Erendira y Agusto quedaron solos aparentemente en un rango de cinco metros, ahí nadie los molestaba y estaban tan juntos que el silencio comenzaba a ser incómodo.
—Si me permite, llamaré a dos de mis guardias para que me lleven hasta el jardín con usted mi lady.
Agusto rompió el silencio para decir estas palabras a su futura esposa.
—Así podremos ir a la velocidad que se requiere. Me disculpo por esta situación.
—No tiene que disculparse de nada mi rey.—Dijo ella agachando la cabeza ante él.—Si me permite, yo misma tiraré de la silla para llevarlo al jardín.
—No tienes por qué hacer eso. Esa tarea se la puedo encomendar a mí guardias.
—Tal vez no tengo que hacerlo pero… quiero hacerlo.
Se hizo un breve silencio después de esas palabras. Agusto creía que estaba soñando pues había deseado conocer una mujer que compartiera con él su reino y que le respetara por su situación actual, pero Eréndira superaba todas esas expectativas con las que había soñado. No solo era hermosa, sino que no se burlaba de su situación y mostraba interés por su comodidad.
—No necesitas mostrar más amabilidad de la que ya has mostrado hoy.—Dijo él haciéndose el difícil aún.—Tú debes ser consentida por mi y no molestarte en estas cosas.
—Para mi no es una molestia. Son cosas que ambos debemos compartir si es que nos convertiremos en esposos. No puedo reinar junto a usted sin compartir los problemas y soluciones.
—Creo que más de la mitad de todos los reyes hubieran deseado tener una reina como tú.—Dijo Agusto tomando su mano tiernamente.—Todos ellos serían afortunados por una pareja así de noble.
—Pues entonces la mitad de los reyes que describes, conocen el valor del compromiso.—Respondió halagada por el beso en su mano.—Aunque para la otra mitad no sería buena elección.
—Yo no dije eso.—Agusto la miró muy cautivador y con un tono varonil le dijo.—La otra mitad también te elegiría, pero lo harían por tu hermosura. Algo que compite con tu gran nobleza. Serías la elección perfecta de cualquier rey.
Ahora Erendira era la que estaba sonrojada por aquellas palabras de su futuro esposo.
—Muchas gracias por tus palabras…
—El agradecimiento es mío pues de todos esos reyes yo soy el afortunado que podrá estar contigo.
El romanticismo ya se había hecho presente en la boca de Agusto. Se sintió tan bien, confiado y cómodo con todo eso que se soltó para hablar.
Desafortunadamente para él, sus guardias llegaron para realizar su noble misión de llevarlo en la silla.
—Está bien, pueden dejarnos.—Dijo el rey con un tono amable pero de autoridad.—Lady Eréndira y yo iremos a dar un paseo al jardín. Estaré bien.
En ese momento la hermosa prometida del rey se despejó para cumplir su palabra y tomar las riendas de la silla movible y jalarla para que las ruedas hicieran su trabajo trasladando al monarca.
Sujetó las cuerdas lentamente y comenzó a caminar de esta misma manera con la mirada abajo y por enfrente del rey.
El trayecto no era muy largo pero la baja velocidad a la que se desplazaban lo hacía ver así. Erendira lo hacía con la intención de no lastimar al rey o no ser brusca, lo cual no le molestó al monarca.
—Eres una mujer bastante noble, te van criado muy bien. Aunque más que educación esa nobleza viene de tu corazón.
—Trato de hacer lo que se puede mi rey.—Dijo ella aún con la mirada baja.—Creo que en este mundo ya hay demasiada maldad, desigualdad, falta de moral, como para hacerlo yo también. Prefiero ser una persona diferente.
—Es muy interesante todo lo que dices, ese corazón es ideal para reinar.
—Me imagino que se necesita algo más que un buen corazón para tal tarea.—La plática era muy entretenida para ella. Lo estaba disfrutando como hacía mucho no lo experimentaba.—Usted debe tener mucha experiencia.
—Nunca es suficiente la experiencia para esa tarea. Se necesita más conocimiento, paciencia y en ocasiones sangre fría para llevarlo a cabo de la mejor manera.
—¿Lleva mucho tiempo reinando?
—Solo unos años desde que mi padre me lo heredó.—Agusto también disfrutaba de aquella conversación. Cada vez estaba más suelto y entraba en confianza más rápido.—Pero cada día es igual de complicado que el anterior. Guerras, hambrunas, diplomacia, religión, todo eso se convierte en una fiera enjaulada con ganas de salir y devorarte, pero debes estar fuerte y permanecer firme para evitarlo.
—Lo describes cómo toda una responsabilidad que no dudo lo sea.—Sonreia mientras platicaba.—Pero debe tener sus cosas buenas, ¿no?
—Como todo, lo tiene.—Le respondió igualmente con una gran sonrisa.—Tener un sacerdote que te hace reír, los súbditos gritando tu nombre, comer lo que deseas, poder pasear por todo el castillo, poder casarse con la mujer más hermosa del mundo.
El halago nuevamente cumplió su cometido. Los ojos de Eréndira brillaron con ese comentario pues le agradó demasiado.
—El jardín está justo ahí.—Dijo ella desviando un poco la conversación señalando su lugar de destino.
—Entiendo, pues vayamos entonces.
Los dos entraron una vez que los guardias les permitieron el paso. Esto fue sencillo pues Eréndira era fan de los paseos en ese lugar mientras que Agusto, había sido declarado un invitado de honor con derecho de pasearse como en casa y claro, con la misma protección.
El recorrido empezó rápidamente de la mano de Eréndira. A pesar de la gran misión que llevaban encima, no fue una mala idea optar por un pequeño paseo, disfrutando del ambiente y por supuesto también de conocerse más.
—Este jardín es hermoso, me imagino que les ha llevado mucho tiempo y esfuerzo el cuidarlo.
—Si, es un trabajo que supervisó mi tía directamente, le gustan mucho las plantas.
—¿A ti no te gustan?—Preguntó Agusto mientras la miraba de perfil siendo jalado por ella.
—Me fascinan, siento mucha tranquilidad al pasearme con ellas, sentir en mis pies el césped y poder disfrutar de los aromas.