Esposa sustituta

• ¿Con quién dormirás? •

—¿Sabes? No pensé que algo así fuera a pasar — susurró Emily intentando tranquilizarse.

—Estas son, las ventajas de usar lentes — aclaró Maxwell mientras ayudaba a la más joven a revisar sus ojos.

El gran viento que había soplado poco antes, fue el suficiente para hacer que algo cayera en los ojos de Emily.

Y sí, día a día eran cosas que le sucedían, no había día en el que no cayera, tropezara, se chocara o perdiera a sí misma.

Por desgracia, no había forma de encontrar la solución a esto… simplemente era una racha de mala suerte, quizá, para toda la vida de Emily.

—Muy gracioso — susurró ella lanzando un suspiro.

Parecía como si algo demasiado grande se hubiera atravesado entre su ojo.

—En una próxima ocasión, voy a tener que utilizar lentes — masculló una vez más.

—Traeré un poco de agua — dijo el de melena dorada y se retiró en busca de una de sus maletas.

Maxwell estaba plenamente convencido de que había sido útil cargar semejante cantidad de cosas.

Por lo menos, no había sido el típico hombre que lleva todo lo innecesario y termina dejando lo más importante.

A la distancia, se encontraba alguien que se había mantenido en lo oculto.

Uno que había sido enviado para vigilar a uno de los señores Jones.

¿Qué motivos tendría?

¿Qué cantidad de dinero, constituía su pago? No era tan sencillo saberlo.

«Objetivo a la vista, están en el bosque, cerca del lago. Le enviaré la ubicación».

Ese fue el único mensaje que envió.

El escurridizo espía se había tomado demasiado en serio su trabajo, no existía la posibilidad de hacer que su objetivo desapareciera de entre sus ojos.

Tenía la misión de decirle a su jefe cada una de las cosas que pasaban en su día.

Desde cuando abría los ojos por la mañana y cuando los cerraba en la noche.

Esa persona estaba convencida de que este no era un matrimonio real.

¿O por qué razón una pareja dormiría en habitaciones diferentes cada noche?

Había tantos interrogantes en la mente del gran jefe, que al sacar todo a relucir al ojo público, ganaría demasiado dinero.

Pero eso no era suficiente, si consideraba que la reputación de la persona que amaba se iba en picada, jamás podría hacerle eso a Maxwell.

Se limitaría a saber qué sucede con su vida, hasta que ella tuviera la oportunidad y el coraje necesario para regresar a su vida; por ahora, dejaría que todo marchara como estaba marchando: Una torpe joven fingiendo ser ella, mientras todos creían que Maxwell ya estaba casado con el amor de su vida.

La noche había caído una vez más, las luces de los departamentos y calles relucían en medio de las tinieblas.

La lluvia estaba amenazando con caer fuertemente.

Para Emma, este no era el momento adecuado, no cuando debía hacer una entrega a la zona más alejada de la ciudad.

La misma persona había hecho pedidos a la misma hora, todos los días, sin faltar ni uno solo.

Lo más extraño, era que nunca salía, ni daba la cara.

Dejaba el dinero a la entrada con una confusa nota; Emma dejaba el pollo frito en el punto señalado y se marchaba sin ver el rostro del hombre.

En aquellas notas, parecía como si la mitad de las palabras estuvieran divididas por la parte de en medio.

No sabía de qué forma podría descubrir el mensaje o si al final de esto sería una amenaza de muerte.

Quizá las ideas de Emma se estaban saliendo de control.

Justo esta vez, al llegar a esa gran casa, no estaba el dinero en la puerta, ni la alocada nota.

Además de eso, las luces de la entrada principal estaban encendidas, cosa que en ningún momento llegó a suceder desde que Emma era la repartidora.

Los pasos de la chica, un poco lentos y desconfiados, estaban dirigiéndose al timbre.

—¿Qué podría pasar? — masculló ella en medio de un susurro.

Estaba intentando tranquilizarse a sí misma, porque, si no llegaba a conservar la calma, lo más seguro, era que terminara siendo despedida por la queja de su cliente.

—La estaba esperando — anunció un hombre con voz demasiado grave.

La joven Emma dio un pequeño salto en su sitio debido a la sorpresa, sus rodillas comenzaron a temblar un poco, quizá ella se había adentrado a la casa del terror.

—Así que simplemente tenía una mugre en el ojo — comentó Erick con una sonrisa satisfecha, dándole un sorbo a su copa de vino.

El hombre de tez morena se encontraba satisfecho debido a que la relación de ellos se estaba encaminando a una gran amistad, y, estaba seguro de que no pasaría más allá.




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