El rostro de Jeremy era extremadamente inexpresivo, no había manera de saber, o siquiera imaginar qué era lo que estaba pasando por su mente; incluso para Charlotte, que se consideraba a sí misma una experta en el comportamiento de su jefe.
Ella no tenía idea de si lo mejor era mantenerse en silencio o intentar romper el hielo, ella había comprobado que cualquier tema relacionado con Emily, se trataba de un asunto bastante delicado.
—¿Escuché bien? — preguntó en un alto tono de voz.
—¿Se refiere a que el hombre acabó de admitir que hubo un error en su matrimonio? — preguntaba la asistente pelirroja con un poco de duda. —¿O el hecho de que lo amenazó indirectamente con revelarle su pasado a Emily?, o — alargó la «o» — ¿que acaba de decir que Emily está en embarazo? — el tono de voz de la joven asistente salía de manera dudosa y entrecortada de sus labios.
Ella estaba consciente de que se trataba de una situación bastante desfavorable para su jefe, y que esto, lo podría meter en aprietos. Si ese pasado al que Jeremy tanto le temía y que, Charlotte no había llegado a escuchar con claridad, llegaba a los oídos de la pelinegra, de seguro ella se alejaría y jamás volvería a intercambiar palabras con él.
Para Jeremy, no poder estar con Emily era una tortura ¿Cuánto más lo sería si ella se rehusaba a verlo?
—Embarazada… — masculló el hombre mientras llevaba su mano a la frente. —Te aseguro que eso me hará más difícil conquistarla, pero no tendré problema con criar a un hijo ajeno — afirmó con seguridad.
—Creo que debería beber un poco de café, ya está comenzando a hablar sin sentidos — sentenció Charlotte acelerando su paso para ir en busca de una taza de café; sin duda alguna, y para ojos de la asistente, él realmente lo necesitaba.
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Emily había decidido tomar un taxi para ir a la agencia de Jeremy; la verdad era que estaba siguiendo las indicaciones de la abuela para hacer que «Maxwell recapacitara», que de veras, era un plan para hacerlos mucho más cercanos.
La abuela le había indicado que lo mejor era que ella regresara a su trabajo de manera presencial, pues de esa manera, Maxwell sentiría que estaba perdiendo «control» sobre la pelinegra. Ella no quería incomodar a Maxwell, Emily simplemente deseaba cumplir con su lado del trato que había hecho con anterioridad.
Ella no le había avisado a nadie que saldría, salvo a la abuela. De resto, desconocían la ausencia de casa. Debería ir a ver a Jeremy con la excusa de querer regresar a su trabajo, y para agradecerle por ese detalle que tuvo con ella.
A Emily de cierta manera le sorprendía que su jefe tuviera conocimiento sobre su gusto en vestidos. Bien que hasta el momento no había llegado a imaginarse usando un vestido tan elegante para una boda; ella no dudaría en probárselo.
—¿Cómo supo cuál era mi talla? — se preguntó en voz alta, observando por la ventanilla del vehículo.
—Si lo supo, es porque te ha prestado bastante atención — dijo el taxista, intentando no sonar muy «entrometido»
—Pero, es mi jefe; además de eso, estoy casada — afirmó la joven con un gesto de confusión. Ella no tenía idea de lo que estaba diciendo el taxista, pero prefería no volver a tocar el tema con un extraño.
Desde que ella alcanzaba a recordar, su jefe siempre había sido demasiado extraño, aclarando que, lo extraño, no le restaba nada de atractivo y el hecho de que Emily no hubiese llegado a tener un enamoramiento por su jefe.
Él era completamente diferente a todos los demás, era como si prestara atención a los más pequeños detalles. Lo había visto en más de una ocasión, además de eso, era bastante atento con sus trabajadores. Ella aún recordaba la vez en que los invitó a cenar a todos, porque las horas de trabajo se habían extendido.
Tampoco olvidaría las veces en las que celebraba la bienvenida de cada uno de los nuevos trabajadores, y las despedidas de los que se marchaban. Lo hacía con una gran intención, tanto que pedía que ninguno de los demás, faltara.
El taxi se detuvo justo en frente a la agencia, Emily, muy dentro de sí, se sentía emocionada al poder regresar a trabajar de manera normal.
Debía reconocer que al final de cuentas, no había llegado a ir a las revisiones con el médico, y que cada que Maxwell sacaba el tema, o le recordaba acerca de las muletas que dejó en casa de Maya, ella siempre ignoraba o cambiaba el tema de conversación.
Al entrar en la oficina de su jefe, ella se sorprendió un poco por el gran orden que había en el lugar; usualmente había muchos documentos, guiones, listas, curriculums y bolas de papel sobre el escritorio de su jefe.
La pelinegra no había imaginado en ningún momento que había sido a causa de su visita a la oficina. De igual manera, el pelinegro estaba notando que trabajar en medio del orden, era mucho más cómodo y efectivo que en medio del desorden.
—¡Emily! — saludó el hombre con una radiante sonrisa. —Pensé que no vendrías — dijo con un poco de duda mientras observaba a la puerta. —Tu esposo acabó de salir — añadió con naturalidad.
—¿Se encuentra bien? — preguntó la pelinegra con un gesto de confusión —al parecer ustedes no pueden estar en la misma habitación sin molerse a golpes — rechistó la pelinegra con un poco de humor.