Esposa sustituta

• ¡Tom! Soy tu abuela •

—¿Te dije que él está completamente mojado y puede adquirir un resfriado si no entra en calor? — masculló Maya intentando hacer que su amiga entrara en razón. —Puedes estar tranquila, debemos esperar un poco y está tarde, debes ir a descansar — insistió con la intención de hacer que la chica se apresurara a ir en busca de su esposo.

Emily no tuvo más opción.

Además de que, al escuchar que él estaba completamente empapado, llegó a su mente la imagen de un cachorrillo abandonado en la calle, el cual, con unos gigantescos ojos brillantes y suplicantes, rogaba ser acogido en un hogar.

Luego de despedirse, se dirigió a la entrada, el punto en el que Maxwell permanecía de pie.

—Podrías haber usado una sombrilla — sentenció pasando de largo y subiendo al auto.

En el momento en que ella se abrochó el cinturón de seguridad, se dio por enterada que la manera en que estaba hablando no era para nada amable. 

No se estaba comportando de la manera en la que le habría gustado.

Lanzó un suspiro, sus ojos se desviaron en busca de Maxwell, el cual se encontraba en el mismo punto que cuando ella había salido.

Una vez más, ella desabrochó su cinturón y se apresuró a bajar del auto.

Se sentía mal por comportarse de una manera tan caprichosa y desagradable.

—Ven conmigo — susurró tomando la mano de Maxwell, sus miradas se encontraron. —Lo siento, no debí haber hablado así, fue bastante grosero de mi parte. 

—Yo también lo siento, debí haber pensado mejor lo que dije. No sabía que de alguna manera iba a hacerte enojar, o que…

—¿Mi madre vivió lo mismo conmigo? — Maxwell asintió en silencio. —Yo también debo entender que es una decisión de la empresa y que, si lo decidieron así, ha de tener alguna razón de ser.

Se formó un pequeño silencio mientras caminaban hasta el vehículo, cuando ya estaban en el interior del auto, Max aclaró la garganta.

—Ya que todo está solucionado… ¿Amigos? — preguntó Maxwell con una pequeña sonrisa extendiendo su mano en busca de la de Emily.

Sus manos se estrecharon, pero Emily, con un semblante algo confuso, posó su otra mano sobre la de Maxwell, como si estuviera reflexionando en algo.

—Estás helado — masculló comenzando a dar unos pequeños golpecitos en esta, para, supuestamente, calentarla.

—Me agrada tener la mano entre las tuyas; pero si no la sueltas, no podré arrancar el auto y nos quedaremos aquí toda la noche — expuso con una sonrisa de lado, automáticamente las manos de Emily soltaron la de Max y este comenzó a conducir.

Tom, por su parte, se había dedicado a ver una película aún en casa de los chicos, estaba acostado en el sofá mientras la tormenta estaba cada vez más cerca, la lluvia había comenzado.

Poco a poco la intensidad de los rayos y relámpagos aumentaban, además del gran frío que estaba amenazando con volverle una paleta humana.

—Quítate la ropa, estás completamente mojado — decía una voz femenina a las espaldas de Tom.

Sin embargo, este no alcanzaba a mostrar ningún tipo de reacción, era, como si todo lo que estuviera pasando fuera ajeno al chico.

—¡Hey! Pero qué cosas dices — balbuceaba el rubio completamente sonrojado.

—Que debes cambiar tu ropa — masculló la chica, notando la gran pantalla encendida.

Emily señaló en su dirección y caminó para apagarla, por un momento pensó que Maxwell la había dejado encendida antes de salir.

Un enorme rayo cayó cerca del lugar en el que estaban, haciendo que la casa se sumiera en oscuridad al haber interrumpido el servicio de energía.

El grito bastante grueso de Tom, del cual Emily desconocía su presencia, fue lo suficientemente fuerte como para espantarla.

Acto seguido, ella terminó de un salto sobre Maxwell, aferrándose a él lo más fuerte que podía.

—¿Estás bien? —preguntó el chico de melena dorada conteniendo su risa. —¿Has visto esos videos de gatos y pepinillos? Bueno, justamente pareciste uno — el semblante de Maxwell cambió un poco en la oscuridad, había notado algo que se suponía no debería pasar. —Emily… ¿Dónde están tus muletas? — preguntó aun susurrando.

—Yo… — una risita nerviosa se escapó de sus labios —verás… las olvidé dónde Maya. Pero ¡Mira! No me ha dolido el pie — sonrió a pesar de que la oscuridad no permitiera ver su sonrisa.

—¿Hay alguien ahí? — preguntó Tom con una temblorosa voz.

Él estaba tan distraído que no había notado nada del que había pasado a sus espaldas, es más, debido a la estrepitosa lluvia y tronamenta, se le hacía casi imposible distinguir entre los murmullos de Emily y Max, de los truenos.

—¡Tom! ¡Tom! Soy tu bisabuela Maria Antonieta — exclamaba Emily imitando la voz de una viejecita.

—Abuelita, ¿Eres tú? — preguntó el joven una vez más con temblor en su voz.

—¡Mi querido nietecito! ¡Estás tan gigantesco! Podrás cumplir con la promesa que tu madre hizo conmigo — Exclamaba Emily mientras Maxwell hacía todo lo posible por contener la risa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.