Esposa sustituta

• La intervención de la abuela • Segunda parte

La abuela estaba esbozando una sonrisa ladina, ella ya estaba conociendo un poco más acerca del motivo de su discusión, solo debía saber la identidad del chico que había visitado a Emily.

—¿Qué cosa quería el chico? — preguntó una vez más, mientras extendía la bandeja de galletas en dirección del rubio.

Max, estaba centrando su atención en las galletas que «Emily había hecho exclusivamente para él»; debía reconocer que su aroma era bastante agradable.

El rubio, estaba evitando a toda costa responderle a su abuela.

Ella lo observaba con tranquilidad, sabía que si no hablaba ahora, terminaría hablando dentro de poco.

—¿Estás molesto? — preguntó la anciana con un suave tono de voz. —Has estado observando a otra dirección, y ni siquiera le agradeciste a esta anciana por traerte las galletas — expuso en un tono bajo de voz, casi podría decirse que lo dijo entre dientes.

La anciana era consciente de que Max no podría evitar para siempre el tema, y, cada vez que el joven se molestaba, no podía evitar quejarse a oídos de la señora, por tanto, ella se quedaría a su lado, hasta que el joven explotara en medio de quejas.

—Gracias — dijo el joven acariciando la mejilla de la anciana. —Es solo que… Tengo mi mente en otro lado.

—Y ese lado es Emily, ¿Cierto? — elevó una de sus cejas mientras esbozaba una ligera sonrisa.

Un suspiro se escapó de entre los labios del rubio y asintió.

—Sí, abuela, estoy pensando en Emily, es que… ¡¿Cómo puede ella aceptar la invitación de Berremy?! Ese hombre ha estado detrás de ella todo este tiempo y pareciera que ella no nota sus sucias intenciones — escupió de repente.

Él tenía claro que al comienzo habían quedado en no intervenir en la vida laboral y personal de la otra persona, y que Jeremy no solamente era un conocido de Emily, sino también, era su jefe.

Ahora, a diferencia de lo que habían establecido al comienzo, estaba claro que ya habían roto un par de normas… Bueno, eso era lo que Max estaba pensando.

—¿Berremy? — cuestionó la anciana confundida.

—Jeremy — aclaró el chico que había llenado su boca con numerosas galletas.

—Oh, Jeremy… Escuché que es su jefe — Maxwell asintió dándole la razón a la anciana. —Puede que ella se vea en la necesidad de asistir, por el solo hecho de tratarse de su jefe. Eres su esposo, debes apoyar sus decisiones y confiar en ella, a no ser que la hayas obligado a casarse contigo — dijo en un tono de humor.

—¿Cómo se te ocurre algo así abuelita? — expuso el joven soltando una carcajada.

A pesar de que, por dentro, se estuviera muriendo de los nervios, pues había sido eso lo que realmente había sucedido semanas atrás.

—Max, ¿Hay algo que tengas que perder si ella acepta la invitación de Jeremy? — el chico sacudió su cabeza de un lado a otro —¿Ella debe ir sola? — Una vez más, sacudió su cabeza. —Si puedes ir con ella, ve. Además, puedes aprovechar la ocasión para hacerle saber a ese joven de que es tu esposa y no tiene ninguna clase de oportunidad con ella — afirmó la anciana, dio un golpecito amistoso en el hombro del chico y se acercó a la puerta. —En una relación, debemos aprender a dejar el orgullo a un lado — dijo como última recomendación y abandonó el lugar.

Emily se estaba poniendo al día en cada uno de los mensajes que ella no había respondido, de repente, una llamada de la persona que menos deseaba, iluminó su pantalla. Ella, como toda una dama, colgó para evitar más problemas.

Pero, aun así, la otra persona no se rendía.

—¿Qué es lo que quieres? — cuestionó bastante irritada, rodaba sus ojos.

«Hay algo superimportante que debo decirte, pero… Que nadie escuche».

—Puedes hablar, no hay nadie — sentenció la chica mientras observaba alrededor.

Un par de horas habían pasado, de hecho, la noche había caído y Emily había salido después de recibir esa llamada.

No le había dicho a nadie a dónde iría y, cada que hacía eso, pasaba algo malo.

Bueno, eso era lo que había notado el chico de melena dorada mientras observaba al reloj.

—Esa mujer me va a volver loco — se quejaba Maxwell sin despegar su mirada de la pared.

Las manecillas del dispositivo estaban moviéndose con lentitud, tanta que el chico de lentes estaba sintiendo cómo la desesperación lo carcomía.

—Emily tiene la capacidad de meterse en cualquier clase de problemas, en cualquier momento. Ella es un desastre… Lo digo por el lado amable.

Repetía una y otra vez, mientras caminaba por toda la sala. Debido a la preocupación del rubio, las señoras habían comenzado a preocuparse de la misma manera.

—Puede que se haya ido para pensar mejor las cosas — dijo Giselle con una pequeña sonrisa, mientras intentaba tranquilizar a su hijo.




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