La pareja llegó a la nueva casa que ambos compartirían a partir de ahora; hasta el momento, Emily debía reconocer los esfuerzos que estaba haciendo Maxwell para asegurarse de que ella se sintiera cómoda.
La situación en la que él se encontraba no era la mejor de todas y la joven era consciente de eso, por esa misma razón ella había resuelto el ser una buena compañera para su jefe, por lo menos le ayudaría a alivianar el peso que este tenía sobre sus hombros.
A los ojos de la chica, parecía cómo si Maxwell se hubiera pasado un poco de copas.
Hasta dónde ella había llegado a escuchar de boca de sus amigos, el hombre tenía un poco de problemas con su tolerancia al alcohol, por lo que solo lo bebía cuando buscaba cumplir con alguno de los compromisos sociales debido al trabajo, o en este caso, su boda.
Emily no conocía absolutamente el lugar, por lo que con su mirada estaba intentando saber qué quedaba en qué sitio, en sus hombros estaba llevando al hombre que parecía haber perdido casi todo su equilibrio a causa de un par de copas de vino.
—A la próxima, deberías decir que no puedes beber más. Es sencillo, nadie puede obligarte a hacer lo que no quieres hacer — se quejaba.
Mas esas palabras se las decía a sí misma.
En su mente, aún no cabía la idea de ser ya una señora casada, además de que esa misma mañana estaba planeando hacer un pequeño viaje de vacaciones, cosa que claramente se había cancelado.
Nada más hacían falta un par de días para regresar a su trabajo, cada uno de sus planes se estaba desmoronando mientras se hacía a la idea de las nuevas responsabilidades que tendría; bien que no se ocuparía de nada, además de fingir ser una esposa; el cambio que se estaba dando en su vida, y que no había considerado, eran bastante grandes.
Ella dejó caer a Maxwell en uno de los sofás que adornaban esa gigantesca sala mientras se alejaba abriendo todas las puertas que se le atravesaban. Estaba en busca de una habitación para poder arrastrar al joven empresario, entre más veía la casa, más se convencía de que era un desperdicio.
Si solo vivirían ahí dos personas, ¡¿A quién se le ocurriría poner salas de juego?!
—Esta casa no es un hogar, es un reducido centro comercial — se quejaba entre dientes —¡Y nada de esto tiene forma de habitación!
Continuó buscando hasta que logró hallar las habitaciones en la segunda planta de esa mansión.
Para Emily esto se había convertido en un laberinto y lo que más le preocupaba era saber de qué manera podría arrastrar a ese hombre hasta el lugar. Por lo menos hubiera dejado una sola habitación en la primera planta, eso le habría ahorrado demasiado trabajo a la chica.
—Más te vale que camines, en el caso contrario te arrastraré de los pies por todas esas gradas, tú decides — sentenció observando con rudeza al chico, quien no se había inmutado ni en lo más mínimo.
En contra de sus propias palabras lo tomó nuevamente en sus hombros y lo llevó hasta la habitación.
Apenas lo acercó a la cama, lo lanzó con todas sus fuerzas, para que al menos, según ella, quedara en una posición cómoda.
Un pequeño quejido fue lo que ella obtuvo como respuesta por parte del joven, sus mejillas estaban enrojecidas por el exceso de alcohol; con lentitud y sin la intención de despertarlo, se acercó al rostro del rubio, con delicadeza retiró las lentes.
En ese momento, pudo contemplar con un poco más de detenimiento las facciones del chico; podría asegurar que en ese momento se veía bastante bien, así que como toda persona normal haría, se alejó y dejando las lentes en la mesita de noche, se retiró de la habitación, apagando la luz.
Yendo en busca de otra habitación, abrió la puerta de la que se encontraba en frente del cuarto en el que ella había dejado a Maxwell, se encontró con una cama decorada con pétalos de rosas, además de un camino de velas, las cuales no habían sido encendidas.
En ese momento una punzada atravesó el corazón de la chica, sentía lástima por el hombre con el que viviría, resaltaba a la vista lo mucho que él se había esforzado por haber preparado cada detalle.
Emily se detuvo unos segundos más para admirar el esmero con el que su ahora «esposo falso» había preparado la habitación para la mujer que llevaba su mismo rostro.
En la pared que se encontraba en la cabecera de la cama, estaba una enorme fotografía de ambos con una inscripción en un idioma extranjero:
«L’amour n’est pas bon ni mauvais, mais est mieux avec toi»
—El amor no es bueno ni malo, pero es mejor junto a ti — masculló Emily esbozando una melancólica sonrisa.
Ella no se consideraba una mujer demasiado romántica; sin embargo, cuando era mucho más joven, había llegado a fantasear con tener un romance justo como en las películas de adolescentes.
Llegó a desear tener a alguien que le prestara su abrigo cuando hiciera frío; una persona que le dedicara un mensaje a penas abriera sus ojos por la mañana, y otro justo antes de ir a dormir; pero ahora era diferente.
Emily simplemente quería a alguien que estuviera dispuesto a estar con ella, aun así, sentía que, de una manera u otra, tener una relación la estancaría en cada uno de los planes que tenía para su vida, deseaba esperar un poco más, hasta que pudiera haber concluido la mayor parte de estos.