Esposa sustituta

• La hija del presidente •

Emily no recordaba muy bien de qué se trataba la maniobra de Heimlich, usualmente, era a ella a quien debían aplicársela de tiempo en tiempo. 

Aun así, hizo su más grande esfuerzo logrando salvar a la señora que tenía cabello castaño.

—¿Se encuentra bien? — cuestionó la pelinegra, demostrando lo preocupada que estaba.

Y era que su mente la estaba obligando a pensar en qué le diría a la policía si algo le llegaba a suceder a la señora; por supuesto, la joven pelinegra estaba siendo mucho más exagerada de lo que normalmente era.

Los ojos de la chica se abrieron mucho más al recordar que, le había cortado la llamada a Tom, él, por su parte, era bastante resentido, casi igual que la joven Emily.

—Sí, lo estoy — contestó la señora de cabellera castaña.

El semblante de la mayor, parecía tener un letrero invisible en su frente que decía: «No molestar», a pesar de esto, una sonrisa muy diminuta apareció en sus labios.

Era tan chica que casi nadie podía notar, a excepción de ese par de revoltosas almas gemelas.

—¡Es un alivio! — exclamó la chica llevando su mano al pecho. —Si me disculpa, debo ver a mi esposo — señaló en dirección de la empresa, organizó las cosas que había comprado con anterioridad, que estaban casi al borde de la bolsa.

Los pasos de Emily eran aún un poco extraños, debido a que había dejado de emplear las muletas de forma repentina, sin siquiera haberlo consultado con su médico.

Honestamente, ella estaba agotada de tener que llevarlas a todos lados, y su pie no dolía cuando las dejó accidentalmente en casa de Maya.

A pesar de que la joven madre le hubiera avisado a la chica, ella estaba haciendo lo posible para no recuperarlas, debido a que, si las tenía una vez más, sería obligada a usarlas.

Emily terminó llegando a la oficina de su esposo falso, en la cual, solamente se encontraba Tom.

Él elevó su mirada en dirección de la puerta, al ver a su amiga, regresó de manera veloz, sus ojos a la computadora, estaba dispuesto a demostrar su enojo, de la forma infantil que acostumbraba, en cuanto a sus queridos amigos cercanos se trataba.

—Tomy — susurró la pelinegra dando unos pasos en su dirección.

Una muy diminuta sonrisa se asomó por sus labios.

Ella sabía que Tom sería un hueso duro de roer, pero, aun así, para él era muy sencillo perdonar.

—Si vienes en busca de Maxwell, él está en la sala de reuniones. Dijo que regresaría dentro de media hora, hace sesenta minutos — respondió de manera robotizada a la vez en que ponía sus ojos sobre el reloj de pared.

—No vine a ver a Max — confesó esbozando una ligera sonrisa. —Vine por ti — afirmó.

No sabía cuál era la mejor manera de convencer a Tom de que  todo había sido un accidente; bueno, él era el tipo de persona con la que era bastante sencillo poder entablar una conversación.

A pesar de ser extremadamente charlatán, era una clase de humano que de igual forma escuchaba lo que se le tenía que decir. Salvo en ocasiones de pequeñeces como esta.

Una parte de la pelinegra, suponía que se trataba de una pequeña broma del joven, o que estaba actuando de esa forma por el mero hecho de poder llamar la atención; sabía que el enojo no le duraría para siempre, aun así, la pelinegra deseaba que esa escena terminara.

Esta vez, Emily no obtuvo ninguna clase de respuesta.

—Te traje pollo frito — añadió dejando una cajita con el pedido en la mesa de su esposo, pero Tom, por su parte, elevó la mirada tan solo un instante y la regresó a lo que estaba haciendo.

—Aún no es hora de almuerzo.

—¡Ash! — se quejó la chica. —¿Sabes qué? Me llevaré esto, y le entregaré tu café a Max. A ver si dejas de ser un niño resentido — sentenció la chica con frustración y tomó al mismo tiempo la caja con el pollo frito.

Se dio la vuelta con fiereza y se retiró de la oficina.

Justo en el momento en el que ella estaba saliendo, notó que Maxwell estaba caminando en dirección de ella, seguido de una chica.

Los ojos de la pelinegra viajaron desde su esposo falso hasta la joven que le acompañaba, una extraña sensación recorrió el cuerpo de Emily; aun así, ella no podía distinguir o, por lo menos, reconocer que se trataba de un pequeño ataque de celos.

Maxwell no se había percatado hasta el momento de la presencia de su amiga, cuyas mejillas se estaban poniendo bastante rosadas a causa de la molestia que estaba sintiendo en ese momento.

Él continuaba intercambiando palabras con su compañera, mientras señalaba algunos puntos del nuevo trabajo.

Bien que Maxwell y Tom habían intercambiado papeles temporalmente, aquella reunión era tan importante que, no había manera de que Tom lo hiciera.

No porque le faltara conocimiento acerca de la negociación o sobre el funcionamiento de la empresa; sino, porque Tom detestaba el idioma de los visitantes, con todas sus fuerzas.

Los brazos de Emily se cruzaron y su gesto era completamente inexpresivo.




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