Esposa sustituta

• La intervención de la abuela • Primera parte

Maxwell permanecía aún en la habitación, estaba sentado en el filo de la cama.

¿Ella se iría a casa de su madre? Se preguntaba observando fijamente en dirección a la puerta.

¿A Emily le resultaba tan difícil de entender que a Maxwell no le agradaba nada de lo que proviniera de Jeremy?

Él había sido demasiado claro respecto a eso, y, por otro lado, él tenía la sensación de que le estaba coqueteando a su esposa.

—No estoy equivocado, la equivocada es ella — se dijo en voz alta, mientras se dejaba caer de espaldas a su cama.

Las señoras se encontraban en la habitación vecina, ellas estaban sorprendidas por lo que estaba sucediendo.

«¿De verdad están tan enojados?»

 Se preguntaban mientras evitaban salir del lugar.

En ese momento, sentían como si esconderse fuera la única manera de poder mantenerse con vida.

—¿Viste cómo salió? — preguntaba Giselle refiriéndose a Emily.

La señora, con una pequeña muestra de asombro, asentía observando a la puerta. —Salió tan tranquila, pero sus ojos… ¡Parecían querer exterminar a la humanidad! — exclamó la anciana lanzando un suspiro.

—No sé qué ha sucedido, solo espero que no me vayan a dejar sin nietos — masculló la señora recordando que aquellas familias que tenían hijos, eran un poco más abiertas a recibir a los abuelos, que aquellas en las que no.

Giselle no se daría el lujo de perder a una de las pocas personas que le aseguraría el permanecer en medio de una familia amorosa.

Puede que su comportamiento le resultaba completamente extraño para su hijo, pero, Emily se mostraba un poco más abierta para poder ayudarla, Emily era el camino por el que la señora debería transitar si de verdad deseaba ganarse el favor de su hijo.

—No podemos dejar que ellos sigan peleados — afirmó Giselle con seguridad.

—¿Estás bien? — preguntó la anciana llevando su temblorosa mano a la frente de su menor, con el fin de comparar sus temperaturas y saber si estaba o no enferma. —Parece que sí… — masculló lanzando un suspiro. 

—¿Qué quiere decir con eso, madre? Yo estoy perfectamente bien, se lo puedo asegurar; es solo que, deseo poder enmendar algunas cosas con mi hijo. Sé que mi actitud al tratar con él, no fue la mejor. ¿Y ha notado su actitud, madre? — expuso abriendo sus ojos, demostrando un poco más de sorpresa. Cuando ella tuvo la mayor atención de su suegra, continuó hablando. —Su actitud ha cambiado drásticamente desde que se casó… ¿Qué le habrá dado Emily? — masculló eso último llevando su mano al mentón. 

La anciana, con una radiante sonrisa, asintió, ella estaba pensando acerca de los muchos mejunjes que la pelinegra podría haber empleado con su nieto. Y claramente la anciana no podría rechistar frente a lo que sucedía, pues, ella estaba comenzando a idear un nuevo plan, especialmente con aquellas «recetas» que habían pasado de generación a generación entre las mujeres de su familia. 

—Ha sido realmente extraño el cambio de nuestro Maxwell; pero, ha de ser un cambio para bien. Nos resta esperar a saber cuál era el motivo por el que se encuentra así, y yo me encargaré de eso — Afirmó con seguridad mientras se ponía de pie y se encaminaba a la cocina. 

La mirada de Giselle se había mantenido fija en la anciana, hasta que esta desapareció de su vista. 

—Ahora, ¿qué tramará? — se preguntó lanzando un suspiro. 

La dulce abuelita era conocida por su manera de intervenir en los asuntos,  y su gran capacidad para conseguir chismes jugosos. 

Tom y Emma

—¿Qué deseas hacer ahora que estamos obligados a quedarnos en el lugar, sin posibilidades de escapar? — expuso Tom de manera dramática.

El sitio en el que se encontraban, era bastante tranquilo y no había demasiadas personas; cosa que le agradaba mucho a la pelirroja.

—Podríamos caminar un poco — sugirió la chica, ella tenía ganas de poder descubrir un poco más lo que había alrededor de la zona.

Tom, por su parte, estaba feliz con el hecho de haberse varado con Emma y gozar un poco de su compañía, por lo menos, algo bueno había pasado en medio de tanto desastre.

—Claro, por favor, mira bien a tu alrededor… no quiero perderme más de lo que ya nos perdimos — dijo el chico de melena rizada con suavidad.

Él era consciente de que si no prestaba atención la pelirroja, a él le costaría seguirle el hilo a la caminata que harían. Ya se habían perdido una vez, y, si a eso le añadimos aquella vez en la que se perdieron en el bosque junto a Erick; por seguro, era un completo desastre en eso de las coordenadas y orientaciones. 

—Lo haré, igual que tú, no deseo perderme una segunda vez — afirmó con una pequeña sonrisa. 

No importaba cuánto tiempo pasaba, a Tom siempre le parecería nuevo y maravilloso poder contemplar la sonrisa de la pelirroja; se había acostumbrado a ver sus ojos oscuros y su inexpresiva sonrisa que, le parecía ver un gran destello de colores cuando sonreía. 




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