Esposa por testamento

Capítulo 13

Los siguientes días, Nicholas tuvo que soportar ver una visita tras otra. Cada día un hombre distinto aparecía, ya fuera con flores, chocolates, galletas caseras, hasta animales. Todos con el mismo aire de galán y sonrisa melosa que tanto le estaba incomodando.

Asu vez, Mara siempre los recibía con la misma actitud, agradecida y amable, muy amable, tan amable que empezaba a gruñir al verla o tensaba la mandíbula.

Trataba de fingir indiferencia, pero lo cierto era que a todos los descartaba apenas los veía e incluso empezaba a molestarle ver a O’Callaghan muy cerca, demasiado cerca.

—Parece que mamá tiene admiradores —comentó una de las trillizas, burlona, fingiendo que no le importaba, pero lo cierto era que le preocupaba la estancia de Nick en la casa, no los hombres de afuera.

Juliette era muy observadora y notaba los gestos del hombre, los de su madre y más de una vez observó a Nick mirarla mientras ella no se daba cuenta o sonreír mientras la veía caerse al intentar sacar las coles, así que iba a ayudarla y terminaban un desastre.

—Admiradores aburridos —gruñó él de forma involuntaria.

Sin embargo, nada los preparó para ese mismo día, cuando uno de los pretendientes apareció con una guitarra vieja, llevándole a Mara una serenata desafinada. Serenata que fue la gota que colmó el vaso.

Nicholas perdió la paciencia.

—Se acabó —exclamó, poniéndose de pie y golpeando la mesa con las palmas—. ¿Quién demonios trae serenara de día? Solo un subnormal como ese tipo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó la más pequeña, Josephine, con brillo en los ojos, como si esperara el espectáculo.

Nicholas sonrió con una malicia que las tres reconocieron al instante. Era la misma con la que ellas sonreían cuando se trataba de ahuyentar hombres.

—Ustedes y yo… tenemos trabajo —declaró y Jocelyn levantó las palmas aplaudiendo mientras se bajaba de la silla. Solo Juliette permaneció sentada, pero se paró también y metió el último bocado a la boca, no sin antes notar que Nick la estaba viendo.

Fueron a su habitación y buscaron algo para hacer una travesura, así que volvieron decepcionados de no tener algo planeado. No obstante, mientras Mara salía para escuchar, Nicholas y las niñas encendieron el celular, luego de buscar en YouTube gatitos recién nacidos maullando, y lo conectaron a una bocina, así que cada vez que el hombre intentaba hablar o cantar, le encendían el video y los maullidos se escuchaban, cuando se callaba, paraban y cuando hablaba de nuevo, volvían a reproducir el video.

El hombre salió furioso de la casa y Nicholas terminó golpeando las palmas contra las niñas en señal de victoria.

Mara se adentró en la habitación y encontró cuatro traseros en pompa viendo por la ventana, así que colocó los brazos en jarra y habló:

—¿Y dices que era para enseñarles disciplina? —preguntó desde la puerta, sobresaltando a todos e intentando sonar severa, aunque la sonrisa la delataba. No iba a negar que le causaba gracia ver a un hombre adulto terminar haciendo tonterías junto a sus hijas.

Él se encogió de hombros.

—Disciplina adaptada. Les enseñaba de forma empírica —dijo en su defensa mientras ella entrecerraba los ojos—. ¿Qué mejor manera de enseñarles que mostrándoles con ejemplos reales lo que está mal? Las he reprendido fuerte. No deben hacer eso y lo saben.

Las niñas asintieron, mostrándose arrepentidas, pero su madre las conocía y sabía que solo la estaban engañando.

Mara suspiró y miró a sus hijas.

—Están castigadas, no irán a la feria el primer día —sentenció mientras escuchó las quejas de sus trillizas.

—¡Pero mamá! —reclamaron.

—No seas tan injusta —intervino Nicholas, sintiéndose culpable—. Yo les dije que les daría un ejemplo vívido. Además, te hice un favor, tienes un pésimo gusto para los hombres —replicó ofendido.

Mara lo miró unos segundos, en silencio. Por alguna razón se vio preguntándose por qué estaba pensando en él cuando se trataba de hombres y gustos, imaginando que sí, un crudo como él era un pésimo gusto masculino.

—Estoy de acuerdo en eso —respondió mientras él no entendía qué quería decir—. Como sea, el castigo se mantiene y tú —dijo refiriéndose a Nicholas—. Deberás recoger todas las coles que faltan para mañana o terminarás durmiendo en la porqueriza.

Se dio la vuelta y se fue mientras él observaba su redondo trasero a través del horrible mono que llevaba puesto.

Juliette miró a Nicholas.

—Sigues sin gustarme. Si quieres casarte, cásate tú —mencionó y él enarcó una ceja—. Mantente alerta —añadió, entrecerrando los ojos—. Tú y yo no somos amigos.

—¡Ja! —exclamó Nicholas—. Pulga insolente.

La observó hacerle una seña para demostrar que lo estaba vigilando y como muestra de que la tregua estaba llegando a su fin.

Más tarde, le pidió disculpas a Mara, recogió todas las cosas e hizo penitencia, dejando claro que no lo volvería a hacer pero dijo que solo se dejó llevar por el espíritu travieso de las niñas.

Se disculpó de todas las formas que pudo, al final, la joven asintió y lo envió fuera, solo entonces, Nick pudo quejarse del dolor de cintura, diciéndole que necesitaba al menos reposo por un mes. La mujer rodó los ojos sin poder creer la exageración y dramatismo de Nicholas, así que lo envió lejos de su vista.




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