—Eréndira, ¿Qué haces aquí en mi habitación?—Agusto despertó sorprendido por la intervención tan sorpresiva de su prometida.—¿Sucede algo malo?
Pero la hermosa joven no dijo nada, solo continuó su lento caminar hasta la cama.
Con la poca luz que emitían unas velas dentro de un candelabro, el rey pudo notar que la joven no llevaba mucha ropa encima. Apenas una corta blusa que le tapaba su pecho mientras que las piernas iban sin ropa, solo una sábana las tapaba.
Ella se acercó muy sensual hasta la cama donde se subió recargando sus manos a primera instancia.
—Dime por favor ¿Qué sucede?—Insistia el rey poniéndose nervioso por aquel atrevimiento.
—Shuu—Lo silenció mientras ponía su dedo entre sus labios.—No digas nada o nos van a descubrir.
Augusto no se creía lo que escuchaba ni lo que veía. Se puso muy nervioso, tanto como un niño ante un problema donde sabe que sus padres lo regañarán.
—¿Tienes espacio para mí en tu cama?—le dijo con voz suave comenzando a subir sus piernas a la cama.—O ¿Prefieres que me vaya al frío suelo a dormir?
—Por supuesto que no, sube, aquí cabemos los dos.
Agusto arrastró su cuerpo sobre la cama de tal manera que dejó un espacio suficiente para que Erendira subiera. El monarca comenzó a sentir esa excitación que a cualquier hombre le hubiera llegado en dicha escena.
De igual forma le llegó una profunda preocupación, sabía a lo que ella iba y temía no poder complacerla debido a su condición. Golpeó sus piernas como intentando que con esta acción pudieran responder pero eso no fue posible.
Erendira se dió cuenta de eso y decidió no ocupar el lugar en la cama que Agusto hizo. En cambio ella se subió en él, lo hizo lentamente comenzando por las piernas para acariciarlas con las suyas. Después comenzó a besarlas quitando la ropa lentamente con ambas manos.
La sensación que los labios provocaban en sus piernas fue muy placentera. De inmediato sintió la relajación y la profundidad que está acción podía tener. Liberó un pequeño suspiro de gozo mientras ella aumentaba la velocidad de sus besos en las piernas. Agusto solo pudo cerrar los ojos y disfrutar aprovechando sus manos para tocar las piernas de ella.
El tacto pareció agradarle a Eréndira quién se dejó acariciar con mucha facilidad. Movía la cadera hacia adelante para que las manos de Agusto se desplazáran hacía sus glúteos. Al llegar ahí. el ya excitado hombre comenzó a presionar muy fuerte los glúteos como si los quisiera empujar hacía él.
—Te voy a seguir besando mi rey, después de eso quiero que me beses tú también.
El tono de voz que usaba era aún desconocido para él. Tenía una mezcla de atrevimiento y también de sensualidad que podían hipnotizar cualquier oído. Ante la duda Agusto la movía hacia la luz con tal de corroborar que era ella. Lo hizo un par de veces antes de creer que en verdad su prometida estaba arriba de él en esa situación.
Erendira continuó con lo suyo. Bajó sus labios nuevamente pero esta vez no fue hacia las piernas, subió lentamente hasta llegar a sus genitales donde el sabor era distinto.
Ahí se puso a prueba lo que Agusto sentía pues ligeramente sintió un placer que no podía describir, tanto que incluso pudo mover sus piernas con tanta fuerza que la empujó hacia adelante. La tomó con fuerza de la cintura con ambas manos y la movió lentamente para estimular más su excitación. Esto provocó que Erendira sintiera aún más deseo pero no solo eso, también le estaba provocando un gran placer, al grado que hizo sonidos con su boca, de esos que te comunican que todo va por buen camino.
Agusto se dejó llevar por el momento que no puso más atención al movimiento en sus piernas, solo deseaba cumplir y poder estar dentro de Eréndira quien deseaba lo mismo que él.
Se tomaron de las manos y Agusto sintió como poco a poco su miembro crecía hasta que se puso tan duro que podía penetrarla. No quiso esperar más y trató de acomodarla para que entrara de una vez.
—Mi rey ahora sí quiero estar en su trono.—Dijo ya muy prendida haciendo referencia a sentarse en su duro miembro.—Seré su reina esta noche, una que lo va complacer en todo.
El monarca solo deseaba que el acto empezara, lo deseó tanto que cuando menos lo pensó ya estaba disfrutando del placer una y otra vez mientras Erendira subía y bajaba. Cada movimiento estaba acompañado de un ritmo diferente, uno que daba un placer que ambos solo habían conocido en sueños.
—Su alteza… su alteza.—Agusto creyó escuchar la voz de Eréndira justo enfrente de él pero después esa voz se fue haciendo más lejana.—Su majestad… despierte por favor…
Agusto abrió los ojos para darse cuenta que había estado viviendo un sueño, uno muy hermoso y atrevido pero que había terminado en ese momento cuando una de las sirvientas le despertó.
—Me han encargado que debe estar listo para la reunión.—Era una señora con una voz muy noble la que le hablaba. Vestía ropas de color blanco perfectamente cuidadas pues la realeza no quería escatimar en gastos para que todo se viera bonito en el castillo.—Debió despertar hace más de una hora.
Agusto dió un salto al entender lo que pasaba y al sentirse espiado en su situación de sueños. Levantó su cabeza tan alto que casi podía sentirse como que la arrancaría del cuerpo.
—Buenos días ¿Qué sucede?—Preguntó aún desconcertado.
—Estaba profundamente dormido. Intenté despertarlo un par de veces más pero no me fue posible.
—Lo siento.—Dijo apenado.—Creo que ayer fue un día muy pesado.—¿Sucede algo?
—Pues tiene una reunión muy importante con los demás reyes.—Le dijo como una madre regañando a su hijo.—¿No me diga que lo olvidó?
—No, para nada.—Agusto intentó levantarse pero antes de eso quiso verificar que sus piernas se movieran, aún tenía la inercia del sueño.—Estaré listo muy rápido.
Sus piernas seguían inmóviles como era de esperarse. Aunque esto no le sorprendió, si le decepcionó un poco. Esto por la parte sexual por la que había llegado a eso. Incluso discretamente levantó la sábana para mirar por debajo y ver si su pene estaba erecto.