El tiempo para la batalla decisiva había pasado muy rápido. En ese tiempo Eréndira y Agusto habían trabajado en conjunto mucho tiempo para lograr idear un buen plan. Esto les ayudó a unirse no solo mentalmente sino física también. Los besos aparecieron como pequeñas chispas para encender ese amor que poco a poco iba creciendo. Aunque eran muy discretos ya podía verse y sentirse en cada uno de ellos ese aroma a amor.
También se dieron cuenta que eran bastante similares y gracias a eso ambos se ayudaban a tener un crecimiento propio y mejoraron en muchos aspectos de su vida. Se habían hecho mucho bien el uno al otro.
—Mañana marcharemos como lo habíamos planeado.—Dijo Agusto mientras se recargaba en la cabeza de Eréndira quien a su vez estaba recargada en su hombro como dos enamorados.—Nos vamos a dejar de ver muchos días pero si todo sale bien el destino nos unirá en mi reino para que lo conozcas.
—Sé que es muy peligroso que yo vaya aunque si me lo pidieras iría contigo sin importar nada.—Hablaba como toda una enamorada quien se arriesgaría a todo con tal de estar con su amado.
—Lo sé pero no es necesario. El campo de batalla puede ser un lugar muy rudo.—Besó su cabeza para continuar el apapacho.—Tú ya has hecho mucho más de lo que debías. Ahora depende de mí hacerlo que valga y por supuesto poder darte un hogar digno que reinar.
—No me importa mucho eso sabes...—Su tono demostraba sinceridad en su voz.—No te negaré que la oportunidad es única y especial pero no lo es todo, me importaría más que nadie muriera y que tú estuvieras bien.
—La vida es mucho más dura que eso.—Le respondió agarrándola fuerte.—Aunque tú no lo desees, un león te puede atacar para comerte sin que tú quisieras comerlo a él. Por eso es importante defenderse y construir buenos muros, para que se complique el que te quieran dañar.
—Entiendo todo eso y cuando sea reina haré un cambio para que las personas puedan estar protegidas.
—Eso es muy noble. Ya verás que se logrará.
La cita se estaba llevando a cabo justo en el atardecer. En lo alto de una de las torres del castillo principal. Al otro extremo de las habitaciones reales.
Aquí Eréndira y su prometido disfrutaban de la vista que dicha hora del día regalaba. Sentía los rayos del sol en sus pieles como si estuviera dando caricias para despedirse. Era muy grato sentirlo.
Los colores que provocaba y a esa altura en la que se encontraban, era una combinación mágica para deleitar los ojos. El amarillo clásico convirtiendose en anaranjado. El rojo apareciendo para decorar, mientras que un blanco y azul se colaban en pequeños fragmentos para anunciar los cambios.
Todos ellos intensificándose y por último desapareciendo para dar paso al azul oscuro y gris del anochecer. Esté acompañado de varias luces plateadas provocadas por las estrellas que saludaban a quien las viera. Lo hacían regalando una luz que de expandía y al mismo tiempo relajaba. La luna se mostraba completa como si deseara estar presente en la reunión de aquellos dos enamorados y regalando su hermoso brillo.
—Ya es tarde y tienes que ir a dormir.—Dijo Agusto interrumpiendo el momento mágico.—No es correcto que llegues tarde a tu habitación. No demos mala imagen.
—Si lo sé. Solo deseaba pasar unos minutos más a tu lado.—Respondió suspirando.—Mañana te irás y no te veré en varios días. Pero debes descansar lo entiendo será un día difícil mañana.
—No te preocupes, mi energía está en pensar en ti. Podemos quedarnos cinco minutos más juntos.
Agusto la tomó de la cara y la giró para besarla. Fue un poco sorpresivo para ella pero continúo el beso de la mejor forma posible.
Se habían adaptado incluso para besarse, primero lo hacían dulcemente, después con más fuerza y pasión, por último lo hacían para no soltarse hasta que sus cuerpos hacían lo contrario y se distanciaban.
—Bueno mi princesa, ahora sí es momento de irnos.
El feliz momento había terminado muy romántico pero tenía que llegar a su fin.
Erendira se adelantó para solicitar ayuda de la guardia real de Agusto. Estos soldados subieron por él para cargarlo por las escaleras hasta llegar al piso recto donde su silla esperaba. Ahí lo sentaron y comenzaron a tirar para trasladarlo.
Erendira bajó detrás de ellos y se incorporó a su lado para caminar juntos por ese pasillo hasta llegar a la zona donde se tenían que separar. Ahí se detuvieron nuevamente para despedirse. Esta vez lo hicieron de una forma más discreta.
—Nos vemos mañana. ¿Estarás en la despedida cierto?—Agusto tomó su mano para besarla.
—Por supuesto mi lord. Ahí estaré.—Erendira hizo la carava de respeto y le dió una sonrisa muy grande.
Después de eso los guardias comenzaron a caminar nuevamente separando a la pareja.
Erendira se quedó ahí mientras veía perderse entre los pasillos a su amado.
A los pocos segundos caminó en dirección a su habitación. No tenía la intención de entretenerse más pero su primera Sleidy se interpuso en su camino.
—¡Vaya que has andado desaparecida!—Exclamó tan fuerte que parecía un grito.—Te he extrañado tanto.
—Sleidy ¿Cómo estás?—Preguntó sorprendida por verla.
—Yo muy bien, feliz como debería y ¿Tú?—La tomó de la mano y la jaló hacia su habitación.
—Estoy bien prima, cansada…
Esto último lo dijo con la intención de frenar a su prima pero no funcionó. Ella deseaba platicar y enterarse de todo, justo como en los viejos tiempos.
Llegaron a la habitación de Sleidy que estaba primero sobre el pasillo pues la de ella estaba al fondo.
Abrió la puerta y ambas entraron.
—Cuéntamelo todo. Se que se han visto en la torre estos días.—La princesa se tiró en la cama para escuchar a su prima quien se quedó de pie muy cerca de la entrada.—¿Se besan? ¿se acarician? ¿cómo es estar con él?
—¡Prima, no sé a qué te refieres!, ¿Cómo qué estar con él?—Le respondió muy sorprendida por lo que dijo.