Esposa para el rey

Capitulo 6

—¡Mi lady Eréndira, por favor no se vaya!—El párroco corría para alcanzarla.—No es momento de acobardarse, tenemos que hablar con su tío.

—No se cómo permití que me convenciera de esto.—Respondía mientras trataba de alejarse lo más rápido del palacio.—¡Es una verdadera locura!

—Mi lady no diga eso, tiene la oportunidad que muchos quisieran. Estoy seguro que su tío no se rehusará.

—Con suerte me permitirá conservar todos los privilegios que ahora tengo, no puedo ser así de mal agradecida.

—Pero no lo está siendo.—Bajó el tono al haberla alcanzado después de una gran carrera.—El ver por un futuro mejor para su vida no es pecado, se lo digo yo... el agradecimiento se lleva en el corazón y al expresarlo, no en aprisionarse.

—¿Qué le hace pensar que vivo en una prisión?

—No lo ha dicho, al menos no con palabras. Pero su mirada y su tono de voz me lo han gritado.—Intentó convencerla con lo más irresistible que hay... los halagos.—Usted necesita una vida diferente, donde pueda explotar sus virtudes e inteligencia. ¿Me va negar que no lo ha pensado o deseado?

Erendira no pudo contradecir las palabras del padre, sabía que su corazón no se sentía bien con su vida actual y que pedía a gritos un cambio para conocer las maravillas del mundo. Ser una reina sería una buena forma.

—Pero, ¿Cómo está tan seguro que mi tío lo aprobará? Y más difícil aún. ¿Qué su rey estará dispuesto a casarse con alguien como yo?

—Debemos empezar a cambiar lo que usted siente de si misma. Es una mujer que vale mucho.—Su sonrisa y confianza no cedían por nada.—Confía en mi y verás que todo es posible.

—Muy bien, asistiré a esa reunión con mi tío, confiando en que todo saldrá bien.—Suspiró profundamente.—Él también querrá tener pruebas de que su rey acepta.

Erendira se dejó convencer nuevamente. El párroco la tomó del brazo con respeto pero con la fuerza necesaria para sujetarla en caso que se quisiera retirar nuevamente.
Caminaron lo más rápido que pudieron pues el vestido de Eréndira era tan largo y ajustado, que no le permitía ir a un ritmo más rápido.
Habían dejado atrás los hermosos jardines para incorporarse al pasillo real. Este conectaba la parte trasera del castillo con el palacio principal, que era a donde se dirigían para ver al Rey.
El lugar era un deleite visual, los lujos que ahí habían era tantos como para ser redactados con palabras. Los pisos estaban pulidos perfectamente, quedando tan brillosos y limpios que podrían pasar como nuevos. Las paredes eran en su mayoría de color azul, algunas contrastaban con su hermoso color plateado. Decorando estas paredes habían escudos, armaduras, joyas y algunas obras de arte como esculturas y pinturas que habían conseguido durante las guerras. En el salón, habían varias estatuas de culturas diferentes, premios de sus hazañas y conquistas que daban como resultado, la gran reputación del reino.
En el centro, habían unas escaleras muy grandes de color blanco, estas conectaban a los pisos superiores donde había salas que almacenaban libros, bebidas, entre otras reliquias consideradas en ese tiempo.
Todas y cada una de las posibles entradas o salidas estaban custodiadas por soldados muy bien equipados. Con su brillante armadura color plateada, su bandera en el pecho de color azul muy fina, con un diseño muy icónico del poderoso reino.
Erendira y el párroco se acercaron a la zona este, al fondo de dichos pasillos. Ahí estaba la puerta que conectaba con el gran salón, donde el rey recibía todos los días a las personas que deseaban hablar con él.

—Buen día hijos.—Saludó el párroco a los soldados una vez que llegaron a las puertas del salón.—Podrían permitirnos el paso, tenemos algo que hablar con el rey.

—No tienen cita padre, necesitan una para que el rey los pueda recibir.—Respondió muy tajante sin moverse un solo centímetro de su posición.

—Entiendo perfectamente hijo, pero el tema que traemos es urgente.—Seguía siendo amable pues sabía que esta actitud abría puertas mas allá de las físicas.—Soy el sacerdote emisario del reino norte, su majestad me vió ayer y acordamos que lo vería hoy, aunque sea para despedirme.

—Lo siento mucho padre, pero la demanda que su majestad tiene es demasiada.—El otro soldado tomó la palabra para aumentar la negativa al paso.—Sin una cita, no puede ver al Rey.

—Les repito jóvenes ovejas del creador que es un asunto urgente, su majestad se molestará si no le decimos.—Su paciencia estaba terminando, lo más difícil de su misión ya lo había conseguido que era encontrar a alguien digna y que deseara casarse con su rey. No iba a permitir un obstáculo o perder el tiempo y que otra cosa pasara.—Como pueden ver, viene conmigo la sobrina de su majestad. Ella puede corroborar la urgencia de mi mensaje.

—Conocemos bien a la señorita.—Dijo al verla directamente.—Pero ni ella tiene autoridad para ordenar abrir esta puerta sin más. Pueden ir con el ministro al finalizar la tarde y seguro el rey los recibirá mañana.

—No puede esperar tanto hijos, necesito regresar.

Sin importar las súplicas del padre no hubo cambio, sus palabras carecían de poder ahí. Afortunadamente Eréndira decidió intervenir para poder acceder.

—Ustedes me conocen y saben que jamás he pedido nada ni abusado del favor del rey al tenerme como su protegida.—Se acercó a ellos más que con una voz dulce, con una mirada retadora y de autoridad.—Pero este día me veo en la necesidad de pedirles el paso, les doy mi palabra que el rey no les castigará por ello.

La popularidad de Eréndira era mucha aún con los guardias, muchos la seguían por su hermosura, mientras que otros por su amabilidad a pesar de su posición privilegiada. Ambos guardias se miraron y fuera una u otra opción, ellos sentían respeto por ella.

—Esta bien mi lady, los dejaremos pasar esperando hable bien de nosotros con su majestad.

Esta fue una prueba más al sacerdote para reafirmar que era la indicada para reinar junto a su rey.
Emocionado, pasó al gran salón una vez que se abrieron las puertas.
Erendira y el sacerdote entraron al salón real, su cometido lo habían logrado y eso les causaba satisfacción.
Al entrar pudieron observar el trono ocupado por el rey Ricardo, tío de Eréndira y regente de todo ese reino.
El soberano estaba finalizando una reunión con algunos dueños de tierras que se quejaban por la poca agua con la que contaban para sus cosechas.
Contemplaron el desenlace de esta reunión y que los arrendados salieron satisfechos con la solución que les propusieron.
Al verlos salir, el rey secó su frente mientras con su rostro expresaba un poco de fastidio.
El ministro pidió que se abrieran unas pequeñas puertas que conectaban con el patio, para que estos pudieran salir y que la siguiente persona pudiera pasar.
Mientras esto sucedía, el rey vió como su sobrina y el sacerdote se acercaban a él. Le pareció una buena idea escucharlos pues creía que así escaparía un poco de sus labores.



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Editado: 26.03.2025

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