CAPÍTULO 2
HOMBRE PELIGROSO
La palidez en el rostro de Fabrizzio no pasó desapercibida para Zarah. Su amigo, que hasta ese momento se había mostrado con simpatía, con la tez sonrosada de tanto sonreír, cambió de semblante en cuanto escuchó el nombre de Gennaro Ricci.
— ¡Parece que hubieras visto un fantasma y solo te he dicho su nombre ¿Conoces a Gennaro Ricci? ¿Qué sabes de él? —preguntó Zarah ya completamente inquieta por la reacción de su amigo.
Fabrizzio carraspeó. No quería ser portador de malas noticias pero ciertamente ese nombre no lo ataba a buenas referencias.
—A decir verdad, no lo conozco. Quiero decir…no en persona. Solo he oído hablar de él pero…—dejó la oración incompleta.
—Pero… ¿Qué? ¡Habla! ¡No me dejes así! —lo urgió desesperada.
Un inesperado soplo de viento alborotaba mechones del cabello de Zarah. A pesar de la brisa se le comenzó a formar un sudor en la frente como evidente producto de la ansiedad. Aquella espera de tan solo segundos se le antojó eterna.
Fabrizzio lo pensó instante. Le costaba encontrar las palabras adecuadas.
—Bueno, lo que he escuchado es que no es un tipo agradable —soltó al fin —Se dice que es una persona extraña…algo así como un ermitaño. Que no le gusta confraternizar ni tiene amigos. Nadie lo conoce demasiado pero se rumora que es dado a las borracheras y a apostar en la baraja.
Zarah lo escuchaba atenta. La descripción le causó una sensación repentina y extraña que le trepidaba por la espalda. Le angustiaba la idea de que su hermana tuviera que unir su vida a la de un hombre como ese.
—Pero eso no es lo peor…—añadió Fabrizzio. Su tono alertaba una mala noticia.
— ¿Hay más? Con lo que dijiste ya me parecía suficiente…
—Es que también se dice que es un hombre muy vengativo. Que una vez alguien no le pagó una deuda de juego y le dio una paliza tal que lo envió al hospital…es un tipo peligroso…
Ahora era Zarah quien palidecía. Aquella información la sintió como una cachetada.
— ¿Estás hablando en serio? ¡Ese hombre es un salvaje! —Exclamó indignada — ¡Pobre hermana mía! —Zarah no podía contener la aversión que comenzaba a causarle aquel hombre al que ni siquiera conocía. Bastó aquella conversación para convencerse todavía más que su hermana no debía casarse con él y que era una locura lo que pretendía su padre.
—Lamento haber sido portador de tan malas noticias...pero bueno…quizás los rumores sean equivocados y el hombre sea un buen esposo…—Fabrizzio no soportaba la idea de preocupar a Zarah. Nunca sería capaz de causarle un dolor ni una tristeza.
—Sé que lo dices para no preocuparme pero...te agradezco que me hayas compartido lo que sabes —terminó diciéndole antes de despedirse.
Fabrizzio lamentó una vez más su falta de valentía. Le hubiera gustado hablarle de sus sentimientos, decirle que estaba enamorado de ella. Pero la posibilidad de perder su amistad para siempre lo detuvo.
Zarah se apresuró a hacer el mercado y regresar a la casa. Iba abrumada en un mar de pensamientos oscuros. La situación anunciaba infelicidad por todos lados. Todavía lloraba la muerte de su madre ocurrida años antes. Su padre se había entregado a la bebida poco después y ahora su hermana se veía forzada a un matrimonio con un hombre que se presentaba peligroso. Era demasiado el peso que cargaba encima. Demasiada desdicha, demasiado dolor.
Al llegar a la casa se encontró de frente con su padre. Ya no estaba ebrio. Se había dado un baño y el jabón había removido el olor a alcohol de la noche anterior.
—Qué bueno que lo veo, padre. Quisiera hablarle de algo importante —estaba determinada a hacerlo entrar en razón, así tuviera que enfrentarse a él una y mil veces.
El viejo Mancinni no respondió y se limitó a observarla. Su hija más pequeña era siempre la cabeza pensante de la casa. Pero presentía de qué trataba y estaba cansado del tema. No iba a claudicar, no iba a retirar la palabra que había empeñado. Su decisión estaba tomada. Indira tendría que casarse con Gennaro Ricci, así no quisiera.
—Es sobre el señor Ricci…el prometido de Indira…—expresó con recelo, conocía de antemano que el tema le causaba malestar.
—Se casará con tu hermana y no quiero más problemas con eso —asestó con fuerza, dando por terminada una conversación que apenas comenzaba.
—He escuchado decir que no es un buen hombre. Indira sufrirá a su lado y…
La idea de imaginarse a su hermana casada con un salvaje no le permitió encontrar las palabras adecuadas para hacerle entender a su padre el error que sería ese matrimonio.
El padre la miró con intensidad, una mirada fulminante que Zarah conocía muy bien.
—Te lo diré una vez más y será la última vez que hablaremos de esto. ¡Indira se casará con Gennaro Ricci! ¡No hay nada más que hablar! —remarcó sus palabras con fuerza, casi con violencia. Tanto así que hasta las paredes parecieron estremecerse.
Un fuego interno se apoderó de ella haciéndole lanzar palabras encendidas en llamas.
— ¡No lo voy a permitir! ¡No es un buen hombre! —gritó la chica, exacerbada por una situación que se escapaba de las manos.
El padre ya no dijo una palabra más. Retiró la mirada de ella en completo silencio y luego se dirigió a la puerta para marcharse.
— ¡No se vaya, padre! ¡Permítame contarle todo lo que he averiguado de ese hombre. Podemos buscar una solución, por favor —imploró.
El viejo Manccini hizo caso omiso a sus súplicas. Abrió la puerta y se largó de la casa. Zarah quedó deshecha. Sabía que no volvería hasta bien entrada la noche, embriagado e incapaz de articular dos palabras coherentes seguidas.
Quedó abrumada en la soledad de la casa. Las paredes parecían querer caer sobre ella. Se sentó en una silla con la mirada perdida, pensando que no había nada que hacer. Su padre no iba a transigir; había hecho un pacto y lo pensaba cumplir.
Editado: 12.10.2024