Esposa Inventada

CAPÍTULO 8: VESTIDA DE NOVIA

CAPÍTULO 8

VESTIDA DE NOVIA

El camino fue silencioso y triste. Zarah miraba el paisaje de las calles conocidas que iba dejando atrás. A su memoria saltaban los recuerdos de la vida que allí vivió junto a su familia y que cambiaría por completo a partir de ese día. Intentó guardarlo todo en su memoria. Quería memorizar cada calle, cada esquina, cada vereda por las que algún día caminó libre y feliz. Nunca antes se le había ocurrido que algún día tendría que dejarlo, hasta le parecía que no lo había valorado lo suficiente. Ahora, sin embargo, quería llevar su recuerdo en el corazón porque tenía el presentimiento que tardaría mucho tiempo en regresar a aquel lugar.

Se adentraron en una ciudad llamada Taormina, conocida solo por referencias pero que nunca había visitado. Ni en sueños. Taormina, era una excéntrica zona residencial de lujo y exclusiva, con propiedades de alta gama y en una ubicación gloriosa.

Rocco manejó la camioneta escoltado por el resto de los hombres que lo seguían. Luego de carreteras que parecían interminables, se detuvieron frente a una impresionante residencia, encumbrada en el tope de una montaña que se asentaba como un palacio real. Allí se detuvo frente a un imponente portón elaborado en hierro y de diseños modernos para anunciar su llegada.

Zarah miraba todo a su alrededor, absorta por la grandeza y el lujo del lugar. Notó que había cámaras de vigilancia por todas partes y eso la hizo estremecerse. Todavía más cuando escuchó la voz firme y profunda de Gennaro Ricci por primera vez.

“Adelante” fue todo lo que dijo por el intercomunicador y de inmediato el portón se abrió y siguieron la marcha.

Rocco manejó hasta la residencia, se estacionó y apagó el motor.

—Bien, hemos llegado. El jefe está en la casa y les aviso que primero atenderá al señor Mancinni. —Informó para luego dirigirse a Zarah —usted, señorita será llevada directamente a una habitación para que se prepare. El juez ya está listo y la espera.

Zarah y su padre se miraron en silencio. Era una mirada de aceptación o acaso de rendición ante un destino del que no pudieron escapar. El nerviosismo se reflejaba en sus rostros y Zarah apenas podía contener el deseo de salir corriendo de allí.

Los hombres de Rocco se encargaron de subir el equipaje y atrás quedaron ellos subiendo las escaleras donde se separarían. Al viejo Manccini lo llevarían hasta el salón principal y a Zarah al otro lado de la casa donde ubicaba la habitación para prepararse.

Zarah subió cada escalón con pies temblorosos. La cabeza le daba vueltas en un sinnúmero de posibilidades que podrían terminar mal. Temía lo que fuera a hacerles ese hombre. Temía a sus represalias. Pero más que todo, temía tenerlo de frente. Ella no era Indira. ¿Se daría cuenta? ¿La había visto antes y reconocería el engaño? ¿Qué pasaría cuando se enterara que había intentado escapar? El corazón se le paralizaba con cada interrogante.

El viejo Mancinni se resistió a que lo separaran de su hija y se negó a dar un paso más forcejeando con al brazo de Rocco que intentaba llevarlo.

— ¡No iré a ninguna parte sin mi hija! —ladró enfurecido.

Zarah intentó tranquilizarlo.

—No se preocupe, padre. Vaya y hable con él. Yo estaré bien…

—Pero, hija…es que…Mira a lo que hemos llegado… ¡Estoy tan arrepentido! —gimoteó y Zarah temió que fuera a derrumbarse allí mismo.

—A ver…vamos a ser fuertes —lo animó.

Zarah hizo su mayor esfuerzo por no perturbarse. Le rompía el corazón verlo así pero tampoco admitiría que se presentara ante el señor Ricci como un fracasado y un lastimero.

Rocco los interrumpió con algo de impaciencia.

—Siento interrumpirles la charla pero mi jefe lo espera y al señor Ricci no le gusta que lo hagan esperar —dijo y lo separó de Zarah para llevarlo al salón.

“Ese ogro hoy se llevará el chasco de su vida…” murmuró entre dientes lejos del alcance de Rocco y dirigiéndose a la habitación que le asignaron y donde ya estaba su equipaje esperándola.

Entró a la habitación y quedó impresionada con la exquisitez del lugar. Todo le parecía esplendoroso. Las sábanas sedosas, las cortinas de blanco marfil, la suave alfombra a sus pies, la lámpara colgante de hermosos vidrios. Todo. Lo único que desentonaba era su vieja maleta, que al igual que ella, no pertenecían a aquel lugar.

“Señorita, avíseme cuando esté lista. Como ya sabe, el juez ya está listo y la espera.” anunció desde fuera de la puerta uno de los escoltas.

Zarah prefería hacerlos esperar. No tenía ningún interés ni le provocaba la menor alegría lo que estaba a punto de pasar. Lo haría sí, pero de la forma más lenta posible. Hasta el último minuto se aferraba a la esperanza de que algo sucediera y los regresaran a su casa sin mayor escándalo. Un milagro, eso era lo que necesitaban.

Se metió a bañar en un baño de lujo como sus ojos no habían visto jamás. Se preguntaba como un hombre con tanto poder pudiera estar necesitando hacer una apuesta para ganar una esposa. Era inconcebible. Seguramente era un monstruo y por eso nadie lo quería. A juzgar por sus acciones, bien pudiera ser cierto.

Sacó el vestido de novia de la caja. Nada de aquello le parecía tan hermoso como la primera vez que lo vio. Ahora su belleza se perdía en el coraje y la ira que le producían aquel vínculo forzado que estaba a punto de suceder.

¡Lo detesto! ¡Lo odio y ni siquiera lo he visto! —repetía con los dientes apretados mientras iba vistiéndose con aquel ajuar que también empezó a detestar. Hubiera querido destrozarlo, quemarlo y echarlo por la ventana. Pero ya era muy tarde. Su padre estaba en manos de Gennaro Ricci y solo ella podía salvarlo.

Se miró en el espejo y vio que le devolvía una triste mujer vestida de novia. ¡Que distinto hubiera sido todo si se estuviera casando por amor con un hombre al que amara y también la amara a ella! Cada pieza que llevaba era estupenda, y aunque con el corazón roto, admiraba lo bien que todo le sentaba. Como si siempre hubiera sido elegido para ella.




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