Esposa sustituta

• Madre, ¿Se encuentra bien? •

Tom no se consideraba un genio, ni mucho menos había llegado a estudiar psicología; aun así, él era capaz de distinguir entre las emociones de las personas y podía identificar que la pelirroja estaba comenzando a sentirse ansiosa.

«¿Esta reacción se debía a sus padres?» 

Se preguntaba el chico con confusión.

Emma estaba preocupada en tener que volver a encontrarse con sus padres, ella sencillamente no se había preparado para ese encuentro del cual era consciente de que, tarde o temprano, tendría que tener.

Con el solo hecho de pensar en sus progenitores, las sensaciones de dolor anteriores, se replicaban en su cuerpo.

En la actualidad estaba trabajando de manera ardua, pero, a diferencia del pasado, ella ahora podía apreciar resultados en cada una de las cosas que hacía.

Si bien Emma era caracterizada por ser un témpano de hielo ambulante, y de tratar fríamente a sus clientes; ella era una persona que disfrutaba sus múltiples trabajos, cada una de las cosas que ella emprendía, pues, al final de cuentas, ella era libre.

Aquella libertad era tan agradable, que la joven temía que esta terminara.

—Ven conmigo — dijo Tom en un suave tono de voz mientras tomaba el brazo de la chica para guiarla en dirección de su habitación.

Cuando ya estaban en el interior, Tom hizo que ella tomara asiento.

—Traeré un poco de agua; respira con suavidad, no va a pasar nada — afirmó acariciando levemente la melena rojiza de la menor.

Ella no sabía de qué manera debía reaccionar.

Su hermano estaba en la ciudad, y había terminado en el lugar en el que ella estaba ¿Había una explicación diferente a que él la estaba siguiendo?

La pelirroja realmente quería pensar que se trataba de una extraña coincidencia y que su hermano no la había visto, además de eso, las probabilidades de que la reconociera eran pocas, debido a su drástico cambio de color de cabello.

Aquella rubia melena se había convertido en fuego.

El rojo, para Emma, era la representación de su muerte y renacimiento; ella era una persona diferente y no se permitiría regresar al foso de dónde logró salir.

Regresar a la casa de sus padres, o ser arrastrada a ese sitio, era lo mismo que cortarle sus alas; por tanto, la única manera en la que ella regresaría, sería, muerta.

—Aquí tienes — anunció Tom extendiendo un vaso con agua en dirección de la menor. —tardé un poco porque no sabía cómo encender el filtro de agua — dijo con un poco de vergüenza en su voz. —Bébela con lentitud y céntrate en la sensación de agua helada entrando a tu cuerpo.

Una minúscula sonrisa hizo su aparición en el rostro de la chica de melena corta.

Ella estaba apreciando el intento de Tom para no dejarla sola e incluso de animarla.

Era la primera vez en la que Emma se sentía brevemente cuidada; pues en su hogar, o más bien, en su prisión legal, jamás había llegado a disfrutar de un poco de atención, sentía que, ella no era merecedora de ese tipo de trato.

—Sé que no debería entrometerme, pero ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? ¿A qué se debe lo que dijiste, que no regresarás junto a tus padres? — El tono de voz de Tom era bastante sereno, el cual buscaba transmitir esa tranquilidad a la pelirroja.

Él era consciente de que las palabras dulces podían hacer sentir mejor a las personas y más aún, cuando se encuentran en un estado de alerta y estrés como el de Emma.

Ella se estaba debatiendo en si lo mejor era decirlo o no, ella sentía que era una lucha que le pertenecía, un peso del pasado con el que debería cargar; pero había algo en Tom que le hacía sentir la confianza para mostrarse como realmente era: una chica llena de problemas con su pasado.

Segundos después de debatirlo, se dedicó a contar gran parte de las cosas vividas en casa de sus padres, desde los trabajos, insultos y trasnochadas; hasta las veces en las que ellos desquitaban su ira en su cuerpo.

Su voz se entrecortaba en cada frase y el corazón de Tom se estrujaba debido a la pena y el dolor.

«¿Y, aun así, yo me quejo de mis padres?»

Meditaba el de melena rizada, prestando gran atención a las palabras de la chica.

Max y Emy

—¿Vas a seguirme viendo así toda la noche? — preguntó la chica con una pequeña y ladina sonrisa. Las mejillas del chico de melena de oro se estaban tiñendo de rosa, al igual que de las de la pelinegra.

Sus rostros estaban extremadamente cerca, tanto que podían sentir la respiración del otro. Sus labios estaban a escasos milímetros de poder tocarse, hasta que un extraño aroma inundó el lugar.

De un salto, Emily corrió a revisar su preparación, y parte de los cebollinos que iba a emplear se habían quemado. Un pequeño suspiro se había escapado de sus labios al ver los últimos que quedaban completamente incinerados.

—El lado bueno, es que no incendié nada — masculló Maxwell con una pequeña seña de humor.




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