Las trillizas se miraron una a la otra, boquiabiertas, sin saber si había perdido la paciencia de verdad o si su enojo era otra oportunidad de juego. Cual fuera el caso, ellas no pensaban dar marcha atrás y estaban seguras de que lograrían echarlo de la vida de todas las Ralston.
Se fue, furioso, tanto que terminó encerrado en su cuarto toda la tarde. No se mudó, cuando el tal O’Callaghan llegó, le dijo que no se mudaría y que ya había acordado una tarifa con Mara, aunque de inmediato notó que el sujeto no estuvo tan feliz de saberlo en casa de Mara.
—¿Te interesa Mara? —preguntó al hombre, cuando este ya se iba y solo para saber si podía ser un candidato viable.
—¿Por qué? —preguntó el otro y Nicholas se sintió atacado ante el tono agresivo—. ¿A ti?
—No —respondió Nick de inmediato, aunque no supo por qué le sonó amarga su propia respuesta—. Te lo pregunto porque fui contratado para encontrarle un esposo. —Aquello llamó la atención de O’Callaghan—. Estoy evaluando prospectos y es claro que tú tienes interés en ella. Lo supe desde que te vi.
—Bueno, ella no quiere —respondió el otro, dulcificando un poco el tono al saber las intenciones de Nick—. Además, las trillizas, no soportan que su madre quiera casarse o tener una relación. Ella no hará nada que las lastime.
—Déjame a esos demonios a mí. Yo me encargaré, solo quiero que tengamos una reunión mañana, si está bien para ti, claro. Podemos hablar de esto en un lugar privado y con detalle —pidió el CEO mientras el otro asentía—. Entonces te veré mañana. Mándame la hora y lugar.
Le entregó su tarjeta y O’Callaghan se fue más contento, esperanzado incluso.
—¿Qué tiene esa mujer que volvió loco a ese sujeto? —se preguntó Nick una vez a solas y se sacudió el escalofrío que le recorrió.
Más tarde recibió el mensaje para reunirse con el hombre al anochecer siguiente y pasó el resto del día limpiando un poco. No vio a Mara en ningún momento y por la noche se juró que no dejaría que esas crías le ganaran la batalla ni le hicieran perder la cabeza.
»Eres un adulto —se dijo a sí mismo—. Puedes con ellas.
Se animó, a pesar de que todo el día se la pasó encontrando bichos en su cuarto, después de limpiar, mientras se duchaba, al acostarse. Esas niñas buscaban acabar con su paciencia, pero él estaba seguro de que podía lidiar con eso.
Decidido a tomar el control, se levantó temprano la mañana siguiente y preparó su plan magistral de ataque. Seguro de que podría con ella.
Se dijo que fingiría ser amable, muy amable, hasta que bajaran la guardia. Las haría confiarse para luego atacar.
Hizo un movimiento como si estuviera partiendo algo con una espada. Animándose solo frente al espejo; sin embargo, cuando salió de su habitación, su estrategia se derrumbó en segundos, puesto que de nuevo, no vio a Mara, pero sí que se encontró con un muro a vencer. El pasillo entero estaba cubierto con cuerdecitas transparentes de hilo de pescar, formando una red invisible, tan invisible que mientras él iba pensando en su venganza, las cuerdas lo frenaron. Apenas dio un paso, tropezó y terminó cayendo de bruces entre un mar de globos rellenos de harina que explotaron cuando él cayó encima y lo pintaron de blanco de pies a cabeza.
Miró el techo y se encontró con las trillizas sonriendo de forma angelical.
—¿Ya estás listo para irte? —preguntó Juliette, conteniendo la risa.
—Que juguetonas son —gruñó él, mientras un globo explotaba debajo de su cuerpo y él cerraba los ojos ante el ruido que salía—. No, no pienso irme. De hecho me encanta este ambiente tan familiar y disfruto tanto de niñas siendo niñas.
Les sonrió tenso.
Se levantó como pudo y evitó pisar pequeñas tachuelas que vio cerca de la mesa, antes de volver a su habitación para cambiarse. Se dijo que las buenas costumbres no aplicaban cuando se trataba de esas crías, así que ideó un plan de venganza, convencido de que la violencia se trataba con violencia.
Así que pasó la mañana fuera, buscando todo lo necesario, por lo que al atardecer, apenas tenía tiempo antes de su reunión con O’Callaghan.
Discretamente y, aprovechando que las trillizas habían ido a catecismo, fue a su habitación. Se apresuró a meter la máquina de espuma en el baño y luego de colocar mucho jabón líquido y agua, la encendió.
Sabía que no era muy maduro ponerse en el mismo nivel, pero la guerra se combatía con las mismas municiones, así que observó la máquina comenzar a hacer espuma, como una lavadora con exceso de jabón y cerró la puerta del baño.
Más tarde, las vio llegar junto a Mara, quien dijo que era hora de darse una ducha mientras preparaba la cena.
Sonrió, pero su sonrisa se borró cuando la vio meterse a la habitación de las niñas y sobre todo, cuando escuchó el chillido agudo de Mara.
Se asomó y la observó. Fue ella quien abrió la puerta y al hacerlo, agua, jabón y muchísima espuma salió del baño, inundando la habitación.
Las niñas le miraron y él se sintió nervioso.
—¡Eso fue muy malo, niñas! —Las reprendió, acusándolas a ellas, pero la mirada de Mara estaba sobre la maquina al fondo, que obviamente sus hijas no pudieron comprar.