Esposa Inventada

CAPÍTULO 4: MAÑANA

CAPÍTULO 4

MAÑANA

Caída la noche, las jóvenes se retiraron a sus habitaciones. Zarah tuvo que llevarse todo el ajuar para su dormitorio porque Indira se negaba a siquiera tenerlo cerca o tener algo que ver con aquello.

—Sácalo de mi vista. No soporto semejante ridiculez. —le ordenó.

Cargó la caja en sus brazos y la colocó sobre una silla en la esquina. En la penumbra de la noche, acostada en su cama, Zarah se quedó observando la caja que quedó semiabierta. A pesar de las circunstancias, le parecía bonito todo lo que le habían enviado a su hermana. Al mismo tiempo presentía un horror lo que se venía. Aquel hombre tendría que estar muy enamorado y seguro del enlace cuando se tomó la molestia de averiguar su talla para enviarle todo perfecto. Hasta le pareció gracioso recordar que su hermana y ella usaban la misma talla de ropa y calzaban igual.

En eso estaba pensando cuando escuchó abrirse la puerta del frente. Dio un salto de la cama que la dejó de pie en un instante. Se puso una bata por encima, se calzó apresurada las pantuflas y salió a recibir a su padre. Era mejor ayudarlo a llegar a su habitación que dejarlo dando tumbos y que rompiera lo poco que tenían. O pero aún, que se cayera y se lastimara.

Encendió la luz y lo encontró dando pasos titubeantes y tratando de mantener el equilibrio.

—Venga conmigo, yo le ayudo —se apresuró a decirle.

El padre quiso responderle algo pero las palabras le salían de la boca como balbuceos sin sentido.

—No se preocupe padre, vamos a la cama y ya hablaremos mañana —sugirió mientras lo acomodaba para que se sujetara de ella y dirigir el camino.

El alcohol había logrado que la vida completa del viejo Manccini fuera en declive. Cuando Zarah lo recordaba como el padre presente, responsable y amoroso que fue antes, se le hacía un nudo en la garganta. Tras la muerte de su madre, su padre jamás volvió a ser el mismo. Presentía que cuando se quedara sola con él, tras el casamiento de Indira, todo sería peor y la familia tal como fue antes jamás volvería a ser.

Caminaron con torpeza por el pasillo hasta llegar a la habitación. Zarah tuvo que hacer grandes esfuerzos para que su padre no se cayera y para que su aliento embriagado no terminara por marearla a ella.

—Vamos, padre…acuéstese aquí y déjeme quitarle los zapatos para que pueda dormir —Zarah le hablaba como quién lo hace a un niño pequeño. Con él también se habían intercambiado los roles.

Arropó a su padre quien cayó rendido de sueño antes que ella apagara la luz y cerrara la puerta. Regresó entonces a su dormitorio y se lanzó cansada a la cama. Era demasiado para ella pensar que su hermana iba a meterse en un lio y que quedaría sola con su padre para enfrentarlo. Seguramente el peso recaería en ella. Su padre ya no estaba en capacidad de enfrentarse a nada. Se convirtió en un monigote sin autoridad.

Trató de dormir. Sus ojos otra vez se escaparon hacia la silla donde estaba el ajuar de Indira. Le parecía todo tan hermoso y tan grotesco a la vez que terminó por voltearse a la pared y ya no ver nada. Dormir seria su escape. Como la paz que llega antes de la tormenta.

***

La mañana siguiente se despertó más tarde de lo usual.

— ¡Santo Cielo! ¡Que tarde se me ha hecho! —exclamó sacándose la cobija de encima.

Se levantó de prisa y notó que Indira ya se había ido a trabajar. Buscó entonces a su padre y lo encontró sentado en la vieja mecedora de la sala.

—Buenos días, padre. Enseguida le preparo su desayuno —le dijo antes de perderse en la cocina.

Le cocinó con esmero y llevó los platos humeantes al comedor. Allí se sentaron juntos a desayunar. Estaba sobrio, era un buen momento para hablar aunque él dijera que ya todo estaba dicho.

—Padre, quería decirle que ayer Indira recibió el ajuar de boda —le informó.

El padre no se inmutó. Siguió comiendo como si tal cosa.

—Me parece bien. Espero que todo le haya quedado bien porque la boda es mañana —soltó con candidez, relajado.

Zarah casi se atraganta.

— ¿Mañana? —Su horror fue tal que tuvo que reposar la mano con el tenedor en el filo de la mesa por el temblor que comenzó a sacudirla — ¿Está seguro de lo que dice?

—Por supuesto que estoy seguro. Será un matrimonio civil así que fue fácil conseguir fecha en el ayuntamiento —respondió con la mayor tranquilidad.

—Pero, padre. Es demasiado pronto…pensé que todavía estábamos a tiempo de encontrar algún arreglo —quería disipar su ansiedad con alguna remota esperanza —Dígame, ¿Cuánto dinero le debe a ese señor? —preguntó aferrada a una solución.

El padre la miró con desespero. Esta chica sí que era testaruda.

—Demasiado…creo que tendríamos que vender la casa para poder cubrir esa deuda —respondió.

— ¡Entonces la venderemos! Le pagaremos y nos iremos a otro lugar a comenzar una nueva vida —sugirió resuelta.

El padre negó con la cabeza.

— ¿Es que todavía no entiendes? No se vende una casa de un día para otro y la boda ya es mañana. Además, lo que nos den por la casa no será suficiente.

—Pero, padre…—las palabras se le quedaron atoradas en la garganta y ya no pudo decir nada más.

Se quedaron clavados a las sillas en silencio. Zarah reprimía un sollozo. Apenas si pudo terminar lo suyo. Estaba en shock. Tenía la completa seguridad que esto no acabaría bien. Finalmente, se levantó de la mesa y se dirigió a su habitación. Allí lloraría en silencio porque sabía que a partir del próximo día, ya nada sería igual.

El resto del día lo pasó como una autómata. No podía dejar de pensar en lo que pasaría cuando Indira lo supiera. Miró el reloj tantas veces que le parecía que no avanzaba. El tiempo es eterno para los que esperan.

Indira llegó al filo de las cinco. Zarah no pudo esperar para contarle, tenía el corazón en la garganta.




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