Esposa sustituta

• Señor y señora Jones •

—Oh… — Ella dejó pasar un trago de saliva. 

No sabía qué más añadir, además de eso, ella solo esperaba que todo se arreglara y pudiera regresar a casa, debido a que, al día siguiente, ella tenía su primer día de trabajo después de las vacaciones, y no quería perderlo.

—¿Qué cuidados debe tener mi esposa, doctor?  — indagó Maxwell con un suave tono de voz, al fin y al cabo, la farsa ya había comenzado.

La mirada extrañada de Emily, seguida por una sonrisa tranquila que terminaba notándose levemente nerviosa, se estaba sosteniendo sobre el médico.

Ella ansiaba de que no se tratara de nada que la incapacitara, impidiendo que ella regresara a su trabajo. 

Desde que tenía memoria, había trabajado y se sentiría extraño el hecho de tener que quedarse quieta durante un tiempo.

¿Qué más podría esperarse? Se trataba de Emily, no sería de extrañarse que tuviera que emplear un yeso y andar en silla de ruedas.

—Vendaré su pie, para evitar que lo mueva demasiado — Dijo el médico con una gran muestra de profesionalismo. —¿Conocen el acrónimo R.I.C.E.? — Añadió posando sus ojos sobre la pareja. 

Ambos sacudían su cabeza, pero a diferentes direcciones; mientras Emily negaba, Maxwell estaba asintiendo.

—Señor Jones, esos son los cuidados que la señora Jones debe mantener.

Emily aún no se acostumbraba a ser llamada «señora Jones».

En sus planes, el matrimonio había sido visto demasiado lejos.

Había tantas cosas que ella deseaba hacer, que no lo había tomado como una opción ahora a sus veinticinco años de edad; como por ejemplo visitar Suiza.

—Apenas el dolor y la inflamación hayan cedido, comenzaremos con los ejercicios para mejorar el movimiento de su pie.

De regreso a casa el silencio había reinado.

Emily una vez más se había quedado, extrañamente, sin palabras.

En un extremo no tan lejano de esa misma ciudad, se encontraba un hombre de traje.

Bebía una copa de vino mientras observaba por la ventana de su más elegante Penthouse al exterior. 

Todo estaba sumido en oscuridad mientras el cielo estaba engalanado con sus más relucientes estrellas.

—John Graham… ha rechazado mi propuesta cerca de tres veces — suspiró dando un sorbo más —tiene que haber algo que nadie, incluso él, pueda llegar a rechazar. De la misma manera, no tengo idea de lo que podría jugar a mi favor en un caso como estos — masculló dándole un último sorbo a la bebida.

Un par de años atrás, los Graham habían firmado con una agencia bastante popular; sin embargo, sus acciones cayeron repentinamente provocando la quiebra de la agencia.

Los motivos por el que esto había llegado a suceder en una de las más importantes y con mayor proyección en el país, era desconocido, quizá, los únicos que lo sabían era su entonces presidente ejecutivo y su secretaria.

—¡Eso es! — exclamó Erick en su profundo tono de voz.

Si ellos habían decidido firmar con aquella agencia y los únicos que probablemente sabían cómo llamar la atención de los Graham, era el expresidente ejecutivo y su secretaria.

En la mente de Erick solamente cruzó una idea fugaz: Encontrarse con la secretaria. 

Ella muy seguramente había perdido su empleo, así como todos los demás trabajadores.

¿Quién era esa mujer y dónde podría encontrarse?

Estaba plenamente convencido de que la oferta que le haría, era una que no podía rechazar.

Erick no tenía dudas de que, si lograba hacer que la antigua secretaria revelara los secretos de una empresa en la quiebra, el rating llegaría, incluso más alto que las nubes, y así podría, de una vez por todas, destruir a la competencia.

Con una llamada, el joven CEO estaba pidiendo toda la información que se pudiera encontrar de ella; pero fue ineficaz, no había rastro de ella.

—Gracias por acompañarme al médico — susurró Emily en el instante mismo en el que el auto se detuvo. 

Ella se aproximó a tomar las muletas que la acompañarían por un par de semanas, hasta que el dolor e inflamación desaparecieran por completo.

Aun en ese momento, ella no podía entender de qué manera sus pies se habían enredado, ella sabía que era bastante torpe; sin embargo, era una de las pocas veces en las que sus caídas carecían de sentido para ella.

Maxwell aceleró sus pasos para ayudar a Emily a descender del auto.

—No es necesario — masculló la chica con un poco de vergüenza.

A pesar de eso, sus palabras fueron ignoradas por un caballeroso y joven empresario, que no descansó hasta asegurarse de que su compañera había logrado bajar y regresar a casa sin problema alguno. 

—Una vez más, te agradezco mucho — sonrió ella sintiendo cómo lentamente entraba en más confianza.




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