Emily acariciaba con suavidad la espalda del joven, ella no sabía qué más hacer, era la primera vez en la que ella se veía en una situación de ese estilo.
Lo seguro era que no le incomodaba, le honraba que el hombre que había conocido hace un par de días tuviera la confianza suficiente para mostrarse vulnerable con ella.
Pero, Emily tenía miedo de que pudiera decir algo que, en lugar de ayudar a Maxwell a sanar sus heridas, hiciera que estas se abrieran más.
Emily creció sin la figura de un padre en su hogar, desde que tenía uso de razón, su madre había sacado adelante a su familia, sin la ayuda de nadie más.
El hombre que la había convencido de su amor, la abandonó cuando se enteró de que tendría una hija, y no un hijo. Bueno, esa fue la única razón que dio.
Miriam no le había encubierto eso a su hija, además de que, sabía que él había tenido un amante. El que hubiese tenido un hijo o hija, no tenía nada que ver con su elección, pero, fue lo que le hizo creer tener una justificación razonable para abandonar a su esposa encinta.
La experiencia de Emily para relacionarse con hombres era casi inexistente; pero estaba dando su mejor esfuerzo para ser una buena amiga, una que pudiera ayudar a Maxwell a salir de aquel hoyo en el que Elisa, lo había arrojado.
—Me siento ridículo — sollozó Maxwell. —No pensé que me vería de esta manera con alguien, y mucho menos con una persona diferente a los chicos.
—Descuida, soy más ridícula que tú, así que no te avergüences. Soy tu paño de lágrimas, puedes venir a mí cada que lo necesites, no importa si estoy al otro lado del mundo — susurró acariciando la dorada cabellera de Maxwell.
—Y yo, seré tu escudo antibalas, de esa manera nada podrá hacerte daño — expuso con seguridad. —Dejaré un momento, mi ridiculez a un lado, ya me está dando hambre y estoy seguro de que estás hambrienta. Traeré el pollo que compré para ti, y un poco de las chucherías que compraste a mis espaldas… no creas que no me di cuenta — señaló con una sonrisa mientras caminaba en dirección al auto.
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El viento que estaba comenzando a tornarse un poco más fuerte, estaba haciendo que el abrigo del hombre se meciera con fuerza.
Los ojos de este no se separaban del horizonte, había algo que usualmente no encontraba en su camino a casa: La figura de su amada Emily entre los brazos de ese «tarado de heredero».
Jeremy siempre había imaginado que llevaría a Emily justamente a esa playa, no solamente porque estaba cerca a casa, sino, porque se había encargado de comprar una parte del terreno para hacerle una pequeña cabaña para que juntos pudieran disfrutar las noches estrelladas.
—No he dormido bien, ha de ser por eso que estoy alucinando — se dijo a sí mismo mientras continuaba caminando a casa.
No había llegado a imaginar su vida lejos de Emily desde que la conoció.
El día en el que ella estaba haciendo su entrevista de trabajo lo observaba con total desinterés, ella tenía plena claridad de que estaba buscando un empleo y no, seducir al director general de la agencia, ese desinterés por parte de Emily, fue lo que le llamó la atención al joven.
Jeremy ya estaba agotado debido a las atenciones debido a su apariencia, incluso, algunas de sus excompañeras universitarias estaban pidiendo un puesto en la agencia, cosa que, debido a lo que sucedió en el interior de la universidad, sería traer a la memoria, constantemente, lo que Jeremy tanto trataba de olvidar.
Emily podía pasar por su lado sin siquiera notarlo, quizá, era tan descuidada que mantenía la cabeza en las nubes.
Era eso, o simplemente ella había llegado a detestar a su jefe, aunque, si lo detestara, habría renunciado y buscado trabajo en una agencia diferente, claro estaba que sus habilidades le permitirían conseguir muchos más trabajos, e incluso, mejores condiciones laborales.
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—Es extraño verte comer pollo — masculló Emily con su boca llena de comida. —Tom dijo que detestabas la comida chatarra, y anoche, pensé que no te apetecía.
—Para mí también lo es, jamás en mi vida había llegado a probar de esto — respondió de la misma manera que la joven. —Mis padres tenían a mi cuidado un nutricionista, por lo que cada una de mis comidas estaban estrictamente recetadas para mis necesidades físicas. Cuando conocí a Tom, él me enseñó que había otras maneras de alimentarse, y que no todo debía estar pesado ni dividido por porciones.
—Te entiendo, es importante que cuides tu cuerpo y no le metas tantas chucherías como al mío; pero, también, comer puede convertirse en un gusto. Hay tantas comidas deliciosas que deberías intentar… ¿Qué opinas? Te enseñaré a comer como los plebeyos.
—¿Plebeyos? — cuestionó Maxwell dejando escapar una carcajada.
Debía admitir que Emily era una versión completamente opuesta a Elisa, y eso le agradaba.
Podía aprender un poco más acerca de la vida sin la necesidad de preocuparse por esos estándares que había impuesto la clase alta y que Maxwell fue arrastrado desde niño a aprenderlos y aplicarlos.