padres de Taylor observan en silencio la discusión que su hijo está teniendo con su pareja. Ellos no se imaginan que dentro de ese consultorio se encuentra la chica a la que un día ellos mismos contrataron para que fuera la asistente de Taylor y luego este la convirtió en su falsa esposa.
―Querida, creo que debemos de irnos también porque nada estamos haciendo aquí. ―Propuso el señor Morotova.
―Por supuesto, querido. Dejemos que ellos arreglen sus asuntos de pareja. Pero hay algo que no entiendo, ellos salieron discutiendo por algo muy importante, Dios quiera que todo esté bien con nuestra nieta.
―Sabes, me importa poco lo que vayan a opinar de mí después de lo que haré.
―¿Qué dices?
―Que entraré y hablaré con la pediatra. Tú espera aquí, por favor.
―Ah, esta mujer no cambia, ella considera que nuestros hijos son unos niños todavía y ella debe de andar encima de ellos. ―Dijo, en voz baja el señor, al mismo tiempo respira hondo y hace un movimiento de negación con la cabeza.