Esposa sustituta

• ¿Incendio? •

Por fin, los chicos lograron encontrarse y comenzar su viaje a casa; Erick y Tom llegaron pronto, gracias al atajo que el más joven de los chicos encontró en el lugar.

Su travesía hasta haber llegado al lado de sus amigos no fue tan sencilla, pues cayeron accidentalmente a un hormiguero.

—Emily… ¿Qué te pasó? — preguntó Tom con un gesto de preocupación. —Estás bastante callada y eso no es propio de ti — masculló una vez más mientras lanzaba un suspiro.

Ella estaba observando a través de la ventana, tenía su mirada en un punto lejano, como si no estuviera en el interior del auto; sino, perdida en sus pensamientos.

Tan perdida estaba que no escuchó ninguna de las palabras que salían de los labios de su preocupado amigo.

Tom insistió, una vez más, intentando llamar la atención de su alma gemela; sin embargo, parecía una misión imposible. Casi dándose por vencido, decidió preguntarle al conductor acerca de dónde se encontraba la única chica del equipo.

—Había un hombre extraño en el bosque… parece que esta revoltosa lo vio y lo siguió; luego la torta se volteó y ella terminó siendo perseguida por el bastardo, ese — sentenció con un tono despectivo.

—¿Lo conoces? — preguntó Tom mucho más preocupado por lo que hubiese podido pasar si Maxwell no intervenía a tiempo. —Solo dinos quién es y te aseguro que lo encontraré — afirmó crujiendo sus dientes; no importaba lo torpe que él fuera, Tom jamás permitiría que algo le sucediera a su única amiga.

—No, no tengo la menor idea de su identidad, pero lo encontraremos. Y cuando lo hagamos tendrán que llamar a su familia para hacer una identificación de su cuerpo — masculló una vez más.

A pesar de que Erick no estuviera demostrando su molestia e intentara mantenerse de una manera serena, estaba completamente de acuerdo con sus amigos.

Ninguno de ellos permitiría que le sucediera algo a la chica de cabello lacio; no lo permitirían y no importaba quién intentara dañarla, él sería el perjudicado.

—Yo… lo he visto antes, un par de veces; no logro recordarlo con claridad, pero su rostro se me hace bastante familiar — susurró la más joven regresando su atención al interior del vehículo.

—¿Antes? — Indagó Tom apretando sus labios. —Quién sabe si ese tipo es un pervertido o está yendo a propósito detrás de Emy — expuso para sí mismo.

Era consciente que su amiga podría estar pasando por bastante peligro y que, si el hombre se atrevió a seguirla hasta el bosque, ¿Qué no sería capaz de hacer?

El silencio reinó por un par de minutos más; la lluvia estaba regando las carreteras, por suerte, la zona montañosa ya había quedado atrás.

Debido a los inconvenientes antes de poder salir del bosque, estaba comenzando a caer la tarde, por lo que, faltaba poco tiempo para que llegara la hora «acordada» en la que ese personaje desconocido había citado al joven empresario.

Los pasos de aquel hombre avanzaron en dirección a una de las mesas; había pensado durante el tiempo suficiente y de manera detenida, qué diría para hacerle entender a Maxwell que era un estorbo que debía ser eliminado.

Constantemente observaba su reloj además de los archivos que tenía en su mano.

Las manecillas del reloj avanzaban con lentitud, no había señales de Maxwell. ¿Habría recibido el mensaje que se le había enviado?

—Si continúa golpeando el suelo con la planta de su pie; terminará rompiendo el piso — susurró su acompañante. —Sé paciente, vendrá dentro de poco — expuso con seguridad; bueno, una aparente seguridad.

Las pocas veces que se había encontrado y había escuchado de Maxwell, notó la manera en la que usualmente ignoraba los mensajes y las llamadas; todo el tiempo que llevaba siguiéndole las pisadas, había notado su frialdad como jefe.

Maxwell tenía la costumbre de ignorar todo intento de comunicación que provenía de alguien más.

—Es solo que… Él… Ella — masculló el hombre de traje, despeinado su oscura cabellera.

Sus ojos color cielo se entrecerraron debido a su frustración.

¿Cómo podría una persona como él, ganarse el cariño de alguien como ella? No lo permitiría, ella debía ser únicamente suya.

No existía nadie en el mundo entero que la pudiera amar de la forma en la que él lo hacía; nadie podría llegar a demostrarle una devoción como la de él, no permitiría que nadie, nadie más que él, se acercara a la chica que salvó su vida.

—¡Se-señor! — exclamó su acompañante parándose de su silla.

De la cabeza del hombre de traje comenzó a gotear un líquido amarillento con un aroma bastante desagradable.

De manera casi instantánea, el ruido de los platos, rompiéndose al impactar con el suelo, inundaron el recinto llamando la atención de los comensales.

Uno de los Meseros había tropezado y perdido su equilibrio, por lo que el plato, que contenía en su mayoría yema de huevo, terminó en la cabeza del hombre de ojos celeste.

Todos lo conocían; lo que hacía que los espectadores esperaran con ansias su manera de reaccionar, hasta ahora, no había poder humano que lo hubiera logrado sacar de sus casillas, y esta, no sería la primera.




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