Esposa sustituta

• Soy una mujer soltera •

La atención del chico de melena dorada se había puesto sobre su abuela.

Ella era demasiado ocurrente, pero a los ojos de su nieto, ella era bastante inteligente. Él era consciente de que lo mejor que podría llegar a hacer era arreglar las cosas con Emily, pero ella ni siquiera le había dirigido una mirada en el momento en que llegó a casa.

En todo el día, ella se había mantenido lejos de él; bien que Maxwell no hizo nada para acercarse a la pelinegra, era extraño que ella decidiera no hablar, de por sí hablaba demasiado.

La mente del chico comenzaba a decirle que ella podría irse con Jeremy en el momento que quisiera, y que, ella, lo haría si él seguía «lazándola a sus brazos» de la manera en que lo había hecho en la mañana:

«¿No dijiste que irías con Jeremy? Entonces ve»

—Soy un tonto — se dijo a sí mismo en el instante en el que esas palabras llegaban a su mente.

—Seguirle la corriente a la abuela… no estoy segura de que vaya a ser una muy buena idea — masculló Giselle.

A pesar de que lo había dicho, ella no deseaba que su suegra lo llegara a escuchar.

Sabía que no sería beneficioso en ningún sentido, desde que podría ahogarla mientras dormía o… darle alguna de sus preparaciones.

Claramente, la abuela podría hacer algo en contra de su nuera, como si se tratara de «una simple bromita»

La abuela era capaz de muchas cosas.

—Lo siento madre, estoy en una situación desesperante — dijo el chico llevando su mirada a la mayor de todas. —Y bien, abuela ¿Cuál es su plan?

Los pasos acelerados de Pierre se dirigieron a las afueras de su casa, su querida prometida estaba regresando demasiado tarde, y a diferencia de cómo había llegado a salir en la mañana, ella se encontraba regresando en un taxi.

Sus sospechas fueron confirmadas en el momento en el que la vio tambalearse de un lado a otro.

Él no recordaba la última vez en que había llegado a ver a Elisa tan ebria, solo le restaba esperar a que ella dijera las razones que le llevaron a llegar a ese estado.

—¿Estás bien? — preguntó el hombre sintiendo cómo la mujer estaba a punto de caer.

Sus brazos la rodearon y con pasos demasiado torpes, llegaron al interior de la casa. Elisa disfrutaba el sabor del vino, pero, hasta el momento, no había llegado a embriagarse con este.

Pierre la arrastraba hasta que por fin pudo llevarla entre sus brazos.

—Me preocupa que estés así, cariño — susurró acariciando la mejilla de la rubia que se encontraba dormida en sus brazos.

La llevó hasta su cama, y en ese lugar se dedicó a cambiar aquellas prendas que apestaba a vino que, al parecer, se había chorreado encima.

—Creo que mañana me tendrás que dar una muy clara explicación — expuso con preocupación. —Tú sueles beber cuando estás molesta, pero, no he hecho nada que te ocasione molestia — detuvo sus palabras mientras pensaba en lo que había hecho la última semana. —No, no he hecho nada — afirmó llevando su cabeza de un lado a otro.

La puerta de la habitación de Maxwell se abrió de par en par, revelando a un joven que llevaba una bandeja con una sopa.

Con su mirada estaba buscando a la pelinegra, él estaba convencido de que la vería en la cama de su habitación, aun así, ella no estaba por ningún lado.

—¿Emily? — preguntó él en un suave tono de voz.

—¡Shhh! — exclamó con una voz adormilada, mientras se daba la vuelta en el suelo.

—¡¿Qué haces ahí?! — exclamó confundido, dejando apresuradamente la bandeja a un lado e hincándose de rodillas.

—¿Qué creías? ¿Qué iba a hacer que la cabeza hueca de mi esposo falso duerma en el frío suelo? ¡Ja! — decía ella articulando de manera extraña las palabras. —Es tan delicado que se resfriaría y toda la semana se quejaría de dolor de espalda. Por mi bien y el de la sociedad, es mejor que el princeso se quede en su trono — expuso una vez más.

—¿Princeso? ¿Estás llamando a tu esposo… un princeso? — indagó el joven un poco ofendido.

Él estaba soltando una bocanada de aire mientras sonreía con ironía.

—Lo es, es un hombre bastante malcriado — afirmó ella dándole la espalda al joven. —Solo, no le digas que Jeremy me invitó a cenar después de la boda de su prima — dijo ella una vez más, sin articular adecuadamente.

—Y dijiste que no, ¿Cierto? — preguntó una vez más, abriendo sus ojos con amplitud.

—¿Por qué lo haría?, soy una mujer soltera — afirmó ella sentándose. —¿Eso que traes es para mí? — señaló en dirección a la bandeja —tengo hambre — añadió la chica de melena lacia.

—Estoy en frente de ti, y ¿Me estás diciendo que eres una mujer soltera? ¿Quieres que traiga nuestra acta de matrimonio?

—Sí, puedes traerla — sentenció. Con una de sus manos se dedicó a señalar la bandeja, hacía la señal de abrir y cerrar su mano para indicarle al rubio que se la acercara.




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