Esposa Inventada

CAPÍTULO 1: LOS MANCINNI

CAPÍTULO 1

LOS MANCINNI

Los Manccini vivían en Catania, la segunda ciudad más grande de Sicilia, al sur de Italia. Un lugar donde se desborda la riqueza arquitectónica que cautiva a sus visitantes y donde su volcán Etna y el azul del mar Jónico son sus mayores atributos. Pero aun en el más maravilloso de los lugares, la vida puede ser un infierno. Eso lo sabían muy bien las hermanas Indira y Zarah Manccini.

—Pensé que haber perdido a nuestra madre fue suficiente doloroso pero esto que papá pretende hacer contigo raya en lo absurdo. No puedo creer que quiera obligarte de esa manera —soltó Zarah a su hermana Indira.

Era una mañana de lunes, con las calles llenas de autos lanzando humareda gris y sofocante. La gente se dirigía a sus trabajos con la típica prisa del comienzo de semana.

Iban caminando a paso vivo a sus respectivos destinos. Indira a su trabajo y Zarah al mercado. Cada mañana salían juntas de la casa. Zarah se dedicaba al hogar, a mantener limpia la casa y a que la ropa de su padre estuviera siempre lavada y que no le faltara su plato listo en la mesa. Era una joven de apenas 22 años, de complexión clara y grandes ojos oscuros. Llevaba el cabello largo convertido en una trenza con el flequillo cayéndole a un lado del rostro. De figura espigada y hermosos rastros se le consideraba la más hermosa de las hermanas Manccini.

Indira por su parte ya cumplía los 25 años y trabajaba en la única fábrica de textiles de la ciudad. Igualmente espigada y con bonita figura. Aunque su tez era un tanto más oliva y sus ojos verdosos, tenían ambas un parecido natural a su madre. Sus personalidades, sin embargo, no podían ser más distintas. La manera desenfadada que tenía Indira para enfrentar la vida no dejaba de asombrar a Zarah.

—En serio, hermana. No sé por qué te preocupa tanto que papá pretenda casarme con ese tal Gennaro Ricci…—soltó encogiéndose de hombros como si el asunto no le alarmara en lo absoluto.

Zarah no podía creer lo que escuchaba. Se detuvo en seco al tiempo que tomaba a Indira del brazo para hacerla escuchar. Parecía que su hermana no entendía la gravedad del asunto.

— ¿Te parece poco? —Preguntó exasperada— ¿Es que no te das cuenta que vas a desgraciar tu vida casándote con un desconocido que quien sabe que malas mañas pueda tener? ¿Qué tal que te maltrate? ¿No has pensado en eso? —el rostro se le enrojeció al hablar.

Zarah la retuvo por el brazo pero Indira soltó una carcajada zafándose de su agarre para seguir la marcha.

—Ay, hermana querida... ¡Que poco me conoces! —respondió despreocupada.

— ¿Por qué lo dices? —preguntó intrigada, avivando el paso para alcanzarla, casi corriendo tras ella.

Indira se detiene en seco y voltea el rostro para responderle mirándola a los ojos.

— ¡Porque no lo voy a hacer! ¡No me importa lo que diga papá, si me ha ofrecido en matrimonio o si le debe dinero al mismísimo rey de Roma! Yo simplemente no me pienso casar con ese tal Gennaro. Nadie me va a obligar —contestó contundente, sin pizca de temor y resuelta a cumplir su palabra.

Zarah contuvo su deseo de gritarle que no había manera de escapar, que tenía que cumplir si no quería que su padre se viera envuelto en un serio aprieto.

— ¿Cómo harás eso? ¿No te das cuenta que si ese hombre es un salvaje como se dice por ahí, podría enviar a nuestro padre a la cárcel o quizás hasta matarlo? ¡Tienes que pensar en eso! —le cuestionó irritada por la poca importancia que Indira prestaba al asunto.

—Te diré una cosa, hermana. Si papá se metió en deudas, es él quien tiene que responder. Que busque como pagar y que no pretenda que ninguna de nosotras pague por sus ligerezas de carácter. ¿Te parece justo que yo tenga que sacrificar mi vida por las borracheras de papá? ¡No! —contestó Indira, ya desacelerando el paso al llegar a la entrada de su trabajo.

Zarah intentó comprenderla.

—Tienes toda la razón. No es justo. Pero… ¿Qué pasará si te niegas? Quiero decir…¿seremos capaces de soportar ver a nuestro padre en la cárcel o muerto? —su voz ahora intentaba ahogar un llanto. La idea de perder también a su padre la estremecía.

Indira bajó la guardia.

—Comprendo que no es fácil. Algo tendrá que pasar para salir de esta situación. Pero te aseguro, que no voy a casarme con ese fulano. Eso puedes darlo por hecho.

Zarah se limpió una lágrima que amenazaba con caer. Sentía el corazón estrujado dentro de su pecho.

—Entonces, ¿Qué vamos a hacer? —preguntó mirando fijamente el rostro de su hermana que permanecía imperturbable y decidido a no cumplir.

—Tengo un plan —respondió segura, haciendo un guiño travieso.

Zarah dio un respingo de sorpresa.

— ¿Un plan?... ¿De qué se trata? —inquirió consumida por la pequeña esperanza que le surgía de improviso ante el anuncio.

Indira negó con la cabeza.

—No puedo decirte.

— ¡Por favor, Indira! No me dejes en ascuas… ¡cuéntame! —suplicó.

— ¡No puedo! —repitió.

Indira abrió la puerta para entrar a la fábrica. El reloj marcaba la hora de entrada y allí no se toleraban las tardanzas. La última vez que llegó tarde, su jefe la hizo devolverse a la casa y perder el día de trabajo.

—Tengo que entrar. Nos veremos en la casa. Y por favor, no sufras por mí ni por esta situación. Ya verás como yo no tendré que casarme con ese hombre…—explicó antes de entrar y cerrar la puerta tras ella. Zarah se quedó sin comprender, con la mirada perdida y la sensación de que las cosas no serían tan sencillas como Indira pretendía hacerle creer.

Siguió su camino hacia el mercado. Pensativa y preocupada como estaba no se dio cuenta cuando el joven Fabrizzio le cortó el paso.

— ¡Un tesoro por tus pensamientos! —preguntó el joven, tomándola por sorpresa.

Fabrizzio era su amigo de siempre. Se conocían desde niños siendo que el padre del joven era el dueño de los puestos del mercado que rentaba a vendedores. En los últimos tiempos, el joven había tomado las riendas del negocio comenzando a ocuparse por completo de las labores de administración desde que su padre cayó enfermo. Era un hombre atractivo, de estatura mediana, cabellos oscuros, una perenne sonrisa en los labios y un alma noble.




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