Esposa sustituta

• Una tranquila, serena y respetuosa amistad •

—Es un desastre — sentenciaron Emily y Tom al mismo tiempo.

El maletero no cerraba a causa de las numerosas maletas que el par de nada experimentados empresarios estaban esperando llevar.

Ambos sabían que era algo que muy probablemente iba a suceder, más aún, considerando el tamaño del maletero y de las maletas que los jóvenes llevaban.

—No creo que esto vaya a funcionar. Tendremos que dejar un par de maletas o ir en un camión de carga — masculló Emily soplando un mechón de su cabello.

Los mayores se encontraban hablando en un lugar diferente, entretanto, ignoraban acerca del sufrimiento de los menores.

—Deberíamos dejar algunas cosas no tan necesarias — susurró Tom acercándose al oído de su amiga.

Entre más pensaban, más se convencían de que sus amigos se darían cuenta si sacaban algo de su sitio.

Emily, sin añadir nada más, se comenzó a subir en el maletero, entretanto se dedicaba a saltar en él con un solo pie.

Era una decisión y una escena extraña.

Poco después, no solo se encontraba Emily sobre el vehículo, sino también Tom.

Ellos saltaban de manera coordinada, con el fin de que este cerrara a causa de su peso, luego de un par de minutos, y ellos, extremadamente agotados, lo lograron.

—¿Por qué tardan tanto? Deberíamos haber salido hace una hora — expuso Erick señalando a su reloj.

Emily estaba a punto de saltar sobre Erick; sin embargo, Tom fue lo suficientemente rápido como para tomarla del brazo.

Ella estaba exasperada, debido a que, el retraso fue su culpa, no la de los más jóvenes, luego de soltar un gruñido, se dispuso a tomar las llaves de la mano de Maxwell y a subir al puesto del conductor.

—¿Qué le sucede? — preguntó, confundido, el hombre del cabello rubio.

—Está molesta… solo roguemos para que no estrelle el auto con nosotros dentro — aclaró Tom corriendo al lado de su amiga, los cinturones de seguridad, eran mucho más seguros en la parte delantera.

Los dos jóvenes empresarios se observaron en silencio, elevaron sus hombros y se encaminaron a sus respectivos lugares, a pesar de que, no se hubieran acostumbrado a ir de pasajeros en la parte trasera de un auto.

Ambos se sentían seguros en la parte de adelante, justo en el sitio del conductor.

—Siento que vamos a morir — masculló Erick sintiendo la amenazante mirada de Emily.

La cual no había dicho ni una sola palabra desde el momento en el que el vehículo arrancó.

—¡No seas ridículo! — exclamó Tom con un tono de voz tembloroso.

El chico de cabello rizado, era consciente de que cualquier cosa que se le pudiera decir en ese momento a la joven, terminaría haciendo que ella explotara.

Y sí, en ese momento Tom estaba conteniendo su miedo, sentía que, en cualquier momento, sería incapaz de contener la orina.

La larga travesía, llena de colinas, baches y enormes acantilados, había terminado.

Los mayores descendieron con un poco de temblor del auto, entre tanto, Tom salía corriendo mientras abrazaba un árbol.

—Y luego dicen que las mujeres son más prudentes al volante — susurró Maxwell con la intensión de que Emily no lo escuchara, o, por el contrario, el joven terminaría tres metros bajo tierra.

—Vamos a instalar las tiendas. ¿Dónde están? — preguntó Tom a los chicos, porque, tenía miedo de que en el intento en el que viera a Emily directo a los ojos, podría convertirse en piedra.

—¿Estás molesta? — preguntó Maxwell.

En ese momento, Erick y Tom se ocupaban de armar las tiendas, de hecho, habían olvidado empacarlas, por lo que solo encontraron dos, de tres.

—No, no lo estoy — respondió de manera cortante, entretanto simulaba buscar algo en medio de sus pertenencias. 

El viaje les había tomado más tiempo del que habían imaginado, por lo que tendrían que acelerar las cosas para que pudieran tener en dónde dormir en la noche.

—Eso suena a que lo estás — susurró una vez más.

Tom se había encargado de hacérselo saber.

Si Maxwell lograba hacer que Emily se tranquilizara, las probabilidades de que su relación avanzara eran mayores, juntamente con el hecho de poder ganar la apuesta y el dinero.

Más allá de la ganancia monetaria, Tom se interesaba por hacer que su amigo fuera feliz, y no se interesara en esa malvada Elisa.

—Solo estoy cansada, y me duele un poco el tobillo — aclaró recordando que no debía aprovecharse de su notable mejoría para saltar en el auto.

Si lo hubiera pensado con mayor detenimiento, habría hecho que ese par de empresarios conocieran lo que era trabajar duro.

—¿No se suponía que ibas mejorando? Te pusiste a exigirte de más, ¿no es así? — preguntó una vez más, tomando levemente la mano de su compañera. —Ven, te revisaré el vendaje.




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