Esposa Inventada

CAPÍTULO 6: MARCHARSE

CAPÍTULO 6

MARCHARSE

“¿Dónde está Indira?” La pregunta del padre resonaba por toda la casa como si quisiera que las palabras se colaran por los resquicios y la respuesta le llegara de cualquier esquina.

Zarah sentía que el corazón quería salírsele del pecho. No había podido dormir bien en toda la noche y cuando lo lograba se le repetía el mismo sueño donde un hombre sin rostro prendía en fuego la casa. Las llamas se sentían reales y la hacían despertar sofocada. Nunca había padecido de pesadillas hasta aquella noche.

El viejo Mancinni notó la ausencia de Indira temprano en la mañana, tan pronto como vio sobre la mesa el carnet de la fábrica de su hija junto con la lonchera que solía llevar cada día. Aquel descuido la había delatado.

Los gritos del padre alertaron a Zarah que su hermana había sido descubierta. Cuando se percató de la situación, saltó de la cama y se puso una bata por encima preparándose para hacer la mayor actuación de su vida.

— ¿Qué pasa, padre? ¿Por qué esos gritos? —preguntó con inyectado dramatismo.

El padre se volteó a mirarla con rabia. De sus ojos emanaban auténticas ráfagas de cólera. Zarah intentaba aparentar calma y fingir desconocimiento. No iba a permitir que un solo gesto o una sola palabra le confirmaran que no solo sabía que Indira se había escapado sino que además la había alentado a hacerlo.

—Esa muchacha tiene que aparecer. Ya revisé y no está en su habitación y tampoco se ha ido al trabajo. Mira...ha dejado todo esto…—señaló el carnet y la lonchera sobre la mesa.

—Quizás hoy no tenía trabajo y…y…y… salió temprano a algún sitio —trastabillaba con las palabras —Ya sabe cómo es Indira…

El padre la miró incrédulo.

— ¿A dónde? Ella no sale temprano a ningún lugar que no sea a trabajar y ya llamé a la fábrica y no está allí.

—Quizás fue...no sé…al…mercado —Zarah decía cualquier cosa por ganar tiempo, quería que Indira estuviera lo más lejos posible, en algún lugar donde la mano de destino no la alcanzara. Ni la furia de su padre, ni el mezquino deseo de Gennaro Ricci.

— ¿Quién te crees que soy? —su tono se tornaba cada vez más alterado —Conozco a Indira, ella nunca va al mercado. Eso siempre lo haces tú. Además…—alzó los brazos al aire en señal de frustración — ¿Te das cuenta de lo que esto significa? ¡Hoy es la boda! ¡Tiene que presentarse a la boda o ese hombre acabara con nosotros! ¿Estás entendiendo? —ladró enfurecido.

—Vamos, padre…tranquilícese que ella va a aparecer. Voy a llamarla y ya nos dirá —Zarah se sorprendía de lo bien articuladas que le salieron aquellas palabras a sabiendas que eran vanas y que nada resolverían.

Buscó su teléfono y disimuló marcar.

— ¿Qué te crees que no la he llamado yo antes? —cuestionó enfurecido. Era en esos momentos donde a Zarah le hubiera gustado que estuviera ebrio y no en sus completos cabales.

—Tal vez tiene el teléfono descargado y….

— ¡Ya basta de excusas! ¡Tu hermana se ha ido! —gritó exasperado.

Zarah mantuvo silencio. Necesitaba pensar como calmar a su padre pero el nerviosismo se iba apoderando de ella. En un giro inesperado, el viejo Mancinni desvió la atención a ella.

—Por cierto, te noto muy tranquila con la desaparición de tu hermana. ¿No tendrás algo que ver? ¿No la habrás ayudado a irse? —inquirió.

Zarah tragó hondo y no supo que hacer bajo la mirada escrutadora de su padre quien la conocía bien. Sabía que no era propensa a mentir y que parecía que una luz se incendiaba sobre ella cada vez que decía una mentira.

—Yo no sé nada —mintió —Acabo de enterarme porque me despertaste con tus gritos —volvió a mentir y sintió las mejillas encendérseles como antorchas.

—No te creo —la miró de arriba abajo —Yo sé que harías cualquier cosa por tu hermana. Pero te advierto que si Indira no aparece pronto, serás tú quien solucione este problema —amenazó.

—Ya le di una solución y usted no estuvo de acuerdo. Le dije que podíamos vender la casa y saldar esa deuda.

—Eso no nos alcanzará, ya te lo dije.

—Entonces, ¿Cómo pretende que resuelva el problema? ¡No tengo una varita mágica, padre!

Un silencio se instaló entre ellos. El padre la miró de una forma extraña y Zarah comenzó a temer lo peor. ¿Qué estaba pensando su padre?

—Escucha bien lo que te voy a decir —el tono era amenazador —Todavía hay tiempo para que Indira aparezca y se presente a esa boda. Pero si no lo hace, serás tú quien ocupe su lugar. ¿Estás entendiendo? ¡Tú tendrás que casarte con él! —gritó con el rostro desencajado.

El espanto se asomó a su rostro. Sintió que se le paralizaba toda la sangre de sus venas.

— ¿Qué está diciendo? ¿Acaso se ha vuelto loco? ¿Cómo pretende que me case con un hombre al que no conozco? ¡Fue un plan descabellado para Indira y lo es también ahora para mí! —replicó al instante, furiosa y descontrolada.

Aquel reclamo pareció rebotar por las paredes de la casa y de alguna forma llegar hasta su conciencia.

El viejo Mancinni se desplomó en el sofá al escucharla. Se sintió abatido. Pocas veces Zarah, la más dócil de sus hijas, se le enfrentaba. Escuchó las palabras salir cargadas de ira, de dolor, y en especial, sintió su decepción.

La expresión le cambió de golpe. Sentado en el sofá parecía haber envejecido de golpe. Meditó por unos segundos antes de hablar.

—He hecho un acuerdo con ese señor y tengo que cumplirlo —murmuró entre dientes con la mandíbula apretada, avergonzado.

A Zarah le conmovió ver a su padre viejo y fracasado. Otra vez le ganó el amor, otra vez le sacudía el corazón verlo derrotado como lo había visto siempre desde la muerte de su madre. Otra vez se le olvidó la rabia que tenía contra él. Otra vez recordó que, después de todo, él era su padre y lo amaba.

Se acercó a él y le habló calmada.

—Padre, no tenemos que cumplirle a ese señor. Podemos…podemos…irnos. ¡Sí! ¡Vamos a escaparnos ahora mismo! Compremos un boleto a donde sea, a cualquier destino, al primero que salga de esta ciudad y desaparecemos. Si ese señor llega a buscarnos, encontrará la casa vacía. ¡Y que se quede con la casa si la quiere como pago! —imploró Zarah con una determinación salpicada de esperanza.




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