Esposa sustituta

• Me ha encontrado reemplazo •

—¡El de la derecha! — exclamaba Emily mientras señalaba en dirección a uno de los mangos más coloridos.

Desde que llegaron a esa zona, había pasado cerca de media hora; poco a poco el árbol terminaba sin nada de fruto, parecía como si un gran animal hubiera acabado con todo.

—Es suficiente — masculló Maxwell sintiendo que la rama en la que se encontraba iba a romperse.

—No creo — susurró Emily a manera de respuesta.

—Puede que venga otra persona a la que le gusten los mangos, así como a ti, y no encuentre nada — intervino el hombre.

Él sabía que Emily no era el tipo de persona que se alegaría en la escasez del otro.

Con un suspiro ella terminó accediendo, ¿De qué manera se sentiría si ella fuera la otra persona?

—Está bien, baja con cuidado; por favor — Su tono de voz estaba llena de dulzura, al fin y al cabo, se trataba de la persona que había llenado su inventario con mangos.

 —Maxwell ¿Sabes? Siento desde hace rato que hay personas observándonos, como si estuvieran buscando algo de nosotros, pero cada que me giro, no hay nada.

—Oh, sé de lo que hablas; yo tuve esa misma sensación cuando dormía a las afueras de la tienda. Antes de que me aplastaras — señaló.

—Sí, creo que tuve esa impresión. Pon cuidado por favor — advirtió la joven al notar que su compañero estaba viendo en su dirección en lugar de las ramas que estaba pisando.

Definitivamente, Emily no deseaba tener que asumir un papel de médico; además de eso, si Maxwell se lesionaba, ¿quién la llevaría a ella de regreso a la tienda?

Estando bastante cerca de la última rama, el pie del joven se deslizó de una de las ramas que continuaba humedecida; el grito de Maxwell, mientras intentaba agarrar alguna de las ramas que estaban cerca de él, su mano no alcanzó a sujetarse.

—¡Max! — exclamó Emily corriendo como pudo para intentar amortiguar su caída.

Los ojos de ambos se abrieron un poco más, al notar que el joven empresario había caído justo sobre Emily, y que sus labios se habían unido.

Ninguno de los dos se movía ni un solo milímetro.

La escena que se estaba desarrollando era extrañamente familiar con una de las películas románticas que a Tom tanto le gustaba ver.

«Este es mi cliché favorito».

Dijo mientras los observaba desde su escondite.

«Simplemente, fue un accidente».

Contestó Erick de la misma manera.

Ninguno de los dos estaba listo para reconocer que ambos estaban en cierta manera equivocados; sin embargo, la esperanza de Tom de que Emily se uniera al equipo como algo más que una amiga, crecía con el tiempo.

De regreso con el par de tortolitos, sus rostros estaban completamente enrojecidos debido al momento; si bien, Maxwell sentía muy dentro de sí que era un afortunado accidente; Emily en ese momento solamente pedía que la tierra se la tragara.

Unos escasos segundos después, Maxwell entró en razón y se separó de la joven; ambos observaban en direcciones diferentes, evitando a toda costa que sus miradas se encontraran.

—Lo siento — masculló el joven aclarando su garganta.

—Solo fue un accidente — aclaró la joven intentando regresar a su estado natural. —¿Estás bien? — preguntó una vez más, regresando tímidamente su mirada a Maxwell.

El mayor, al sentir la mirada de Emily sobre él, asintió; mientras regresaba, con timidez, su mirada a ella.

Parecían ser adolescentes enamoradizos que no sabían qué hacer al estar con la compañía de la persona que les gustaba; claro estaba que no reconocerían las emociones y sentimientos que comenzaban a crecer en su interior, y, aunque lo supieran, tardarían un largo tiempo en admitirlo.

Después de todo, se habían conocido hace poco más de una semana.

Hasta donde ambos habían llegado a creer, el amor o la atracción, no surgía de repente, y era algo que se debía ir cultivando día con día.

—Sí, lo estoy, gracias a ti — dijo en un tono bajo de voz, sin embargo, está esbozando una media sonrisa.

—Deberíamos regresar, entonces. No queremos que los chicos se preocupen — expuso la menor poniéndose de pie.

Eso sí, ella estaba cuidándose de no apoyarlo. Extendiendo su mano en dirección de Maxwell, le ayudó a incorporarse.

El ambiente era un tanto incómodo para los jóvenes, aun así, estaban haciendo lo más que podían para hacerlo regresar a la normalidad, no deseaban que su creciente amistad se viera afectada por cosas triviales.

Un gruñido inundó aquella gigantesca habitación, en el momento en el que la mujer vio las fotografías que habían llegado a su poder.

—¡No es posible! — exclamó comenzando a destrozar todo lo que había a su alrededor.

Las macetas fueron estrelladas contra el suelo y paredes, con una de las decoraciones de pared quebró el espejo en frente de ella.




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