Esposa sustituta

• El plan de la abuela •

—Oh, ya sé qué es lo que intentas hacer, señora — dijo el hombre en un tono de voz extremadamente ronco debido a su sueño.

La menor no estaba segura de a qué se refería Maxwell con sus palabras, ella estaba lo suficientemente aterrada como para prestarle más atención a lo que él decía.

—¿Qué sucede? — respondió la chica con suavidad.

Ella estaba intentando no elevar su voz en ese preciso momento, su suegra y la suegra de su suegra estaban descansando y no era de buena educación hacer ruidos tan fuertes.

—La posición en la que te encuentras no es la mejor de todas — expuso con una media sonrisa.

No hubo necesidad de ser más específicos, no cuando, la joven se había lanzado de regreso a su lado de la cama y estaba cubriendo su cabeza con los edredones y con parte de la cobija.

Sus mejillas estaban ardiendo y sentía cómo comenzaba a hacer un poco más de calor.

Una sonrisa ladina se posó en el rostro del chico rubio y por fin logró disfrutar de una noche reparadora, con el sonido de la lluvia. Emily, por su parte, se durmió rápidamente, viendo que las almohadas eran lo suficientemente capaces de ahogar los ruidos del exterior.

•          •          •

La tormenta comenzó a disminuir su intensidad en la ciudad, los rayos de sol y el canto de las aves estaban abriendo paso a un nuevo día.

Los ojos de los chicos se abrieron y para su sorpresa, estaban en una posición «bastante comprometedora» según las palabras de Maxwell.

Una de las piernas de Emily estaba sobre el cuerpo de Maxwell, mientras él descansaba escondiendo su cabeza entre los brazos de Emily.

Ellos no dijeron nada, solamente sus mejillas sonrojadas eran aquellas que atestiguan su vergüenza y un poco de confusión. Según cada uno de los jóvenes: ellos no se movían ni un pelo cuando dormían.

Pero ahora, se podría comprobar exactamente lo contrario.

Los pasos de Emily la llevaron al baño, el lugar en el que sentía como sus piernas fallaron y se golpearía la cabeza con su mano debido a la vergüenza que sentía en ese instante.

Luego de hacer lo mencionado, la pelinegra corrió en dirección a la cocina, con el fin de evitar a Maxwell y, de la misma manera, centrarse en cocinar para sus nuevas invitadas.

Los ojos de la pelinegra se abrieron de par en par, al notar que un exquisito desayuno estaba servido frente a sus ojos.

Ella no podía creer lo que estaban viendo sus ojos oscuros, era una de las comidas que ella había llegado a probar, pero que no había una receta disponible y que ella fuera capaz de cocinar.

De un momento a otro, la radiante sonrisa de la anciana hizo su aparición, pues esa era parte de su primer plan de descubrir si había escuchado de manera adecuada o no.

—Buenos días, Emily — saludó la señora indicando un lugar en la mesa. —Mi nieto me dijo que acostumbrabas a levantarte tarde, veo que has pasado una buena noche — expuso la anciana refiriéndose al hecho de que se había levantado mucho antes de la hora.

—La lluvia me hizo dormir bastante bien, abuela — sonrió la chica tomando el sitio que le había sido señalado.

¿Había alguna  explicación que pudiera aclarar la razón por la que la mirada de la madre de Max estuviera fija sobre ella desde que llegó al lugar

 —¿Ustedes han pasado una agradable noche? — preguntó la joven esbozando una ligera e incómoda sonrisa.

Maxwell había bajado seguidamente de la pelinegra, pero a diferencia de ella, lo primero que iba a hacer era encender la televisión para poder escuchar las noticias que había luego de tan desastrosa tormenta.

Los ojos de la chica se abrieron un poco más al escuchar que se mencionan los daños ocasionados por la tormenta.

Lo que a ella más le preocupaba, era la situación de aquellos en los barrios más pobres, ¿Se debía a que ella había llegado a ver un poco de la condición de vida de sus habitantes?

Ella había hecho un poco de voluntariado en la zona, por lo que llegaba a conocer muchos de los factores que podrían afectar a los niños del sitio. Por un tiempo, ella había sido maestra de inglés en la zona, y muchos de los niños lograron aprender y divertirse.

Su cambio de trabajo la obligó a abandonar aquella labor que estaba haciendo, pero eso no le impedía hacer pequeñas labores de caridad en beneficio de esas pequeñas criaturas.

Ahora, lo que sus ojos estaban viendo le partían el corazón en miles de millones de trocitos. Las casas estaban completamente destruidas, las calles inundadas y no había manera de entrar o salir al barrio.

—¿Estás bien? — preguntó la anciana posando su mano sobre el hombro de la joven, ella asintió en silencio, pero sus ojos llenos de lágrimas no lograron engañar a la más anciana de todos.

—Esta es la razón por la que odio las tormentas — dijo por fin estallando en llanto.

Uno de los colegios había llevado la peor parte, y ese era el lugar en el que había enseñado por primera vez.

Tenía tantos recuerdos en ese sitio, y los niños eran tan felices en el momento de ir, que era una completa lástima para la pelinegra, que todo quedara en ruinas.




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