Esposa por testamento

Capítulo 4

Nicholas arribó a la única posada que consiguió. Se acercó a la recepción y observó a la mujer que miraba la pantalla del televisor frente a ella y reía como si le hubiesen contado un chiste. Se plantó frente a ella, pero está siguió mirando el televisor sin si quiera atenderlo, así que se vio tocando la campañilla.

De mala gana, la recepcionista se giró.

—Diga —habló la regordeta mujer con el semblante de aquel al que no le agrada que lo interrumpan.

Nicholas carraspeó.

—Busco una habitación —habló el hombre con un tono tajante—. Lo más cómoda que tenga.

—Tengo disponible las habitaciones VIP —respondió la mujer de forma seca—. ¿Quiere una? Son doscientos veinte euros la noche.

—Sí, está bien —respondió y la mujer rápidamente le entregó una llave vieja en un pedazo de llavero de plástico.

Nicholas no dijo nada, después de todo, era el único hotel que había encontrado luego de andar por horas, así que cuando arribó a la habitación y abrió, casi se fue de espaldas al ver que la cama era horrible y mullida, a su lado había una tina de… ¿aluminio?, se dijo.

El lavamanos era una jarra de plástico vieja y una vasija de peltre. Todo dentro de la misma habitación. Además, vio dos ratas y escuchó sus chillidos.

Corrió escaleras abajo y fue directamente a la recepción.

—¿Ahora qué? —dijo la mujer en cuanto lo vio.

—Creo que hubo un error y me dio una habitación equivocada. Pagué doscientos veinte euros por una habitación VIP y me dieron una pocilga —recriminó Nicholas, tratando de mantener la calma—. No hay ventanas, huele a humedad, hay una tina como para una persona de un metro con veinte centímetros, de aluminio, no hay lavamanos, todo está junto y, además, vi a un par de ratas teniendo sexo en mi cama.

Soltó el aire al final de su discurso y la mujer le observó con actitud fastidiada.

—No hay error —refutó la recepcionista, para consternación del presuntuoso CEO—. Esa es la habitación VIP, aunque también tengo la habitación presidencial por doscientos cincuenta más.

—¿Me está diciendo que la habitación VIP tiene ratas? —cuestionó.

—No las he visto, pero no podría negarlo ni afirmarlo —aseguró la mujer—. ¿Quiere o no la habitación presidencial?

—Sí —respondió el hombre, pagando el dinero y sin más recibió la llave, con el llavero, está vez completo, al menos, y el número de habitación.

Volvió a subir las viejas escaleras y cerró los ojos al escuchar el rechinar de la madera. Finalmente llegó a su habitación en el último piso y abrir le recibió un olor a muerto. La cama estaba llena de tierra y parecía que no la habían limpiado en años con la cantidad de telarañas. Era la misma habitación con la tina, la jarra y la vasija, lo único que cambiaba era que tenía una ventana pequeña.

Para más inri, vio un pequeño becerro saliendo de la habitación, arrastrando un par de calcetines.

Corrió escaleras abajo y la mujer, al verlo, hizo un gesto de verdadero fastidio.

»Es la misma habitación, hay telarañas, tierra y… ¡un becerro! —exclamó furioso mientras la recepcionista le miraba sin decir nada, dejando que se descargara—. ¿Por qué hay un becerro en mi habitación? Además, parece una habitación embrujada.

—Seguro el último huésped la dejó. Además es una cabra —corrigió al ver al animal detrás de Nicholas—. Tal vez se metió sola.

—¿Hace cuánto que el ultimo huésped estuvo ahí? —inquirió.

—Unos seis meses —declaró con sinceridad.

—¿No han limpiado en seis meses? —inquirió.

—¿Ve más gente en este hotel? —demandó la mujer—. Tengo que atender, limpiar aquí abajo, cocinar a los miserables huéspedes y encima debo llevar las ganancias a casa del dueño cada día. ¿¡Le parece que tengo tiempo de limpiar habitación por habitación!?

Nicholas retrocedió al verla furiosa, sobre todo cuando la vio sujetar con fuerza unas tijeras, así que solo levantó las manos en son de paz y dijo que se iría, esperando que le diera su reembolso, pero la mujer no se inmutó y él decidió irse, llevándose la peor impresión de ese lugar.

Mientras iba de camino, fue alcanzado por la recepcionista, quien traía cargando a la cabra y la dejó en sus manos.

»El que la encuentra se la queda —añadió mientras él le miró sin saber qué hacer.

Como autómata, vagó por las oscuras y solitarias calles del pequeño pueblo. No había gente y solo se escuchaba el mar de fondo a lo lejos.

Era casi medianoche y no hubo manera de que encontrara un nuevo hotel, dado que deambuló más de una hora, así que terminó, sin darse cuenta, de vuelta en casa de Mara, siendo casi las tres de la mañana.

Se dijo que tenía dos opciones. Pedir posada en su casa o dormir en la calle. Decidió lo primero, por lo que se acercó a la entrada, visiblemente avergonzado.

Dejó a la cabra sobre el suelo y tocó la puerta con ahínco.

Tuvo que insistir hasta que una despeinada Mara apareció, apenas asomando la cara la puerta entreabierta.

—Disculpe la hora —dijo el hombre al verla—. Amm, me preguntaba si… podría darme posada está noche. He buscando hotel pero…




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