Esposa Inventada

CAPÍTULO 7: DECISIÓN

CAPÍTULO 7

DECISIÓN

Se miraron con desconcierto, sobresaltados hasta el tuétano. Por un instante quedaron petrificados. De todos los escenarios posibles, que los vinieran a buscar era el único en el que no habían pensado. Sabían que Gennaro Ricci era un hombre temible, pero no que tuviera poderes para adivinar sus intenciones y adelantarse a sus planes.

Zarah comenzó a sudar y se removió el abrigo, luego colocó con cuidado la maleta en el piso.

Los golpes en la puerta se hacían cada vez más fuertes y seguidos.

— ¡Señor Mancinni! Sabemos que está en la casa. ¡Abra la puerta! —repitieron irritados.

Zarah se acercó al oído de su padre, despacio y con cautela.

“Vamos a escaparnos por la puerta de atrás, padre… “susurró e hizo un ademán para que la siguiera.

Con extremo sigilo caminaron hasta la puerta trasera. Se decían con la mirada todo lo que no podían decirse con palabras, como si en silencio hubieran acordado abrir la puerta despacio y correr con todas la fuerzas que sus piernas permitieran. La carretera no estaba lejos y con un poco de suerte encontrarían como llegar a algún lugar seguro.

Zarah puso su mano en la manija y la hizo girar despacio. Empujó suavemente la puerta, dejando apenas un reducido espacio para cotejar que la salida fuera segura. No había nadie.

Se volvió a colocar el abrigo con rapidez y levantó la maleta para irse. Su padre la seguía detrás con pasos vacilantes pero dejándose llevar por la vehemencia del momento.

—Venga…—le susurró.

Caminaron apenas dos pasos afuera, su padre justo tras ella, cuando un hombre de aspecto siniestro le cortó el paso interponiéndole un pie y bloqueándole el paso.

El corazón le dio un vuelco dentro del pecho y de lo más profundo de su garganta le salió un grito de espanto. Aquel hombre fue solo el primero, en cuestión de nada llegaron otros a rodearlos.

—Así que la paloma quería volar…—dijo con sorna el que bloqueó el paso y parecía ser el líder de la manada.

— ¿Quiénes son ustedes y que quieren? —Zarah no se dejó intimidar y lo cuestionó llena de miedo pero con determinación.

El hombre no tardó en aclarar cuáles eran sus intenciones.

—Vinimos de parte de nuestro jefe, el señor Gennaro Ricci. Nos ha encargado que vengamos a recoger a la novia y a su padre para la boda. Nos extraña que hayan querido huir…

— ¡No estábamos huyendo! —interrumpió el padre, enérgico.

El hombre dirigió la mirada a la maleta.

—Oh, claro. Debe ser que ustedes salen siempre de la casa con maletas y abrigos…—expresó con sarcasmo.

— ¡Por supuesto que no! ¿Es que no ve que los estábamos esperando? Por eso tenemos el equipaje preparado. Estábamos esperando a que vinieran a buscarnos —intervino Zarah.

El hombre arqueó una ceja y el resto de hombres que lo acompañaba soltaron risitas burlonas

— ¿Nos estaban esperando por la puerta de atrás? —inquirió.

Zarah tragó fuerte. Desconcertada ante la situación lo pensó por un segundo.

Finalmente, en un acto de desesperación, soltó la maleta y se rindió.

—Le ruego, por favor, que nos deje ir. Se lo suplico. Dígale que no nos encontró, que la casa estaba vacía cuando usted llegó —rogó con vehemencia —Por favor se lo pido… ¡Déjenos ir!

El viejo Mancinni se unió al pedido.

—Dígale a su jefe que puede hacer posesión de la casa, que la hemos abandonado…no sé…cualquier cosa —sugirió aunque sin demasiada esperanza.

El hombre no se inmutó ni bateó una pestaña por ellos.

—Me temo que eso no será posible. El jefe espera recibir en su residencia a la señorita Indira y su padre para efectuar la boda. Los llevaremos a los dos ahora mismo —enfoca la mirada hacia Zarah — ¿Esperamos a que se vista de novia y prefiere hacerlo allá?

Las palabras le cayeron como balde de agua fría y cerró los ojos para asimilarlo. Indira no estaba, se había ido a buscar su felicidad. Pero era evidente que este hombre no sabía quién era ella y llegó a recoger a una mujer sin saber cuál. La situación era un abismo del cual no podía retroceder. Tocaba lanzarse.

—Pero…es que ella…—intentó decir el padre pero Zarah reaccionó con rapidez.

—Me prepararé allá, señor….

—Rocco…soy el señor Rocco, jefe de mando del señor Gennaro Ricci, para servirle a usted —respondió con un forzado protocolo que contrastaba con su aspecto siniestro y desconfiado.

—Bien, Rocco…necesitaré ayuda para cargar el ajuar que está en mi habitación.

El viejo Mancinni quedó estupefacto ante la escena. Se acercó al oído de su hija y disimuló lo mejor que pudo sus palabras.

—Pero, hija… ¿Qué estás haciendo? —cuestionó por lo bajo.

—Lo que hay que hacer, padre. Tranquilo, todo estará bien —murmuró igualmente ella entre dientes.

Rocco encargó a un par de hombres a entrar a la casa y recoger el ajuar mientras otros llevaron sus maletas a la camioneta que los esperaba afuera. Los movimientos fueron rápidos, tanto así que no dio tiempo a pensar mejor las cosas, a inventar otro plan. Intentar escapar o rogar no había funcionado.

La camioneta se fue alejando dejando atrás la casa que quedó vacía de su gente. Cuando una casa cierra sus puertas de esa manera, atrás queda también la historia de sus dueños y los sueños que nunca se cumplieron.

Zarah no miró atrás y suprimió las lágrimas marchándose estoica a enfrentar su destino.

Uno que eligió forzada por las circunstancias, pero suyo al fin.




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