Esposa sustituta

• Fideos de vidrio •

Como si no pareciera imposible, las mejillas de Maxwell se enrojecieron al extremo.

No esperaba que la pelinegra se encontrara a espaldas de él, ni mucho menos, le echara más leña al fuego.

—Si gustas, podemos intentar esta noche — dijo el mayor con picardía.

A causa de la bromita, las mejillas de la menor se volvieron semejantes a las fresas.

Con un movimiento veloz, le dio un golpe al hombro de su compañero.

—¡Acaso no tienes vergüenza! Ahí enfrente están tus antecesoras.

El joven empresario llevó su mano al hombro, con una expresión de dolor. En cuanto a las mayores, ellas se mantenían en silencio observando la escena.

La anciana, estaba riendo levemente debido a la interacción de los jóvenes. Esa pareja le hacía recordar lo que había vivido con su amado esposo en los tiempos de su compromiso.

—No se preocupen por mí, yo solamente quiero poder cargar a mi bisnieto antes de morir — dijo ella con serenidad.

—Abuela, no diga eso… Usted debe vivir más que nosotros — rechistó Maxwell haciendo una mueca de descontento. —Además de eso usted debe criar a sus bisnietos, por algo los ha de estar pidiendo — expuso con un toque de humor

Emma y Tom

—La llamada se cortó ¿Qué vamos a hacer si la llamada se cortó? — cuestionó el hombre de melena rizada de una manera rápida.

Emma estaba en silencio, no había alcanzado a comprender las recomendaciones que Emily les había dado con anterioridad.

¿Qué era lo que debían hacer?

—Tor... Tor... — balbuceaba la pelirroja intentando recordar la palabra a la que se le había dado mayor importancia.

—¿Tormenta? — susurró Tom completando la frase.

—¡Eso es! Dijeron que iba a haber una tormenta — expuso Emma, en ese mismo instante, las sonrisas que tenían, se esfumaron repentinamente.

—Una tormenta — balbuceó Tom sintiendo cómo su corazón se agitaba dentro de él.

No era secreto para ninguno el gran pavor que el joven sentía por aquellos fenómenos de la naturaleza.

Sus manos comenzaron a sudar frío.

—¿En dónde era la tormenta? — cuestionó por segunda vez intentando ver el mapa que le habían enviado a Emily.

—Voy a buscar las noticias — anunció la chica con serenidad. Sus ojos se desplegaron en aquella sección mientras buscaba la solicitada respuesta. —Aquí está — respondió luego de unos minutos.

Hasta el momento, ellos se mantenían en el mismo punto con la intención de no perderse aún más de lo que estaban.

De un momento a otro, el celular de la chica fue lleno de números mensajes por parte de Emily, aquellos que había intentado enviar minutos atrás, y que, no habían llegado al dispositivo de la pelirroja, a causa de la mala recepción.

«Va a haber una tormenta en la ciudad, busquen dónde hospedarse. Max y yo los buscaremos luego de que termine». Ese es un mensaje de Emily, hay cerca de seis que dicen lo mismo — expuso la mejor sintiéndose un poco más aliviada al saber qué era lo que la mayor intentaba decirles.

—Entendido… Vamos a ver en dónde aceptan a dos viajeros perdidos — masculló Tom lanzando un pesado suspiro. Hasta el momento, no sabía si la tormenta azotaría la ciudad o el pueblo en el que habían terminado.

Sin añadir nada más, los jóvenes se dirigieron a la zona habitada más cercana; bueno, ellos no conocían en dónde estaban, por lo que se dedicaron a recorrer hasta encontrar un hotel, o lo que fuese que hubiera para poder pasar la noche.

El chico de melena rizada estaba observando a su alrededor con detenimiento, no deseaba perderse otra vez.

Su mente viajaba al repentino y extraño comportamiento de la pelirroja.

¿Por qué razón ella había actuado de esa manera? ¿Por qué parecía que ella estaba escapando de alguien?

Por más que la curiosidad del chico creciera en su interior; él no se atrevía a preguntar lo sucedido, por lo menos, esperaría al momento adecuado para saberlo.

Bien había dicho su abuelita: «no hay secreto que dure para siempre».

—Mira, ahí hay un lugar — señaló la pelirroja posando su mirada en una de las cabañas que aparecía frente a sus ojos.

Max y Emy

—Tormenta — masculló Emily terminando de preparar la cena. —Les temo a las tormentas — repitió una vez más, apoyando sus codos en la encimera.

—Eso ya lo has dicho cerca de cien veces — respondió Maxwell, entrando a la cocina.

Una sonrisa ladina se había posado en sus labios, de cierta manera, y muy dentro de él, era consciente de que en cada tormenta, el miedo de la pelinegra le haría buscar refugio en el mayor.

Al parecer, las tormentas eléctricas se estaban convirtiendo en el fenómeno favorito de Maxwell, bueno, solo si eso significaba estar más cerca de Emily.




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