Esposa por testamento

Capítulo 7

—De nuevo, gracias por traer a las niñas a un lugar a salvo —dijo Mara mientras lo ayudaba a secarse el cabello—. Es claro que las autoridades subestimaron el alcance de la tormenta. Tanto que no sé si habilitaron el refugio en el centro, pero quienes vivimos alejados de la ciudad principal tenemos torres. De este lado solo somos nosotros y al menos fue una bendición que estuviera habitable.

—Sí —respondió el hombre mientras se sacudía y tiritaba del frío—. Traje algunas mantas y algo de comida, creo que deberíamos improvisar un pequeño lugar caliente para las niñas. Seguro la noche será fría y es mejor que duerman arropadas.

—Muchas gracias —agregó, una vez más, una conmovida Mara—. No sé cómo encontraré mis cosas mañana, pero al menos lo más importante, está aquí. —Miró a sus hijas—. Quienes estaban sentadas en un rincón, en espera de que todo pasara.

El diluvio parecía no dar tregua, los pequeños cristales se sacudían con el viento, puesto que la tormenta golpeaba los ventanales mientras los truenos resonaban cada vez más estruendosos.

—Vengan aquí, niñas —dijo Mara, atrayendo a sus hijas mientras intentaba limpiar un espacio para acomodarlas. Por fortuna había algunos insumos de supervivencia también, pensando que esa torre fue diseñada precisamente para eso.

Las acostó y acomodó a las niñas. Su cabello estaba húmedo y el agua escurría por sus mejillas, así que se tomó tiempo para secarse. Abrazó a sus hijas y estas le miraron consternadas.

Las mejillas de su madre estaban sonrosadas por el esfuerzo que hizo al correr desde la casa, pero aun así la veían mantener la calma y cuidarlas.

Entretanto, Nicholas observó a la mujer. Lucía cansada, pero con todo eso, su rostro era amable para con sus hijas, mostrándose cariñosa y serena. Sus mejillas coloradas, contrario a todo, le conferían un aire dulce a toda la rudeza que ella intentaba demostrar. Sus labios un tanto amoratados por el frío lucían tan pequeños que por instante, él solo pudo observarlos y agitarse de manera involuntaria.

No supo si lo que aquella noche le llamaba la atención de ella fue que se mostró genuinamente agradecida con él o si fue esa fuerza que emanaba de ella incluso en un momento como el que estaban viviendo. Cual fuera el caso, sus ojos parecían tener vida propia e indiscutiblemente la buscaban sin que él se lo propusiera. Sin proponérselo, la miraba y miraba, como si hubiese hallado algo que no podía describir.

—Gracias —murmuró ella, sin apartar la vista de las niñas, al darse cuenta de que la estaba mirando.

Nicholas carraspeó para fingir que no estaba viéndola a ella.

—No tienes que agradecerme nada —respondió él, tratando de sonar indiferente—. Tus hijas son insoportables, pero no dejan de ser niñas.

El silencio incómodo los envolvió mientras afuera la tormenta seguía desatada y ella se movía hacia la ventana para poder ver un poco.

Los relámpagos iluminaban el interior de aquel lugar y Nick no pudo evitar ver a Mara, con la luz de los rayos entrando por la ventana le pareció que la mujer era más bonita de lo que había notado hasta entonces. Sus ojos se iluminaban en un color casi dorado y su piel, hasta entonces marchita, parecía ser distinta bajo la luz.

Se sintió alterado de verse afectado por la mujer, así que se alejó a sentarse en un rincón, colocándose una manta encima para el frío. Pensó que necesitaba una mujer para no estar pensando en encontrarle atractivo a su clienta.

—Han pasado solo veinticuatro horas —se reprendió a sí mismo—. Deja de estar de calenturiento. Deberías ir al pueblo, seguro que encuentras algo y dejas de pensar tonterías. Sí, eso haré.

Mara se giró a mirarlo y frunció el ceño al verlo atribulado, murmurando algo ininteligible, así que solo se apresuró a encender las lámparas y comenzó a destapar dos botellas de café preparados.

Se acercó y le dio uno.

Se sentó a un lado de él y le sonrió.

—Por favor acepta casarse. Te prometo que buscaré un prospecto adecuado —dijo Nicholas mientras ella suspiraba y entornada los ojos. Un acto que hizo reír al hombre.

Afuera, la lluvia golpeaba el techo con tanta fuerza que pareciera que quisiera entrar, pero adentro al menos estaba tranquilo y tibio. Nicholas se movió y se sentó frente a ella, sosteniendo la botella de café instantáneo entre las manos mientras pensaba qué decirle o más bien, cómo convencerla de que aceptara buscar un esposo. Observó el aspecto de la mujer y lanzó un suspiro.

»¿Quieres saber qué tipo de mujer me gusta? —preguntó de pronto, lo hizo con una media sonrisa, esperando que con eso ella se animara a decirle también lo que esperaba de un prospecto y él comenzara la búsqueda adecuada.

Mara arqueó una ceja, divertida. Sin entender qué esperaba conseguir con eso, pero asintió.

—A ver, sorpréndeme —murmuró, dándole un sorbo a su bebida.

Nicholas se recargó en sus manos, dejando la botella en el piso y suspiró pensativo.

—Me gustan las mujeres rubias, altas, de piernas largas, con labios gruesos y sensuales. Me provocan mujeres con aspecto de concursante de belleza, ya sabes. En cuanto a su personalidad, prefiero las mujeres con carácter, que no se asusten de decir lo que piensan… pero que también sepan moderarse frente a mí, solícitas y tranquilas. Y, bueno… —desvió la mirada un instante— me encantan las mujeres que no se muestran coquetas, sino que les gusta que las cacen.




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