Esposa sustituta

• ¿Estás enfermo? •

—¿Sucedió algo? — preguntó hincándose en sus rodillas, pensaba que algo malo le había sucedido a Emily.

De hecho, su semblante lo demostraba. Ella apretaba sus labios con fuerza para no hacer muy notoria su sufrimiento.

La pobre joven, apenas podía hablar debido al dolor que le parecía que estaba subiendo por su pierna.

Una vez más, Maxwell la tomó entre sus brazos para llevarla hasta la sala.

En sus ojos se veía que estaba realmente preocupado por Emily, al mismo tiempo, se encontraba molesto debido a la falta de cuidado de la chica; sin embargo, no era el momento oportuno para darle algún que otro sermón.

La mirada del hombre de traje se posó en el pie de la chica, con cuidado y extrema delicadeza, se dedicó a quitar la venda que intentaba hacerle presión a su pie, con la que intentaba evitar que ella lo apoyara de más.

—¿Qué es lo que acaba de suceder? ¿Por qué no tenías tus muletas? — La voz de Maxwell se escuchaba con la mezcla de emociones que tenía en ese momento: Preocupación y molestia. 

En el instante en el que vio que Emily iba a abrir sus labios para excusarse, se adelantó diciendo: «sé honesta, por favor».

La verdad era que Maxwell se veía bastante dispuesto a solucionar los malos entendidos que se habían desarrollado en esa mañana; por otro lado, le pediría hacer una pequeña promesa. 

Contrario a lo que había planeado, se encontró con una Emily en el suelo, ¿qué debería pensar? ¿Alguien entró a la mansión en su ausencia?

—Tenía hambre, iba a cocinar algo porque estaba cansada de estar sentada casi todo el día, y ¡No había nada en la nevera! — se quejó. —Pedí comida a domicilio, una vez más — masculló —e invité a la repartidora a comer conmigo para no quedarme sola… Cuando la acompañé a la salida, olvidé mis muletas hasta que el dolor regresó — sus mejillas se sonrojaron una vez más, justo como en la mañana.

—¿Cómo puedes olvidar las muletas, si estás lastimada? — indagó frunciendo su ceño una vez más. 

En los veintitantos años que tenía Maxwell, era la primera vez en la que escuchaba que una persona había olvidado sus muletas, y, siendo un jefe, había pensado que lo había llegado a escuchar todo. 

—Creo que no eres una persona común — suspiró examinando el hinchado tobillo de la joven.

—¡Auch! ¡Auch! ¡Eso duele! — se quejó intentando no gritar demasiado.

Maxwell aclaró su garganta y se puso de pie. —Iré por un poco de hielo.

Tom conducía de regreso a su casa, en esa ocasión, optó por ir a llenar el tanque de su vehículo en la misma gasolinera de la vez pasada, de esa manera, las probabilidades para ver a la chica de ojos de noche, aumentaba un poco más.

Al llegar, observó desde una distancia prudente a los encargados de la gasolinera, pero, entre ellos, Emma no se encontraba. 

De esa misma manera, intentó ir al restaurante que se encontraba al frente de la alcaldía y a la cafetería diagonal al colegio de monjas… nada de eso había sido útil para encontrar a Emma.  

—Ella dijo que nos podríamos encontrar seguido, pero, dar con ella es mucho más difícil que encontrar una aguja en un pajar — masculló el joven lanzando un pesado suspiro, dando reversa a su auto.

Al parecer, ese no sería el día en el que se verían más. 

Tom tenía la leve esperanza de poder entablar una conversación con Emma, además de que, entre más lo pensaba, más le asombraba que ella hubiese tenido la osadía de tomar de regreso el hurto de ese ladrón.

Lo poco que Tom llegó a ver de Emma, le sorprendía, y le hacía querer conocer más de ella. 

¿El impedimento?

Que ella parecía tener poderes de invisibilidad.

Esto había logrado que Tom se convenciera de que, el día en el que la volviera a ver, no la dejaría ir sin intercambiar más que un saludo. 

¿Ella recordaría su rostro, de la misma manera en la que él había memorizado el de ella?

Emily continuaba gozando de las atenciones de Maxwell; sin embargo, se le hacía extraño que él se comportara de esa manera.

—¿Estás enfermo? — cuestionó acercándose un poco más al joven, que se encontraba aplicando un poco de hielo en el tobillo de la chica.

¿Por qué razón él estaba siendo tan atento, justo cuando se había comportado de una manera tan antipática en la mañana?

Oh, eso era… Esta era la forma que Maxwell tenía para disculparse.

—¿Por qué lo preguntas? — detuvo su tarea para hacer que su mirada se encontrara con la de Emily. —Estoy perfectamente — contestó sin comprender la razón por la que Emily pensaba que él no se encontraba bien.

—Estás siendo bastante atento — confesó.

—Es solo porque estás herida — aclaró su garganta —nada más es por eso. Mañana procura quedarte quieta y no olvidar tus muletas.




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