—Desde ya, le digo que no me interesa, así que será mejor que se vaya por donde vino. —Comenzó diciendo Mara, mientras él apenas iba a sentarse, así que se incorporó de nuevo.
—Deje que me presente —murmuró y guardó un silencio incómodo, aunque por dentro estaba chillando de frustración, cuando vio a la mujer sentarse sin modales, con las piernas abiertas como borracho en cantina y mientras colocaba los codos sobre sus propias rodillas—. Como dije, mi nombre es Nicholas Leighton, soy el CEO de Perfect Match.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, sin dejarlo avanzar más.
—Una agencia de matrimonio. Recopilamos información de nuestros clientes, desde gustos, aficiones, intereses; etcétera —mencionó Nick, de forma apasionada, como si ella pudiera entender todo con esas simples palabras—. Nuestro trabajo es procesar todos esos datos y pasarlos por un servidor que opera con una inteligencia artificial a fin de buscar la pareja perfecta, concertar una cita entre ambos y esperar los resultados. Perfect Match, ha tenido una taza de éxito del noventa por ciento. Las parejas que se han formado bajo nuestra intervención hoy son matrimonios sólidos.
—Ya. Juegan a ser los Celestinos —lo rebajó Mara—. Qué patético. No, no me interesa que una inteligencia artificial me diga con quien debo casarme.
—Escuche, me contrataron para conseguirle un esposo —recriminó, intentando no perder la paciencia—. ¿Por qué no lo piensa un poco? Le aseguro que puede ser una experiencia amena.
—¡Oye! —dijo la voz de una de las pequeñas—. Ya escuchaste, mi mamá no quiere un novio.
—Ah, y nosotras no necesitamos un padre —aclaró la otra, mientras la más pequeña de tamaño, se acercó y dejó un vaso con un líquido blanco en la mesa.
Nick supuso que era leche, así que sin pensarlo, lo bebió de golpe, pero de inmediato lo escupió, lanzándolo a la cara de Mara, quien miró a sus hijas y estas soltaron una carcajada. Tosió repetidamente al sentir que lo que le habían dado era piedra caliza disuelta en agua.
Las tres niñas lo miraron con inocencia. Al mismo tiempo, Mara se levantó y tomó del brazo a dos de ellas, sacándolas de la casa; no obstante, antes de que el hombre se diera cuenta, la tercera ya no estaba a la vista, tanto que cuando volvió su madre, la buscó, encontrándola bajo el comedor.
La reprendió y se la llevó también. Poco después, regresó, ofreciéndole una limonada.
—Discúlpelas, son algo traviesas y no le gustan los extraños —se excusó Mara y dio un suspiro mientras él asentía—. Como dije, no me interesa casarme, tampoco la herencia de mi abuela. Tengo tres hijas, como puede ver, y ellas no desean incluir a nadie en la familia. Además, no tengo intenciones de enamorarme.
—No tiene que enamorarse, solo debe casarse con el hombre adecuado —refutó Nick mientras pensaba en renunciar y no insistir, pero luego recordó que estuvo de hocicón con su ex.
Miró a Mara. Su piel tostada y seca; sus manos callosas, su cabello reseco y enmarañado y su cuerpo regordete. Quiso hacerse bolita y chillar como puerco, pero se tranquilizó y pensó en soluciones.
»Nada que un buen cuidado de la piel y gimnasio no resuelvan —murmuró para sí mismo.
—¿Disculpe? —inquirió Mara, con un tono nada amigable—. ¿Dijo algo?
—No, no dije nada —respondió con sonrisa falsa—. Verá, usted le importaba a su abuela.
—¿En serio? —se burló la mujer, haciendo un gesto irónico—. ¿Le importaba como le importó lanzar a la calle a mi madre solo porque no se enamoró de un magnate? Mi madre fue feliz, creyó en el amor y encontró un buen esposo. No viví llena de lujos, pero fui feliz, por qué querría un matrimonio sin amor.
—Bueno, no puedo darle una respuesta a eso. Yo no creo en el amor, pero creo firmemente en el poder de un contrato —agregó el hombre, defendiéndose y buscando cualquier argumento para convencerla—. Le aseguro que mi trabajo es impecable. Me encargaré de encontrar al hombre perfecto. Tiene mi palabra de que su esposo será un buen esposo y padre.
—No, no me interesa —insistió. Nick comenzó a desesperarse, miró atentamente a la mujer y le dio una sonrisa falsa—. Siento que haya venido aquí, pero le aseguro que cualquier pretendiente será rechazado. Cuando quiera un marido, lo conseguiré sola.
—No me gustaría ofenderla, pero sola, sin mi ayuda, usted no tiene ninguna posibilidad en el mercado matrimonial —aseguró. La mujer le miró como si se lo fuera a comer sin masticarlo.
—¿Disculpe? —inquirió un tanto nerviosa—. ¿Está diciéndome… fea?
Soltó una risa irónica.
—Como dije, mi intención no es ofenderla; sin embargo, viajé desde muy lejos para entrevistarme con usted y me encuentré con una mujer que no cuida de sí misma. —Mara boqueó al escucharlo—. En mi opinión, una mujer que luce desarreglada, ¿cómo conseguirá un esposo? El amor es algo que entra por los ojos. Así que… creo que ningún hombre en su sano juicio se fijaría en usted.
Mara levantó el puño como si fuera a golpearlo y él terminó encogiéndose en su sitio, gritando despavorido.
»¡En la cara no! —exclamó varias veces, aunque no recibió el golpe.
—Largo de mi casa —indicó Mara de forma amenazante—. Largo y no vuelva nunca por aquí o juro por Dios que lo haré pedacitos y alimentaré cocodrilos con su paliducha piel. Dije que ¡largo!