—¡Mamá! — exclamó Emily corriendo en dirección al restaurante de la señora, estaba demasiado cerca la hora de cierre, por lo que, claramente, podría dejar a su hija a fuera.
El viaje les había tomado un largo tiempo, más aún, si contaban con el hecho de que Tom no quería quedarse solo otra vez; se había comportado como un niño pequeño y caprichoso.
—¡Emily! — exclamó la señora al ver a su preciada hija estampada en uno de los cristales del restaurante. —Los había terminado de limpiar — dijo ella lanzando un pequeño suspiro.
—Eso ya lo comprobé — expuso la chica frunciendo el ceño.
A espaldas de Emily, fue la figura de Maxwell quien sobresalió; en un comienzo, Miriam había pensado que su hija iría sola. No le molestaba en absoluto, de hecho, le llenaba de mucha más curiosidad ¿Qué había pasado entre ambos en ese periodo de tiempo? Ella estaba decidida a averiguarlo.
—¿Estás bien? — preguntó el joven lanzando un pesado suspiro, ya decía que Emily había tardado en chocar, caer o tirar algo.
La nariz de la pelinegra estaba completamente enrojecida debido al golpe tan fuerte que se dio con la puerta. Un suspiro salió de los labios de Miriam, la cual, de alguna manera, le había hecho falta esos numerosos estruendos en casa.
No importaba cuánto tiempo la pelinegra viviera lejos de su madre, ella siempre le haría falta a su progenitora. Emily corrió en dirección de su madre para estrecharla en un fuerte y cálido abrazo, no podían acostumbrarse a estar lejos de la otra, pero la idea de que Miriam dejara el pueblo al que le tenía tanto cariño, para mudarse a la gran ciudad, era inconcebible.
—¡Te extrañé mucho! — repetía la pelinegra una y otra vez; una gran sensación de descanso se posaba en ellas, Emily por fin se sentía en su hogar.
—Ya, deja de llorar, no seas ridícula — sentenció su madre mientras secaba sus propias lágrimas.
Maxwell se mantenía un poco lejos de ellas, estaba contemplando aquella escena tan conmovedora. Él debía agradecerle a su suegra de lanzar a su hija a sus brazos y la había ofrecido como tributo, para que ella cumpliera el sueño frustrado de su madre.
—Espero que no le hayas dado demasiados problemas al joven Maxwell — dijo la señora esbozando una ligera sonrisa a manera de saludo. —¿No ha sido tan revoltosa? — indagó cuando todos habían tomado asiento y el restaurante había cerrado de manera oficial. Los ojos de los chicos intercambiaron un par de miradas cómplices.
—El primer día de casada me caí por las escaleras.
—Su jefe la llena de regalos, a pesar de estar casada.
—Él se casó con su ex, no conmigo.
—Ella está obsesionada con el pollo frito.
—Él no deja de trabajar.
—Ella es mucho más cercana con Tom que con su propio esposo.
—Voy a estar encadenada a él por dos años, mamá.
—Tuve que perseguirla para que tomara su medicina.
—Es un loco desquiciado. ¡Casi incendia la casa!
—¡Nos hizo ir por donde no era, porque leyó al revés el mapa!
Cada uno se señalaba una cosa diferente, mientras se quejaba en contra de su compañero, Miriam se limitaba a asentir y a reír, estaba más que claro que las cosas entre ellos estaban mejorando considerablemente.
—De todo esto, solo me preocupa una cosa — intervino la señora, dándole fin a cada una de las disputas de los chicos.
Ellos hicieron silencio para poder escuchar lo que saldría de los labios de la suegra de Maxwell.
—¿Han llegado a pensar en darme nietos? — cuestionó la señora elevando de manera repetida sus oscuras cejas.
La tos de Emily resonó en el lugar, ¿Por qué ella se estaba mostrando sorprendida al saber cómo era su madre? ¿Por qué estaba esperando una intervención bastante seria, cuando venía de Miriam?
—¿Soy yo o sonó de una manera muy similar a tu abuela? — preguntó Emily luego de que logró detener su tos. —¿Qué parte del contrato de matrimonio no recuerdas, mamá? — dijo la pelinegra sintiendo cómo sus mejillas se tornaban rosadas.
Hasta el momento Emily no deseaba que su madre se enterara de que las cosas se estaban estrechando entre ellos.
Apenas Emily mencionó el contrato de matrimonio, los ojos de Maxwell se posaron sobre ella, no estaba seguro de qué manera debía reaccionar, ni qué clase de ideas estaban rondando en la mente de su esposa; eso le impedía que él dijera algo, no lo haría en el momento, pero sí le reclamará en el instante en que estuvieran completamente solos.
• • •
Ya en casa de Miriam, al joven le costaba trabajo dejar de observar cada rincón del lugar, él estaba detallando el hogar en el que la pelinegra había crecido, por lo que no estaría dispuesto a perder nada de vista.
La joven lo llevó hasta su habitación para que por fin lograra descansar un poco, él aprovecharía para examinar hasta el más minúsculo rincón del cuarto de Emily, él estaba seguro de que sería una de las maneras más eficaces para conocer más el pasado de su esposa.
—Emy, no te vayas a asustar, pero tengo visita — dijo Miriam con una pequeña sonrisa. Al notar la mirada extrañada de su hija, ella se atrevió a hacer una pequeña aclaración. —Tus primos.
Esas eran las palabras más terroríficas para Emily, no porque se llevara mal con ellos, sino que sería un largo tiempo de interrogatorios, ellos eran una de las personas más curiosas y chismosas que jamás había llegado a conocer; además de eso, ellos siempre buscaban la manera de escabullirse al baño de la chica, para usar su preciado champú, el cual podía estar nuevo y ellos encargaría de bajarlo a la mitad.
—Ya suficiente tengo con Maxwell como para dejar que otra persona se robe mi champú — se quejó la más joven sacudiendo su melena.
—Pero debes admitir que es un champú bastante bueno, por otro lado, huele delicioso — defendió su madre a los invitados.
Sabía que Emily podría tolerar muchas cosas, menos que se metieran con sus productos para el cabello.
Antes de que ella añadiera algo más, o que rechistara acerca de la razón por la que su madre estaba defendiendo a los chicos y no a la víctima de sus robos, un brazo rodeó el torso de la pelinegra, cosa que le tomó un poco de sorpresa, pero fue mayor cuanto Maxwell salió de su habitación.
—¡Aleja tus manos de mi esposa! — exclamó demasiado ofendido.