La tarde fue muy placentera para todos sin excepción. La mezcla entre el reino del sur y el del norte se había convertido en una muy enriquecedora. Los acentos eran distintos, algunas costumbres también y sobre todo las personalidades.
Los del norte preferían lo intelectual y sentirse cultos, los del sur eran humildes y les gustaba hacer amigos. Todo esto por el régimen de sus monarcas.
El banquete que se sirvió fue espectacular y este corrió totalmente por manos del reino anfitrión. El rey Ricardo pidió que se hiciera lo más posible por mostrar su generosidad y valor hacía su homólogo.
Agusto no era de gustos difíciles así que fue fácil halagarlo con los alimentos.
La reunión se había originado por la futura boda de la princesa pero el rey del sur no quería dejar pasar la oportunidad de mostrarse amigable con Agusto. Esa alianza sin duda era muy importante y gracias a su sobrina podría hacer realidad.
Por otra parte, el rey del norte sabía que su reino seguía siendo próspero y si lograba hacer ese lazo con el reino de Surten, su fama y estabilidad, jamás volverían a venirse abajo.
Era un juego de reyes preciso y muy importante, en donde ninguno de los dos deseaba perder. Pero ante toda esa estrategia parecía ser que el amor podría hacer su bendita aparición. Al menos los ojos de Agusto así lo mostraban cada que veía a Eréndira. La miraba tan culta, con su personalidad recatada, su indudable belleza y gran elegancia.
De algún modo se sentía aliviado pues sin conocerlo, ella había aceptado ser su esposa y ahora que lo conocía, no había salido corriendo ni negarse a concretarlo. Lo vió como una victoria la cual claramente celebraba.
Muy en el fondo no deseaba tener una esposa por compromiso, deseaba enamorarla y poder tener una linda relación.
—¡Beban y disfruten el día de hoy!—Gritaba el rey Ricardo ya un poco tomado.—¡Nuestro reino está entrando en una gran etapa, vienen muchas celebraciones y glorias para todos nosotros. La paz es un regalo muy bello así que aprovechen con los suyos!
Las copas de los caballeros presentes se alzaron para brindar como su rey se los había pedido. Esta acción la miró Agusto desde la mesa de honor en la que había sido colocado. Admiró el respeto, orden y perseverancia de todos ahí.
—¿Qué le parece el reino hasta el momento señor?—Preguntó Jacinto a su monarca. Él estaba muy emocionado por la fiesta y así lo dejaban ver sus gestos.
—Muy bien, el ambiente, el rey, las personas, todo es muy agradable.—Contestó Agusto como si de un robot se tratara.
—Y me imagino que lady Eréndira fue más de su agrado, ¿No?—Jacinto vió como su Monarca se avergonzó por ese comentario y se atragantó con el vino que bebía.—Esas no son modales propias de un rey. ¿Qué dirán de mí al ver que el elegante Agusto del que les hablé no sabe beber?
Las risas no se hicieron esperar por parte del sacerdote. El rey las observó y se relajó, aunque el nerviosismo aún seguía presente, había mucha verdad en las palabras de su amigo.
—Ya enserio mi rey.—Dijo el sacerdote con una voz más seria.—Es una excelente mujer y no me refiero solo a su físico.—La buscó con su mirada, Eréndira estaba en la mesa del rey Ricardo, a un lado de sus primas.—Le vendrá muy bien al reino tenerla como su esposa.
—Lo sé, yo también logro ver en ella ciertas cualidades para una buena reina, la pregunta es.—Analizaba mientras se limpiaba los labios del vino que derramó.—¿Será ella consciente de esa responsabilidad?
—Esa es una muy buena pregunta la cual no puedo responder.—Cruzó sus manos mientras la seguía analizando.—Me parece que ella siempre ha querido pasar desapercibida, no se involucra mucho en los asuntos del reino pero es sumamente inteligente. Cuando se le ha necesitó, ella aportó buenos consejos, se que es una gran estratega como tú.
—Entonces debo cuidarme, no sería bueno que ella hiciera una estrategia para dominarme.
Por primera vez Agusto sonrió muy notoriamente, el momento o tal vez el vino ya estaban haciendo efecto en su cuerpo. Esa sonrisa mágica que no había mostrado y que fue capaz de capturar la atención de Eréndira que miraba a lo lejos.
—No entiendo cómo puedes hablar enserio.—La princesa Sleidy le hablaba a su prima en forma de regaño.—Eso de irte al reino del norte con ese rey lisiado, es una verdadera locura.
—Deberías estar más contenta prima.—Respondió Eréndira intentando evadir el tema. En unos días te casarás con él hombre de tus sueños, según recuerdo.
—Claro que estoy contenta pero eres muy importante para mí.—Dijo ella sin bajar la mirada, era como una madre reprendiendo a su hija.—¿Cómo puedo irme tranquila sabiendo lo que harás?
—Tú te casarás con un desconocido y te irás a un reino lejano.—La hermosa Eréndira al fin abordó el tema con su característico análisis.—Yo haré lo mismo, me iré a un reino lejano para ser la esposa de ese rey.
—En otros tiempos me hubiera emocionado que ambas nos convirtamos en reinas, un dulce sueño de la infancia siendo realidad.—Sleidy cambió a un tono dulce al recordar.—Pero ahora no puedo más que preocuparme por tú decisión, te imaginas ¿Cómo debe ser tú futuro esposo? Por algo está así.
—Yo no creo que tenga que ver su condición con su personalidad.—Dijo ella con un poco de gracia.—Parece ser alguien muy inteligente que se preocupa por su reino, por desconocidos y para eso se necesita un gran corazón.
—Peor aún, suena a que ya lo aceptaste...
Erendira solo miró a su prima un poco desconcertada por su falta de sensibilidad en ese aspecto. Lo estaba viendo de una forma muy racista la cual a ella no le parecía correcta.
Intentó que con el silencio la conversación o al menos ese tema estuviera cerrado en ese momento pero Sleidy no se detendría así de fácil.